¿Es válida la misa celebrada por un sacerdote que está en pecado?

Responde don Krzysztof Charamsa, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe

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Querido amigo,
me has hecho una pregunta. Veo que la pregunta es importante, como lo son todas las preguntas que tienen que ver con nuestra salvación, esta misma noche me he sentado delante del ordenador para darte una respuesta. Tú me preguntas:

¿La santa misa y otras acciones sacramentales realizadas por un sacerdote que está en pecado son válidas?

Sí. Absolutamente sí. La validez de los sacramentos no depende de la santidad o no de los ministros que los administran. La enseñanza de santo Tomás de Aquino sobre esto es muy clara, y no falta claridad en la doctrina de la Iglesia (cfr Concilio de Trento, Sess. VII, can. 8, DS 851: los sacramentos actúan “ex opere operato”, o por el mismo hecho de ser realizados, y no “ex opere operantis” que requeriría la santidad del ministro, una bonita síntesis de todo lo que encontrarás en el catecismo de la Iglesia Católica nn. 1127-1128).

Sobre este punto es necesaria una plena serenidad del creyente,  el pecado de los ministros no “contamina” la validez de la acción sacramental de Dios. Es verdad que Dios ha confiado a nuestras pobres manos sus medios de salvación. En un cierto sentido se podría decir que para encarnarse el Verbo quiso “depender” de nosotros, ha querido “depender” de nosotros, pero la validez de los sacramentos dependen de Él, independientemente de los ministros.

Por esta razón, lo que preocupa para la validez de los sacramentos es el mantenimiento de la forma eclesial, que asegura la validez de la acción realizada. Creo que por esta razón la Iglesia aún reconoce la validez del bautismo, también si –en los casos límites– fuera hecho por un pagano. Sin tener en cuenta su estado personal de pecado, nos preocupa si tal persona ha cumplido “lo que pretende hacer la Iglesia”. Si lo ha hecho, por ejemplo, por petición urgente de un moribundo, deseoso del bautismo, que solo ha tenido acceso a esta persona pagana y no a un sacerdote u otro cristiano, una vez bautizado con la fórmula trinitaria, se ha convertido en Hijo de Dios y de la Iglesia. Tal bautismo, independientemente del estado personal del que está bautizando, ha hecho lo que pretende la Iglesia, es válido.

Esta total libertad de Dios en lo relacionado con la validez en realidad es una responsabilidad para nosotros. Piensa, por ejemplo, en un obispo excomulgado, que permanece en estado de pecado (lamentablemente sucede también esto), si ordenara un sacerdote u otro obispo, el sacramento realizado será válido. No será lícito pero será válido, suscitando sufrimientos dramáticos o incluso cismas en la comunidad de la Iglesia.

Por otro lado, tampoco los sacerdotes suspendidos pierden el poder de administrar válidamente los sacramentos. Tal ejercicio le viene prohibido, pero no pierden la capacidad de celebrar válidamente. Por esto, en peligro de muerte de una persona, también un sacerdote suspendido puede ofrecerle el sacramento válido. Y cuántas veces ha sucedido, dando la paz y la gracia de Dios a un moribundo.

Ahora me pregunto qué entiende cuando habla de un sacerdote que está en pecado. Todos somos pecadores. Ninguno de nosotros está libre del todo del pecado. Últimamente, sobre este triste hecho insiste mucho el santo padre Francisco, hasta el punto que a muchos les parece incómodo, si no insoportable (quizá porque providencialmente ha tocado el problema escondido de sus almas). Antes del Papa, sin embargo, como recuerdas bien, era nuestro Señor quien nos decía “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Como para decir: “los que no tienen pecado, adelante, golpea rápido y eficaz”… Somos pecadores y esto influye lamentablemente en los frutos espirituales de los sacramentos, pero en este campo (no de validez objetiva, sino de frutos que se instauran en el alma), cada uno es responsable por sí mismo.

