Visita del Papa al Hospital de Zimpeto © Vatican Media

Mozambique: Palabras del Papa en el Hospital de Zimpeto

Tercer día en Mozambique

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(ZENIT – 6 sept. 2019).- En la mañana de hoy, 6 de septiembre de 2019, aproximadamente a las 8.45 horas, el Papa Francisco ha visitado de forma privada el Hospital de Zimpeto, situado en un área periférica de Maputo, Mozambique.

Este centro hospitalario presenta un centro Dream para las personas afectadas por el SIDA/HIV. Dream es un programa emprendido en el año 2002 por la comunidad San Egidio para favorecer el derecho a la salud y la lucha contra el SIDA y la malnutrición en África.

A lo largo de su visita, el Santo Padre ha pronunciado un saludo. A continuación, reproducimos las palabras preparadas para este acto difundidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

***

Saludo del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Muchas gracias por la calurosa y fraterna acogida; también por las palabras de Cacilda. Gracias por tu vida y testimonio, expresión de que este Centro de salud polivalente “San Egidio” de Zimpeto es la manifestación del amor de Dios, siempre dispuesto a soplar vida y esperanza donde abunda la muerte y el dolor.

Saludo cordialmente a los responsables, a los operadores sanitarios, a los enfermos y a sus familiares, y a todos los presentes. Al ver cómo curan y acogen con competencia, profesionalismo y amor a tantas personas enfermas, en particular a enfermos de SIDA/HIV, especialmente mujeres y niños, recuerdo la parábola del Buen Samaritano.

Todos los que han pasado por aquí, todos los que vienen con desesperación y angustia, son como ese hombre tirado al borde del camino. Y, aquí, vosotros no habéis pasado de largo, no habéis seguido vuestro camino como lo hicieron otros —el levita y el sacerdote—. Este centro nos muestra que hubo quienes se detuvieron y sintieron compasión, que no cedieron a la tentación de decir “no hay nada por hacer”, “es imposible combatir esta plaga”, y se animaron a buscar soluciones. Vosotros, como lo ha expresado Cacilda, habéis escuchado ese grito silencioso, apenas audible, de infinidad de mujeres, de tantos que vivían con vergüenza, marginados, juzgados por todos. Por eso habéis sumado a esta casa, donde el Señor vive con los que están al costado del camino, a los que padecen cáncer, tuberculosis, y a centenares de desnutridos, especialmente niños y jóvenes.

Así todas las personas que de diversas maneras participan de esta comunidad sanitaria se vuelven expresión del Corazón de Jesús para que nadie piense «que su grito se ha perdido en el vacío […], son un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa “atención amante”, que honra al otro como persona y busca su bien» (Mensaje en la Jornada Mundial de los pobres, 18 noviembre 2018, n. 3). Escuchar este grito os ha hecho entender que no bastaba con un tratamiento médico, ciertamente necesario; por eso habéis mirado la integralidad de la problemática, para restituir la dignidad de mujeres y niños, ayudándolos a proyectar un futuro mejor.

En este amplio campo que se os ha ido abriendo por escuchar de manera constante, también habéis experimentado vuestra limitación, la carencia de medios de toda índole. El programa, que habéis desarrollado y que os ha conectado con otros lugares del mundo, es un ejemplo de humildad por haber reconocido los propios límites, y de creatividad para trabajar en redes. «A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos […]. Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo» (ibíd., n. 7). El empeño gratuito y voluntario de tantas personas de diversas profesiones —dermatología, medicina interna, neurología y radiología, entre otras; más de cinco mil médicos, enfermeros, biólogos coordinadores y técnicos— que, durante años, a través de la telemedicina, han prestado su valiosa tarea para formar operadores locales, tiene en sí mismo un enorme valor humano y evangélico.

Al mismo tiempo, es asombroso constatar cómo esta escucha de los más frágiles, de los pobres, los enfermos, nos pone en contacto con otra parte del mundo frágil: pienso en «los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Carta enc. Laudato si’, 2). Como en esas esculturas del arte makonde —las llamadas ujamaa (“familia extendida”, en suahili, o “árbol de la vida”) con varias figuras enlazadas entre sí donde prevalece la unión y la solidaridad sobre el individuo—, tenemos que darnos cuenta que somos todos parte de un mismo tronco. Vosotros habéis sabido percibirlo, y esa escucha os ha llevado a buscar modos sustentables en la procura de energía, también de acopio y reserva de agua; sus opciones de bajo impacto ambiental son un modelo virtuoso, un ejemplo a seguir ante la urgencia del deterioro del planeta.

El texto del Buen Samaritano concluye dejando al sufriente en la “posada”, entregándole algo de la paga y prometiéndole el resto a su vuelta. Mujeres como Cacilda, y como esos aproximadamente 100.000 niños que pueden escribir una nueva página de la historia libres de HIV/SIDA, así como de tantos otros anónimos que hoy sonríen porque fueron curados con dignidad en su dignidad, son parte de la paga que el Señor os ha dejado: regalos de presencias que, saliendo de la pesadilla de la enfermedad, sin ocultar su condición, transmiten la esperanza a muchas personas, contagian ese “yo sueño” a tantos que necesitan que los recojan del borde camino. La otra parte la retribuirá el Señor “cuando Él vuelva”, y eso os tiene que llenar de alegría: cuando nosotros nos vayamos, cuando volváis a la tarea cotidiana, cuando nadie os aplauda ni os considere, seguid recibiendo a los que llegan, salid a buscarlos heridos y derrotados en las periferias. No olvidemos que sus nombres, escritos en el cielo, tienen al lado una inscripción: estos son los benditos de mi Padre. Renovad los esfuerzos y permitid que aquí se siga “pariendo” la esperanza.

Dios os bendiga, queridos enfermos y familiares, y a cuantos os asisten con mucho cariño y os animan a continuar.

© Librería Editorial Vaticana

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ZENIT Staff

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