"Asia Bibi, ¡Sacadme de aquí!"

El desgarrador relato de una mujer inocente condenada a muerte por blasfemia en Pakistán

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Por Nieves San Martín

MADRID, lunes 12 marzo 2012 (ZENIT.org).- Durante la presentación en España este 6 de marzo del libro “Sacadme de aquí”, el dramático relato del cautiverio de la cristiana pakistaní Asia Bibi condenada a muerte por una blasfemia que nunca pronunció, la periodista francesa Anne Isabelle Tollet, coautora junto con Bibi de dicho libro, anunció que Francia dará asilo político tanto a Asia como a toda su familia en el mismo momento en el que saliera de prisión en la que espera su ejecución, si es que su liberación llega a producirse.

Anne Isabelle Tollet llamó la atención sobre el hecho de que dicha salida del país habría de ser inmediata, es decir, de la prisión al aeropuerto y de allí a Francia, pues al día de hoy, la vida de Asia Bibi corre menos peligro dentro de la cárcel que fuera de ella, donde los imames la han condenado a una muerte que muchos están dispuestos a ejecutar, como ya fueron ejecutadas la de Salman Taseer o la de Shabaz Bhati, gobernador y ministro que se pronunciaron a favor de Asia Bibi.

En la presentación del libro, publicado por la editorial Libroslibres, en colaboración con la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada, la periodista explicó cómo fue el proceso que hizo posible la realización de la obra. Ella acompañaba a Ashiq, el marido de Asia, a prisión, en su visita de cada semana. Una vez allí, él realizaba a Asia las preguntas que le proponía la escritora y traía las respuestas a ésta, la cual tomaba nota inmediatamente de los hechos del relato, pues ni Ashiq ni Asia podían hacerlo al no saber escribir.

El relato de la vida de Asia Bibi es el de una mujer del campo, sencilla, analfabeta, que nunca hubiera pensado vivir semejante pesadilla.

Acusada injustamente de blasfemia contra el profeta Mahoma por unas mujeres muslmanas, ha sido condenada a muerte y se consume esperando la ejecución de su sentencia a ser ahorcada.

La periodista, usa las palabras de Asia Bibi para relatar los hechos que la condujeron a su condena, el odio que suscita su persona en fanáticos islamistas que la han hecho bandera de la ley antiblasfemia, en una condena claramente política, y cómo pasa sus días en la carcel esperando en un posible indulto presidencial que no llega.

Numerosas personalidades se han pronunciado en su favor, incluida la secretaria de estado Hillary Clinto, o el papa Benedicto XVI, pero dos han pagado con su vida sus palabras en favor de Asia Bibi, el gobernador del estado Salman Taseer, y el ministro para las minorías Shabaz Batti, asesinados por fanáticos.

En el libro se se relata la impresión de Asia cuando supo que el papa había hablado en su favor. Le dijeron: «El papa Benedicto XVI ha hablado de ti en la plaza de San pedro de Roma, en Italia».

Asia no se lo podía creer: «¿Cómo es posible? ¡No puedo creer que el santo padre haya hablado de mí!», dijo cuando lo supo.

El papa dijo exactamente: «Pienso en Asia Bibi y en su familia, y pido le sea devuelta los antes posible su libertad». Añadió que pedía también por el conunto de cristianos de Pakistán, amenudo víctimas de la violencia y de la discriminación.

«De vuelta a mi celda, no vuelvo en mí. El santo padre, el papa, en persona piensa en mí y reza por mí. Me pregunto si merezco tan alto honor y tan detenida atención. ¿Por qué yo? No soy sino una pobre campesina y en el mundo haya, sin duda, otras personas que sufren como yo y que lo necesitan aún más. Por primera vez, me duermo en mi celda con el corazón sosegado», relata la autora del libro.

Pero en la cárcel también tuvo otras noticias no tan agradables. Un día el cruel carcelero musulmán le dice: «»Tu ángel de la guarda acaba de ser asesinado por tu culpa. Tu bien amado gobernador Salman Taseer, ese traidor de musulmán, yace bañado en sangre a tal hora como esta. Le han pegado veinticinco tiros en Islamabad, por haber asumido tu defensa».

«Me tiembla el corazón y se me encoge, se me llena los ojos de lágrimas. Imploro a Dios. ¿Por qué?», reacciona Asia Bibi.

La prisionera, mientras se consume en la cárcel se hace innumerables preguntas sobre la imposible situación de los cristianos en Pakistán: «¿Qué pueden –qué deben- responder los cristianos si un musulmán les pregunta si creen en Alá y en Mahoma, su profeta? Yo he sido educada en la fe de Cristo, de la Virgen María, y de la Santísima Trinidad. Yo respeto el islam y la fe de los musulmanes pero ¿qué puedo responder ante tal cuestión? Si digo que no creo en Alá sino en Dios y en Jesucristo, soy considerada blasfema. Si digo que creo, soy considerada una traidora, como san Pedro que negó a Jesús por tres veces. Cuestiones como estas no me las preguntaba antes…».

«Me he convertido muy a mi pesar –se lamenta–, en el emblema de la ley de la blasfemia. Aunque las manifestaciones se dirigen contra mí, lo que en realidad buscan es el mantenimiento de esta ley convertida en intocable, según parece, desde la muerte del gobernador».

Después le llega otra noticia terrible que la vuelve a llenar de amargura: «Shahbaz Bhatti ha muerto. Ha sido asesinado… hace tres días». «En ese momento –relata Asia- siento que alguien me aprieta el corazón muy fuerte, desde dentro mismo de mi cuerpo. Me quedo petrificada, las piernas me abandonan, em escondo en la almohada, me tiembla la respiración. Veo las paredes de mi prisión agritarse y derriumbrase después sobre mí».»Tengo la impresión de vivir una pesadilla despierta desde hace ya demasiado tiempo, y el último resquicio de esperanza que hacía latir mi corazón acaba de apagarse con la muerte de Shahbaz Bhatti. El ministro se sabía amenazado, los periódicos decían que se arriesgaba a morir, como el gobernador (…) estoy fulminada, destrozada por la injusticia de la muerte del ministro (…) ha muerto mártir».

Pero asombra el valor y la resistencia de esta aparentemente frágil mujer, que pudiera haber evitado todo esto si, como le invitaban, se hubiera convertido al islam para evitar la condena.

«Mientras me quede un solo reflejo para respirar –dice con coraje–, voy a seguir luchando para que Salman Taseer y Shahbaz Bhatti no hayan dado su vida por nada. Quiero que el Gobierno sepa que aunque me encierre en una tumba, continuaré haciendo oir mi voz mientras mi corazón lata».

Y, al final de su desgarrador relato, hace un llamamiento a los lectores: «Han leído mi historia (…) ahora que ustedes me conocen, cuenten lo que me ha pasado a cuantos les rodean. Háganselo saber. Creo que es la única oportunidad que tengo de no morir en el fondo de este calabozo. ¡Les necesito! Sávenme!».

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ZENIT Staff

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