La conversión puede costar la vida a un musulmán

Advertencia de un libro editado por una Comisión episcopal de Italia

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ROMA, 7 mar 2001 (ZENIT.org).- Una Comisión episcopal de la Iglesia en Italia acaba de publicar un libro en el que explica los múltiples desafíos y riesgos que tiene que afrontar un musulmán que se convierte al cristianismo, aunque viva desde hace lustros en Europa.

El volumen, «Catecúmenos provenientes del Islam» («Catecumeni provenienti dall´Islam», Edizioni Paoline), ha sido realizado gracias a un equipo de trabajo dirigido por Walther Ruspi, responsable del Servicio Nacional para el Catecumenado en Italia de la Conferencia Episcopal. Traduce y adapta al contexto italiano el fruto de la experiencia en este servicio de los obispos franceses.

En Francia hay ya doce mil adultos que, cada año, piden el bautismo. De ellos, entre trescientos y cuatrocientos provienen del Islam.

En Italia, un estudio realizado en unas cincuenta diócesis, revela que unas 800 personas cada año, entre ellas algunas de origen musulmán, residentes sobre todo en Sicilia y en las áreas urbanas de Milán y Roma, se preparan a recibir el bautismo.

La mayoría son albaneses y asiáticos, pero hay también, aunque en menor número, personas procedentes del Magreb (Túnez, Argelia y Marruecos).

Se trata, como recuerda el libro, de una opción peligrosa porque, aunque hay corrientes liberales en el Islam, en muchos Estados de mayoría islámica, la apostasía es considerada como un delito que, en algunos, se castiga con la muerte, como en el caso de Sudán, Mauritania y Arabia Saudita.

El libro narra como ejemplo la aventura de Jasmine. A pesar de que tenía nacionalidad inglesa, al llegar a Egipto, su apellido llamó la atención a las autoridades. Tenía un apellido árabe y se especificaba que era de «religión católica». ¿Era una apóstata? Ante esta terrible duda, la policía de la Oficina de pasaportes emprendió una investigación especial y detallada.

Jasmine es ciudadana británica, y británica de educación (padre indio, de religión musulmana, y madre africana). En el Islam la religión se trasmite por línea paterna. Nadie puede evitar ser musulmán si es miembro de una familia islámica. En caso de apostasía, el riesgo de venganzas o castigos siempre es probable, en cualquier parte del mundo.

Esta mujer, que se hizo enfermera en Londres, conoció a través de sus amigas el catolicismo y, a escondidas, empezó a ir a la iglesia. Le atrajo Jesús y su promesa de salvación para todos, hombres y mujeres, iguales en dignidad y valor ante sus ojos. La idea dedicarse al servicio de los más débiles le realizó plenamente.

Tras años de reflexión, que duró durante toda su adolescencia, decidió comunicar a su familia su deseo de convertirse. Los padres la pegaron e insultaron: «¡Nadie puede abjurar del Islam! ¡Avergüénzate, infiel!». Pero lo había decidido, empezó a ir a la parroquia de su barrio…

La noticia de su apostasía se difundió en la comunidad islámica de Londres. Los compatriotas musulmanes del padre y los parientes empezaron a amenazar a la familia y presionaron para que la chica volviera al Islam, se arrepintiese de su pecado y pidiese públicamente perdón.

Jasmine no quiso escuchar y defendió su propio derecho a elegir. Estas palabras sonaban como una blasfemia todavía más fuerte. Al no lograr que cambiara de idea, el padre, deshonrado ante todos los indios musulmanes del Reino Unido, abandonó a la familia y se fue de casa. Solas y sin protección, madre e hija, junto a los hijos más pequeños, estuvieron durante un tiempo expuestas a las amenazas y persecuciones de la comunidad india musulmana hasta que tuvieron que cambiar de barrio.

Más tarde, Jasmine decidió seguir su sueño de ser misionera. Llegó así, como enfermera, a un hospital de El Cairo, en donde ha trabajado entre los pobres y más tarde entre los refugiados africanos. Cada vez que sale del país, al regresar, tiene que afrontar largos interrogatorios policiales.

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ZENIT Staff

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