En mi opinión esta debe ser la pregunta de los creyentes: ¿en qué estado está mi alma? ¿El sacramento que recibo verdaderamente llevará frutos en mí o quizá será mi condena? La pregunta debe ser sobre los propios pecados. El papa Francisco, con su exigente dirección espiritual, nos ayuda mucho (si nos dejamos ayudar) porque nos lleva continuamente y con insistencia delante de nuestra conciencia, hasta que yo, pecador, no sea corrupto, hasta que no camine y me vuelva a levantar continuamente, sin permitirme quedar por el camino derrotado y vencido por mi pecado.

Vuelvo otra vez a ese “sacerdote que está en pecado” del que me hablas. Entiendo en realidad, que en nuestra bonita lengua italiana con esta fórmula se sobreentiende el estado del pecado grave y una situación de permanencia en el estado del pecado que puede ser irreversible. Tendría algunas observaciones al respecto. Me pregunto de hecho qué pecado entiende: los pecados son, lamentablemente, muchos y diversificados. Te daré algún ejemplo.

Puede haber pecado y al mismo tiempo el crimen de abuso sexual a un niño: un pecado abominable que grita venganza a Dios. Si afecta a un sacerdote, quisiera que tal ministro se abstuviera de administrar los sacramentos.

Quizá tú entiendes un caso sustancialmente distinto: un sacerdote, que se enamora e incluso  va a ser padre, y decide ocuparse de la familia que acaba de formar. En estos casos, creo que ha sido coherente y valiente, porque la mayoría de las veces que un sacerdote como consecuencia de cambios similares en su vida deja el ministerio, normalmente tiene muchas dificultades para encontrar un trabajo: ¡en su vida él era solo sacerdote!

En estos casos pienso: mira amigo, él no ha sido fiel a la promesa hecha, pero ha acogido la vida. No se ha manchado con insistencias o colaboraciones con la pareja para realizar un aborto (y lamentablemente conozco también casos así). Ha acogido al hijo y es coherente y tiene el valor de dedicarse a cuidarlo, como padre.

Exactamente como aconsejaba el papa Benedicto XVI en su famoso libro-entrevista “Luz del mundo”, ha tenido la valentía de la coherencia.

En estos casos me gusta recordar lo que me decía el sabio rector de mi seminario, cuando nos advertía: nosotros, en nuestro celo, somos rápidos para condenar el pecado del otro, especialmente con nuestro hermano sacerdote, pero mirad bien, tendréis que pensar más bien cuánto bien ha hecho este hermano nuestro cuando era sacerdote, durante los años de su ministerio.

Deberíais fijar vuestra mirada sobre el bien hecho, y menos en la variedad de nuestros males, sobre los cuáles cada uno debe responder por sí mismo. Esto no significa laxismo o permisividad en lo relacionado con las promesas que se han roto, sino que significa: ¡la comprensión del otro, la misericordia exigente y la oración a Dios!

Piensa en otros casos de pecado. Piensa en un sacerdote que constantemente roba cuando no le pertenece, roba a la comunidad. Piensa en el que se ha corrompido y colabora a escondidas con varios males, cuyos nombres no pronuncio. Él está también en pecado y a menudo ¡qué grande es ese pecado! Digo todo esto para advertir sobre no reservar el concepto de “pecado” a la única rica y exigente esfera de la sexualidad humana. El pecado es lamentablemente mucho más multiforme.

La validez de los sacramentos no depende del porcentaje de nuestra santidad, si no de los frutos que siembra en nuestros corazones, para quien treinta, para quien sesenta, para quien cien por ciento (pero cada uno es responsable de sí mismo: el sacerdote de su alma, y cada fiel de la suya).

Estar seguros de esta liberación de acción sacramental, que es de Dios, no significa poder rebajar nuestra vigilancia personal sobre nosotros mismos, justificarnos en nuestros comportamientos infieles, sino más bien exigirnos cada vez más a nosotros mismos para estar a la altura de nuestra vocación.

Querido amigo,
perdona si me he alargado. Sucede siempre así en el silencio de la noche. ¡Buenas noches! También yo hago el examen de conciencia y me voy a dormir. Mañana ser
á un nuevo día y espero que puedas leer mis palabras.

*Don Krzysztof Charamsa, además de ser oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es profesor de teología dogmática en la Universidad Pontificia Gregoriana y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, además de secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional.

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ZENIT Staff

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