(ZENIT Noticias / Castelgandolfo, 24.12.2025).- Los últimos días antes de Navidad ofrecieron al Papa León XIV un inusual momento público de síntesis: un breve intercambio improvisado con periodistas que entrelazó un conflicto global, frágiles ceses del fuego y una profunda decepción moral personal, arraigada en su propia patria. El escenario fue Castel Gandolfo, mientras el Papa salía de Villa Barberini entre villancicos, aplausos y los tranquilos rituales de una visita papal, ya familiares en la ciudad lacustre.
En la noche del 23 de diciembre, León XIV volvió repetidamente a un mismo tema que enmarcó sus reflexiones: el sentido de la vida, la dignidad humana y la posibilidad de la paz, aunque solo fuera por un día.
Las primeras palabras del Papa se dirigieron al exterior, hacia las zonas de guerra activas del mundo. Expresó su pesar por la presunta negativa de Rusia a aceptar una tregua navideña propuesta en Ucrania, calificando la noticia como una de las mayores cargas personales que soporta durante las fiestas. La Navidad, insistió, no debería pasar sin al menos una interrupción simbólica de la violencia. Su llamamiento fue deliberadamente modesto: no un acuerdo integral, sino 24 horas de contención, un solo día en el que las armas silencien.
La misma esperanza afloró al hablar de Oriente Medio. León XIV se refirió a la reciente visita del cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, a Gaza, describiéndola como una muestra de cercanía pastoral en medio de la devastación. Apenas unas horas antes, el Papa dijo, había estado en contacto con el párroco de la iglesia de la Sagrada Familia de Gaza, donde los cristianos intentaban celebrar la Navidad en condiciones que siguen siendo precarias. El pontífice expresó un cauto optimismo respecto a que las negociaciones sobre la siguiente fase del alto el fuego podrían mantenerse, incluso cuando la realidad cotidiana sobre el terreno sigue siendo inestable.
Sin embargo, los comentarios más incisivos de la noche no se reservaron para los campos de batalla lejanos, sino para una decisión tomada en Illinois, el estado donde León XIV nació y creció. En respuesta a preguntas, el Papa confirmó que, durante una reunión privada en el Vaticano en noviembre, había instado al gobernador J. B. Pritzker a vetar la legislación que legaliza el suicidio médicamente asistido para adultos con enfermedades terminales. Ese llamamiento, afirmó, se hizo de forma clara y directa, y fue repetido por el cardenal Blase Cupich de Chicago durante el mismo encuentro.
Sin embargo, la ley se firmó el 12 de diciembre, una decisión que León XIV calificó sin vacilar de profundamente decepcionante. Para el Papa, no se trata de una política abstracta, sino de una cuestión fundamental sobre cómo las sociedades responden al sufrimiento. Reiteró la convicción de la Iglesia de que la vida conserva su dignidad desde la concepción hasta la muerte natural, y advirtió contra la idea de que el suicidio asistido no se considere un acto de compasión mientras persistan deficiencias más profundas en la atención, el acompañamiento y la solidaridad.
Sin embargo, en lugar de detenerse en la confrontación política, León XIV aprovechó el momento para redirigir la atención a la propia Navidad. La Encarnación, dijo, revela el verdadero significado de la vida humana: no autonomía a cualquier precio, sino relación, vulnerabilidad y esperanza. Su invitación fue amplia, extendiéndose más allá de los católicos a «todas las personas», instándolas a reflexionar durante la festividad sobre la bondad de la vida en cada etapa y condición.
Los comentarios del Papa coincidieron con las preocupaciones ya expresadas por los obispos de Illinois, quienes argumentan que la nueva ley corre el riesgo de exponer a las personas mayores, discapacitadas y pobres a sutiles presiones, a la vez que desvía la atención de la expansión de los cuidados paliativos. El cardenal Cupich, en los últimos días, también ha advertido que las políticas estatales ponen cada vez más a los ministerios católicos de salud en conflicto directo con sus convicciones morales, particularmente en cuestiones de vida.
En Castel Gandolfo, el Papa no enumeró esas batallas en detalle. En cambio, las enmarcó en un horizonte más amplio. Desde Ucrania hasta Gaza, desde las cámaras legislativas hasta las salas de hospital, León XIV sugirió que persiste la misma cuestión moral: si la vida humana debe considerarse inviolable, incluso cuando es frágil, incómoda o está marcada por el sufrimiento.
El llamamiento del Papa no tenía un tono diplomático ni legislativo, sino pastoral y simbólico. En un mundo marcado por la guerra y la fractura ética, pidió algo engañosamente simple: un día de paz y una renovada reverencia por la vida que no se agote cuando la esperanza se vuelve difícil.
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