Universidades por lo pobres

Reflexión sobre la XXXI Asamblea de la Asociación Mexicana de Institutos de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC), en San Luis Potosí

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Participé en la XXXI Asamblea de la Asociación Mexicana de Institutos de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC), en San Luis Potosí, donde se reunieron 42 rectores de universidades católicas e instituciones de educación media superior. Su objetivo fue reflexionar sobre su tarea en la lucha para erradicar la pobreza en México. Participé en nombre del episcopado mexicano, como responsable de la Dimensión de Pastoral de la Cultura.

Les felicité por su interés en educar para que los estudiantes pongan su corazón en los pobres, pero les decía que se enfrentan a una cultura estudiantil en la que lo que interesa es obtener un título para ganar dinero, tener bienes materiales, integrarse a empresas de amplio mercado y, en una palabra, ser parte del actual sistema económico, político y social, que de por sí es generador de inequidad, de exclusión, y por tanto de injusticia.

Les hacía estos cuestionamientos: ¿Cómo generar una mentalidad diferente? ¿Sus universidades preparan profesionistas para ser parte de ese sistema, para reforzarlo, o para buscar alternativas sociales, políticas y económicas distintas a las actuales, que sean más humanas? ¿Es posible educar una forma de pensar y de actuar conforme al Evangelio, en un mundo universitario que tiene otros valores? ¿Es posible ir a contracorriente?

Se me hizo muy significativo y esperanzador que el tema central de su asamblea fuera la pobreza, pues las estadísticas nos indican que ésta no disminuye considerablemente, sino que en algunas regiones y en unos grupos se degrada en miseria, al grado de que muchas personas carecen de atención adecuada para su salud, no tienen trabajo y se sienten obligados a emigrar, no tienen condiciones para una educación escolar, su vivienda no es digna de un ser humano, e incluso pasan hambre. Profesores, alumnos, padres de familia y personal de servicio de una institución superior de inspiración cristiana, no pueden permanecer indiferentes ante el drama de la pobreza, no sólo la económica, pues hay pobrezas culturales más hondas: el relativismo, el egoísmo, la falta de sentido, la indiferencia, la inmanencia, el tedio, la avaricia, el consumismo, la incapacidad de cercanía con los otros.

El asunto de la pobreza es particularmente sensible para algunos Estados de la República, como Oaxaca, Guerrero, Veracruz y Chiapas. En algunas comunidades no hay luz eléctrica, las mujeres deben ir a acarrear el agua a lugares distantes, hay clínicas o centros de salud, pero sin médicos ni medicinas, el campo es abandonado por su poca rentabilidad, y donde la emigración es una opción de vida o muerte. Los gobiernos, algunos empresarios, la Iglesia y algunas organizaciones sociales han puesto sus ojos en Chiapas y ciertamente ha habido avances, pero todavía falta mucho por hacer.

PENSAR

La Palabra de Dios, la vida de Jesús, el Magisterio social de la Iglesia y, actualmente, la insistencia machacona del Papa Francisco sobre el amor preferencial a los pobres, cuestionan nuestra conciencia y no nos pueden dejar pasivos, reduciéndonos a lamentos y críticas. Dar a los pobres el lugar que Dios les da y luchar por su liberación integral, no es comunismo o marxismo, ni es teología de la liberación condenada por la Iglesia, sino que es puro Evangelio, es lo más esencial del cristianismo, como consta particularmente en Mateo 25, 31-45. Seremos juzgados por el amor que hayamos manifestado a los que sufren, a los pobres, marginados, excluidos y descartados. Si una institución de educación superior no tiene esto en su ideario, en su misión y visión, en su pedagogía, no es plenamente de inspiración cristiana.

ACTUAR

Animamos a las universidades a sumarse a esta lucha contra las pobrezas. Los profesores tienen la gran misión de promover en los alumnos otra mentalidad, otras actitudes. Nosotros estamos dispuestos a participar en eventos, conferencias, retiros, pláticas, foros y acciones concretas, para poner nuestro granito de arena y juntos construir otro México, más incluyente y solidario. Se puede. Es lo que nos piden Jesús y su Iglesia.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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