la encuesta reveló que la mayoría (el 55 %) apoya el uso de la pena capital para las personas condenadas por asesinato Foto: Getty Images

Los católicos estadounidenses sí están a favor de la pena de muerte, según encuesta recién publicada

Una reciente encuesta nacional realizada por EWTN News en colaboración con RealClear Opinion Research ilustra esta tensión con una claridad inusual

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(ZENIT Noticias / Washington, 12.12.2025).- La oposición moral de la Iglesia Católica a la pena de muerte se encuentra entre sus enseñanzas contemporáneas más claras. Sin embargo, entre los votantes católicos de Estados Unidos, esta postura sigue encontrando una resistencia significativa, lo que revela una brecha persistente entre la doctrina oficial y los instintos morales de los fieles.

Una reciente encuesta nacional realizada por EWTN News en colaboración con RealClear Opinion Research ilustra esta tensión con una claridad inusual. Tras entrevistar a 1000 votantes católicos a mediados de noviembre, la encuesta reveló que la mayoría (el 55 %) apoya el uso de la pena capital para las personas condenadas por asesinato. Solo uno de cada cinco encuestados rechazó la práctica rotundamente, mientras que un sorprendente 25 % expresó incertidumbre, lo que sugiere un electorado dividido no solo con respecto a las enseñanzas de la Iglesia, sino también dentro de sí mismo.

Los hallazgos son particularmente notables a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica, revisado en 2018 bajo el papado del papa Francisco, que ahora declara inequívocamente que la pena de muerte es «inadmisible» porque viola la dignidad inviolable de la persona humana. La Iglesia, añade el texto, trabaja «con determinación» por su abolición en todo el mundo. Este lenguaje marcó una ruptura decisiva con las formulaciones anteriores, que permitían la pena capital en casos excepcionales donde se consideraba la única forma de proteger a la sociedad.

Los patrones en los datos complican el panorama. Los católicos que asisten a misa semanalmente —que a menudo se asume que están más alineados con las enseñanzas de la Iglesia— son algo más propensos a oponerse a la pena de muerte que quienes asisten con menos frecuencia. Aun así, el apoyo entre quienes asisten a misa con regularidad sigue siendo alto: poco más de la mitad está a favor de la pena capital para asesinos convictos, mientras que aproximadamente una cuarta parte se opone y el resto permanece indeciso. Entre quienes asisten con menos frecuencia, el apoyo aumenta aún más y la oposición disminuye drásticamente.

Estas cifras apuntan a una paradoja moral más profunda dentro del catolicismo estadounidense. Si bien la Iglesia ha desarrollado de forma constante una ética de la vida coherente que abarca desde el aborto hasta los cuidados paliativos y la justicia penal, muchos católicos parecen aplicar la etiqueta «provida» de forma selectiva. La hermana Helen Prejean, cuyo ministerio a través de décadas con los condenados a muerte ha moldeado el debate público e inspirado la película Dead Man Walking, argumenta que esta inconsistencia está profundamente arraigada.

En su opinión, muchos creyentes defienden instintivamente la vida inocente, pero les cuesta extender la misma preocupación moral a los culpables de crímenes graves. Una vez que una persona es etiquetada como asesina, observa, la imaginación moral a menudo se bloquea. El lenguaje catequético revisado, dice, desafía precisamente este reflejo al insistir en que la dignidad no es algo que se gana con la inocencia, sino algo intrínseco a todo ser humano.

Prejean también señala un matiz importante que a menudo se pasa por alto en las encuestas públicas. El apoyo a la pena de muerte tiende a erosionarse cuando se ofrecen alternativas concretas, como la cadena perpetua sin libertad condicional. Los jurados, señala, se muestran cada vez más reacios a imponer la pena de muerte, lo que sugiere que las actitudes se suavizan cuando las personas se enfrentan a opciones reales en lugar de categorías abstractas de delito y castigo.

Ese cambio es importante, especialmente dado el amplio segmento de católicos que dicen no estar seguros de su postura. Para Prejean, esta incertidumbre no es un fracaso, sino una oportunidad. Refleja una tensión moral aún vigente, que puede moldearse mediante el encuentro, la educación y la formación pastoral. Las convicciones morales, argumenta, a menudo maduran no solo mediante argumentos, sino mediante el contacto personal con las personas afectadas por el sistema.

Los defensores católicos que trabajan en el ámbito político coinciden con esta evaluación. Krisanne Vaillancourt Murphy, quien lidera la Red Católica de Movilización, enfatiza que la oposición de la Iglesia a la pena capital no es una innovación reciente, sino la culminación de décadas de reflexión por parte de sucesivos papas, desde Juan Pablo II hasta Benedicto XVI y ahora León XIV. En Estados Unidos, los obispos han pedido repetidamente su abolición, enmarcando el tema directamente en la defensa más amplia de la vida humana por parte de la Iglesia.

Para Murphy, la persistencia del sentimiento a favor de la pena de muerte entre los católicos indica la necesidad de una catequesis más profunda, en lugar de un retroceso doctrinal. La enseñanza de la Iglesia, insiste, es clara; lo que sigue siendo desigual es su recepción. Superar esa brecha requiere una formación moral sostenida capaz de traducir principios abstractos en convicciones concretas.

Los resultados de la encuesta, por lo tanto, no miden simplemente la opinión. Exponen una fractura en la vida católica estadounidense, donde actitudes culturales profundamente arraigadas hacia el crimen y el castigo chocan con una visión evangélica de la misericordia y la dignidad humana. Que esa tensión se reduzca o se amplíe en los próximos años puede depender menos de los números de las encuestas que de la capacidad de la Iglesia para conectar con las conciencias allí donde están, particularmente entre aquellos que, por ahora, aún están indecisos.

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Tim Daniels

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