De la cuna de Jesús se encuentra el testimonio en el versículo siete del capítulo segundo del evangelio de Lucas, en un pasaje que encierra el sentido de la Navidad: «María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue».
La imagen de una madre cariñosa que deja el cuerpo frágil de su hijo recién nacido dentro de una cuna en un pesebre, toca el corazón de cualquier persona. Con esta imagen se emocionó de forma particular el papa Sisto III, el cuál en el año 432 decidió realizar dentro de la basílica de Santa María la Mayor una «gruta de la Natividad» parecida a la de Belén. La basílica tomó entonces el nombre de Santa María ad praesepem, que en latín significa precisamente pesebre.
Fue el primer pesebre de la historia, objeto de devoción popular que empujó a fieles que volvieron de peregrinación en Tierra Santa, a llevar como regalo los que se consideran los preciosos fragmentos de madera de la célebre cuna que acogió al niño Jesús, todavía hoy custodiados en un relicario con el nombre de Sagrada Cuna (cunabulum).
La idea de colocar estas reliquias de madera en un tabernáculo fue de Gregorio XI (1370-78), más de un siglo después de la difusión de la costumbre lanzada por Francisco de Asís de realizar el pesebre. El relicario de Gregorio XI fue destruido en el siglo XVIII, durante los trabajos de restructuración en la que se llevó a cabo la fachada principal de la basílica. Se realizó uno nuevo, que duró pocos decenios, hasta el robo de las tropas napoleónicas durante la ocupación de la ciudad en el bienio 1798-99.
Se realizó otro, gracias a la donación de la duquesa Maria Emanuela Pignatelli, embajadora de Portugal. El relicario, que todavía hoy conserva los cinco listones de madera, fue realizado por Giuseppe Valadier. Un trabajo muy preciso: sobre una plataforma de madera pintada a mano, hay una base rectangular de plata con cuatro bajorrelieves. En el lado delantero está representado el pesebre, en el posterior la última cena, en los lados la fuga a Egipto y la adoración de los Magos.
Sobre esta elegante base se apoya el relicario de cristal en la forma de una cuna, sostenido por cuatro querubines de oro. Por último, la representación de un suelo de paja sobre el que se apoya el Niño bendiciendo de tamaño casi natural ocupa toda la obra.
La urna se encuentra bajo el altar mayor. En el pasado, durante las fiestas navideñas, la Sagrada Cuna era expuesta en la nave central para permitir que los fieles pudieran venerarla. A lo largo de los años, el mal estado de conservación de los resto ha hecho que se evite el desplazamiento, que hoy en día se hace sólo en ocasión de la misa del Gallo.
Una medida que interrumpió una tradición consolidada, pero que no impide a los romanos y devotos que sigan yendo a rezar frente a la Sagrada Cuna y no no solamente durante la Navidad.
Y siempre en Santa María Mayor hay otros objetos de profundo valor religioso. Dentro del museo de la basílica se conserva el pesebre más antiguo realizado en 1288 por Arnolfo di Cambio por petición del papa Nicolás IV. Además, en la Navidad de 2007 fue recuperado de una sala no abierta al público el panniculum, un trozo de tela del tamaño de una mano que, según la tradición, es una parte de la que usó María para envolver al niño Jesús y que hoy está guardado en un relicario de gran valor donado por Pío IX.