El cardenal de Milán pide facilitar la integración de los emigrantes

Celebra con ellos la fiesta de la Epifanía

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MILAN, 7 enero 2003 (ZENIT.org).- El nuevo arzobispo de Milán, el cardenal Dionigi Tettamanzi, celebró la fiesta de la Epifanía junto a miles de inmigrantes católicos que han venido a trabajar a esta ciudad, una de las diócesis más grandes del mundo.

«Querido padre obispo Dionigi. Gracias por la ayuda que la diócesis de Milán nos da cada día», dijeron en su saludo algunos emigrantes. «Queremos ser también nosotros ciudadanos de esta sociedad, constructores de este mundo italiano nuevo que está surgiendo poco a poco».

Los migrantes dijeron al cardenal que quieren integrarse, que quieren ayudar a construir como ciudadanos una nueva sociedad italiana más justa y solidaria. Pero expresaron su dolor porque con demasiada frecuencia no encuentran los espacios para ello.

En la catedral, representantes de las principales comunidades de migrantes provenientes de todo el territorio que rodea a esta gran metrópoli, engalanados con sus vestimentas típicas, banderas nacionales y pancartas, participaron en una expresiva y conmovedora eucaristía, presidida por el cardenal y concelebrada por los capellanes que atienden a las diversas comunidades, organizadas ya sea por lengua, por procedencia o por etnia.

Sólo en Milán la comunidad filipina, la más numerosa, cuenta con cinco mil niños. Para ellos, y para otras comunidades –como la latinoamericana (también muy numerosa), la africana (sobre todo eritrea), la coreana o la de Sri Lanka–, los problemas más fuertes son la inserción en la vida social italiana y la reagrupación familiar.

La eucaristía fue celebrada en diversos idiomas y estuvo acompañada por los cantos de coros en español, tagalo, amhárico, polaco, ruso, inglés, tamil o coreano.

En su homilía, el cardenal Tettamanzi subrayó el significado de la fiesta de la Epifanía, la manifestación de Jesús, la «luz Viva, el Hijo de Dios, que no se ha encendido sólo para un pequeño pueblo, como era el judío, sino para todos los otros pueblos. Esta luz se difunde por toda la tierra para llegar a todos los pueblos, ninguno está excluido», dijo.

Un villancico latinoamericano, cantado en la comunión, conmovió especialmente a los asistentes de habla española y al resto de la asamblea que captaba las palabras llenas de nostalgia: «Tú que estás lejos de tus amigos/de tu tierra y de tu hogar/y tienes pena, pena en el alma…ven a mi casa esta Navidad».

Al acabar la eucaristía, el responsable diocesano de la Pastoral de Migrantes padre Giancarlo, invitó «por sorpresa» al cardenal a sentarse entre los inmigrantes que atestaban la catedral y oír el canto latinoamericano «Cómo no creer en Dios», mientras los procedentes de aquel subcontinente agitaban las banderas nacionales.

El padre Giancarlo, animador de todo el encuentro, pidió al cardenal que subrayara una de las frases del canto para todos los asistentes. Improvisando, y leyendo en español, el cardenal indicó esta frase: «¿Cómo no creer en Dios/si me dio la certeza y la alegría/ de saber que hay un mañana cada día/ por la fe, la esperanza y el amor?».

En su carta al cardenal, los inmigrantes piden más apertura a la sociedad italiana y le ruegan que interceda ante las autoridades para que no sigan alzando barreras que impiden no sólo la reagrupación familiar sino el que puedan salir del país para visitar a sus seres queridos.

Una madre le dijo: “Padre obispo… !No es justo que nos veamos obligados a vivir lejos de nuestros hijos! Habla tú a quienes tienen el poder, a todos los italianos. Hazles comprender que nuestro deseo más grande de madres es el de volver a abrazar a nuestros hijos, el de llorar de alegría estrechando sus cabecitas contra nuestro seno”.

Y le pidieron apoyo para no sucumbir ante una sociedad que les ofrece dinero para realizar actividades que van contra sus valores y creencias: «Ayúdanos con tu consejo a ser fuertes, a vencer todas las tentaciones muchas veces dispuestas a chantajearnos, para que podamos experimentar un día la alegría de volver a abrazar a nuestros seres queridos y sentirnos así «familia de Dios»».

El cardenal les prometió hacer todo lo posible para responder a sus peticiones, indicó que se volverían a encontrar en las diversas parroquias y comunidades y les impartió una bendición que hizo extensiva a sus hijos y familiares lejanos. Luego, permaneció largo rato saludando uno a uno a los centenares de personas que se quisieron acercar a decirle una palabra.

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ZENIT Staff

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