Arzobispo Marchetto: el diálogo es el “motor de la integración de los migrantes”

Intervención en la Universidad de San Diego (California)

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SAN DIEGO , jueves 29 de enero de 2009 (ZENIT.org).- El diálogo es el “motor” de la integración de los inmigrantes en las sociedades de acogida, así lo afirmó el pasado martes monseñor Agostino Marchetto, Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes.

El prelado intervino en la Universidad de San Diego (California) sobre el tema “Religión, migración e identidad nacional”, subrayando que las migraciones constituyen “un dramático signo de nuestra época atormentada”, “un vasto fenómeno que algunas instituciones y Gobiernos quisieran controlar o incluso detener porque no se dan cuenta de que se trata de un componente estructural de la realidad socioeconómica y política de la sociedad actual”.

Por esto, explicó, “es inútil intentar eliminar el fenómeno”, y es necesario en cambio “afrontarlo y concentrar todos los esfuerzos en responder a los desafíos que presenta e identificar los beneficios que puede aportar”, usando en primer lugar el instrumento del diálogo.

Cuando la gente emigra, explicó el arzobispo, “lleva consigo no sólo la capacidad de trabajar y de producir, sino también sus características personas, los tratos, la educación, las convicciones, las convenciones sociales, las costumbres, las tradiciones, las creencias, la religión”, es decir, “todos los elementos estables y duraderos, y también los mutables y contingentes, que caracterizan una cultura”.

El contraste que se verifica cuando los inmigrantes llegan a un país de cultura y tradición diversa “puede desorientar, sobre todo porque el inmigrante se ve distinto de la mayoría”.

Por esta razón, observó monseñor Marchetto, “la Iglesia católica ha subrayado la necesidad de preparar a las personas a la migración, a través de programas premigratorios de formación e instrucción, para que sean capaces de afrontar esta situación”.

Inmigrantes y sociedad de acogida

En un ambiente nuevo, los inmigrantes buscan generalmente compañía y seguridad en quienes proceden de su misma nación y cultura, pero”si no se abren lentamente a la vida y a la cultura de la sociedad de acogida, rechazando lo que creen que pone en peligro su identidad, pueden adoptar una postura cerrada, que lleva a la formación de guetos con sus compatriotas y, por desgracia, a su marginación”.

Al otro extremo se sitúa la adopción in toto de la cultura del país de acogida, “sin siquiera evaluar sus consecuencias sobre el propio estilo de vida”.

“Habiendo desatendido o inconscientemente suprimido la propia identidad cultural”, los inmigrantes “se convierten casi en una ‘copia’ de los residentes locales, privando a la sociedad de acogida de la contribución enriquecedora que su cultura habría podido aportarle”.

Frente a estas dos alternativas extremas, la solución mejor para la relación entre los inmigrantes y la población del país de acogida es “la vía de una auténtica integración, con una mirada abierta que rechace considerar sólo las diferencias entre inmigrantes y locales”, y que esté preparada para acoger las aportaciones positivas de todos.

El “motor” de este proceso, constató monseñor Marchetto, es el diálogo, porque la verdadera integración sucede cuando se verifica una interacción entre inmigrantes y población local “a nivel no sólo socioeconómico, sino también cultural”.

“Cuando se reconoce la contribución positiva del inmigrante a la sociedad de acogida, a través de su cultura y de sus talentos, el propio inmigrante está más motivado para encontrar un alto grado de interacción con la población local, y esto lleva a una sana integración cultural”, reveló.

El resultado de este diálogo, añade el prelado, es “un enriquecimiento recíproco de las culturas, y la sociedad se transforma en un mosaico en el que cada cultura tiene su propio lugar para componer un único dibujo, que se hace más hermoso a medida que aumenta la multiplicidad cultural”.

Cultura y religión

En su intervención, monseñor Marchetto subrayó también la existencia de “un fuerte vínculo cultural entre cultura y religión, como se puede ver por el hecho de que para algunas religiones a identidad religiosa y la cultural coinciden”.

“En realidad -admitió-, las migraciones internacionales se han convertido en una preciosa oportunidad no sólo para el diálogo entre las culturas, sino también para el interreligioso”, porque algunos países con antiguas raíces cristianas hospedan ahora a sociedades multiculturales.

En este contexto, es necesario garantizar a todos la libertad religiosa, como expresa el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. “Si la sociedad quiere beneficiarse de las migraciones internacionales -advirtió en arzobispo- debe respetar la libertad de los inmigrantes a profesar, practicar y también a cambiar su propia religión”.

Desde este punto de vista, el prelado ha recordado el principio de la reciprocidad, que debe entenderse “no sólo como una actitud para hacer reclamaciones, sino como una relación basata en el respeto recíproco y en la justicia en cuestiones jurídicas y religiosas”.

La reciprocidad, observó, “es también una actitud del corazón y del espíritu que nos permite vivir juntos con los mismos derechos y deberes”.

Solo de este modo, concluyó, se podrá ser conscientes de lo que habla el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009, es decir, que “todos somos partícipes de un único proyecto divino, el de la vocación a constituir una única familia en la que todos -individuos, pueblos y naciones- regulen su comportamiento con los principios de la fraternidad y la responsabilidad” .

[Por Roberta Sciamplicotti, traducción de Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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