El árbol de Navidad llegó a la Plaza de San Pedro

El origen de esta tradición. El actual es un regalo de la comunidad Waldmunchen y procede de Baviera

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El espíritu navideño ya se siente por las calles de Roma y desde esta mañana también en la plaza de san Pedro ha llegado el tradicional árbol. Se trata de un abeto que procede de Baviera, Alemania. Es un regalo de la comunidad Waldmünchen. Mide 25 metros de altura y tiene un diámetro de 98 centímetros. Pasadas las fiestas, la madera del tronco se utilizará, como ya se hace desde algunos años, para hacer juguetes u objetos de uso cotidiano.

Como es habitual las maestranzas de la Gobernación y el personal del Vaticano se encargarán de instalarlo, así como de la iluminación y la decoración.

Junto al árbol, estará también el tradicional Belén. Este año será un nacimiento napolitano, obra del taller “Cantone & Costabile”, heredero y continuador de la tradición de los belenes que se hicieron famosos en toda Europa a partir del siglo XVII.

El árbol de Navidad fue puesto por primera vez en la plaza de San Pedro por iniciativa de Juan Pablo II y ya se ha consolidado como una tradición. Asimismo, Benedicto XVI explicó que el árbol de Navidad es un símbolo de la devoción popular que habla al mundo de esperanza y de paz. El árbol de Navidad – explicó el papa emérito en el 2010 al recibir a la delegación que ese año hacía entrega del árbol –  enriquece el valor simbólico del belén, que es un mensaje de fraternidad y de amistad; una invitación a la unidad y a la paz; una invitación a dejar sitio, en nuestra vida y en la sociedad, a Dios, que nos ofrece su amor omnipotente a través de la frágil figura de un Niño, porque quiere que respondamos libremente a su amor con nuestro amor”.

El belén y el árbol – explicó Benedicto XVI – traen por tanto un mensaje de esperanza y de amor, y ayudan a crear el clima propicio para vivir en la justa dimensión espiritual y religiosa el misterio del nacimiento del Redentor”.

La costumbre del árbol de Navidad se remonta a los antiguos germanos, que creían que el mundo y los astros estaban sostenidos pendiendo de las ramas de un árbol gigantesco llamado el “divino Idrasil” o el “dios Odín”. En el solsticio de invierno le rendían un culto especial. La celebración consistía en adornar un árbol con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol.

Cuenta la tradición que fue san Bonifacio, evangelizador de Alemania e Inglaterra, quien tomando el árbol que representaba al dios Odín, plantó en su lugar un pino, símbolo del amor perenne de Dios y lo adornó con manzanas y velas, dándole un simbolismo cristiano. Las manzanas para representar las tentaciones, el pecado original y los pecados de los hombres; las velas para representar a Cristo, la luz del mundo y la gracia que reciben los hombres que aceptan a Jesús como Salvador.

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ZENIT Staff

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