(ZENIT Noticias / Washington, 12.12.2025).- Casi un año después del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, una nueva encuesta sugiere que los católicos estadounidenses están trazando un rumbo político que no encaja con la postura pública de sus obispos, especialmente en materia de inmigración. Los resultados revelan un electorado católico ampliamente favorable al presidente y, en un número significativo, partidario de las deportaciones a gran escala de inmigrantes que viven en el país sin autorización legal.
La encuesta, realizada a principios de noviembre y publicada el 11 de diciembre por EWTN News en colaboración con RealClear Opinion Research, capta actitudes moldeadas no por la retórica de campaña, sino por el gobierno ya en marcha. Trump, quien ganó el voto católico en las elecciones de 2024, ha comenzado a implementar una de sus promesas más controvertidas: las deportaciones masivas. Esta política ha sido criticada repetidamente por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, pero parece tener eco en la mayoría de los votantes católicos.
Según la encuesta, el 54% de los votantes católicos apoya la detención y deportación generalizada de inmigrantes no autorizados, mientras que el 30% se opone y el resto expresa ambivalencia. Cabe destacar que el apoyo a las deportaciones supera ligeramente la aprobación católica general del propio Trump, lo que sugiere que la aplicación de la ley migratoria, como tema, ha adquirido una dimensión política propia.
Las divisiones dentro de la población católica son pronunciadas. Los católicos blancos muestran el mayor respaldo a las deportaciones, con un 60% a favor y poco más de una cuarta parte en contra. Entre los católicos latinos, las opiniones están mucho más divididas: el 41% apoya la política, mientras que el 39% la rechaza. Estas diferencias reflejan las antiguas divisiones demográficas y culturales dentro del catolicismo estadounidense, ahora agudizadas por las realidades de la aplicación de la ley.
La práctica religiosa también parece ser importante. Los católicos que asisten a misa semanalmente son más propensos tanto a aprobar al presidente como a respaldar las deportaciones. Casi seis de cada diez asistentes habituales a misa apoyan las deportaciones a gran escala, en comparación con la mitad de los que asisten con menos frecuencia. Un patrón similar surge en la preferencia presidencial: más del 60% de los asistentes a la misa semanal tienen una opinión positiva de Trump, mientras que quienes asisten con poca frecuencia se dividen casi por igual entre opiniones favorables y desfavorables.

En general, el 52% de los votantes católicos tienen una opinión favorable de Trump, mientras que el 37% tiene una opinión desfavorable. Entre los católicos blancos, la aprobación asciende a casi el 58%, mientras que los católicos latinos se mantienen muy divididos. Los datos muestran un electorado católico que no es monolítico, pero cuyo centro de gravedad se inclina más hacia la administración que hacia el liderazgo episcopal en este tema.
La Casa Blanca ha interpretado rápidamente las cifras como una validación. Un subsecretario de prensa calificó de histórico el apoyo católico a Trump, atribuyendo a su administración acciones tangibles en temas importantes para muchos creyentes. Los funcionarios señalan las iniciativas para combatir el sesgo anticristiano, los indultos a activistas provida, la aplicación de la Enmienda Hyde, las restricciones a las políticas de género que afectan a menores y la desfinanciación de los proveedores de abortos como prueba de que el presidente ha cumplido las promesas hechas a las personas de fe.
Otras figuras importantes de la administración también registran una aprobación católica relativamente alta. Aproximadamente la mitad de los votantes católicos expresan una opinión favorable del vicepresidente J.D. Vance, mientras que el secretario de Estado, Marco Rubio, goza de calificaciones positivas que superan significativamente las negativas. En conjunto, estas cifras sugieren que la agenda más amplia de la administración tiene eco en una parte considerable de los votantes católicos, más allá del presidente.
Sin embargo, el contraste con la postura de los obispos es difícilmente mayor. En noviembre, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos emitió una declaración unificada en contra de las deportaciones masivas indiscriminadas, aprobada por más del 95% de los obispos con derecho a voto. Poco después, el Papa León XIV instó a los estadounidenses a tomar en serio la orientación de sus obispos, reforzando el marco moral que la Iglesia ha aplicado desde hace tiempo a la migración.
La tensión resultante ha suscitado debate entre académicos católicos. Chad Pecknold, teólogo de la Universidad Católica de América, argumenta que las encuestas reflejan un consenso público más amplio a favor de la deportación y sugiere que el enfoque de los obispos se ha distanciado de la realidad política. En su opinión, las declaraciones episcopales se basan en juicios prudenciales moldeados por supuestos liberales que ya no convencen a gran parte del electorado, especialmente en asuntos relacionados con la seguridad nacional y el bien común.
Otros ven continuidad en lugar de un error de cálculo. La historiadora Julia Young, también de la Universidad Católica, sitúa la postura de los obispos en una larga tradición de defensa de los inmigrantes. Señala que el propio catolicismo estadounidense se forjó a través de sucesivas oleadas migratorias —desde Europa en el siglo XIX hasta Latinoamérica en el XX— y que gran parte del crecimiento reciente de la Iglesia es inseparable de las comunidades inmigrantes. Desde esta perspectiva, la preocupación episcopal no es la formulación de políticas abstractas, sino el realismo pastoral: los inmigrantes no son forasteros para la Iglesia; son su pueblo.
Young también recuerda que los primeros católicos inmigrantes se enfrentaron a un nativismo feroz, a menudo alimentado por sospechas de que su lealtad residía en Roma y no en Estados Unidos. Esa historia, sugiere, informa la cautela episcopal actual contra las políticas que corren el riesgo de estigmatizar a comunidades enteras.
La propia enseñanza católica se resiste a los eslóganes políticos fáciles. El Catecismo afirma que las naciones prósperas tienen el deber, dentro de sus posibilidades, de acoger al extranjero, al tiempo que insiste en que los inmigrantes respeten las leyes y el patrimonio cultural de los países que los reciben. Al mismo tiempo, reconoce la autoridad de los gobiernos para regular la migración al servicio del bien común. El marco moral de la Iglesia, por lo tanto, da pie a desacuerdos legítimos sobre políticas, al tiempo que insiste en la dignidad humana como principio innegociable.
Lo que la nueva encuesta deja claro es que muchos votantes católicos están sacando sus propias conclusiones sobre cómo se aplican esos principios en la práctica. Queda por ver si esta divergencia indica un reajuste duradero o una convergencia momentánea en torno a un único tema. Lo cierto es que la inmigración se ha convertido en una línea divisoria no solo en la política estadounidense, sino en la propia vida pública católica, lo que obliga a un equilibrio entre la enseñanza moral, la preocupación pastoral y el criterio político.
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