El mundo globalizado debe redescubrir la ley natural; asegura el Papa

Constata asimismo la necesidad de hombres de estado honrados

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CIUDAD DEL VATICANO, 13 enero 2003 (ZENIT.org).- El nuevo escenario mundial globalizado, según Juan Pablo II, requiere dos «exigencias» para evitar el caos: redescubrir la ley natural y suscitar la acción de hombres de estado honrados.

El Papa llegó a esta conclusión al encontrarse este lunes con los embajadores de los países acreditados ante la Santa Sede.

«La independencia de los Estados no se puede concebir si no es en el marco de la interdependencia», aclaró el Papa. «Todos están unidos en el bien y el mal. Precisamente por ello, conviene saber distinguir rigurosamente entre el bien y el mal, y llamarlos por su nombre».

«A este respecto –aclaró–, cuando reina la duda y la confusión, se han de temer los mayores males, como tantas veces ha enseñado la historia».

Fue entonces cuando el Papa pidió respetar «dos exigencias» para «evitar caer en el caos».

«La primera es –dijo– que, en el seno de los Estado, se redescubra el valor primordial de la ley natural, que antaño inspiró el derecho de gentes y a los primeros pensadores del derecho internacional».

Según el número 1954 del Catecismo de la Iglesia Católica, «la ley natural» es la expresión «del sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira».
<br> «Aún cuando algunos cuestionan su validez, estoy convencido –confesó el Papa– de que sus principios generales y universales son siempre capaces de hacer percibir mejor la unidad del género humano y de favorecer el perfeccionamiento de la conciencia tanto de los gobernantes como de los gobernados».

En segundo lugar, el Papa consideró que el mundo globalizado necesita en estos momentos «la acción perseverante de hombres de estado honrados y desinteresados».

«En efecto, sólo la adhesión a profundas convicciones éticas puede legitimar la indispensable competencia profesional de los responsables políticos.

«Para un dirigente coherente con sus convicciones, siempre será posible negarse a situaciones de injusticia o a desviaciones institucionales, o bien terminar con ellas. Creo que en esto reside los que corrientemente se llama hoy el «buen gobierno»».

«El bienestar material y espiritual de la humanidad, la tutela de las libertades y los derechos de la persona humana, el servicio público desinteresado, la cercanía a las situaciones concretas, prevalecen sobre cualquier programa político y constituyen una exigencia ética, que es al vez lo mejor para asegurar la paz interior de las naciones y la paz entre los Estados», aseguró.

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ZENIT Staff

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