(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 24.07.2025).- Donald Trump, con el helicóptero oficial a sus espaldas, admite que no tiene previsto ningún encuentro oficial con el papa León XIV, se hace (de nuevo) valedor del favor político de su hermano Louis Prevost y, pocas horas después, un tanque israelí apunta contra la parroquia católica de la Sagrada Familia en la ciudad de Gaza, sumando tres víctimas más a las más de 60,000 del exterminio que se está llevando a cabo en la Franja. La historia —y la comunicación— también está hecha de convergencias.
Donald Trump —dos divorcios, tres matrimonios y cinco hijos de tres mujeres diferentes— tiene en gran estima a la familia. Tanto que la sobrevalora, se diría, al igual que hace sistemáticamente con sus propias capacidades. Esta es la sensación que transmite el estúpido intento de instrumentalizar la figura —antes que la persona— del papa León XIV a través de su hermano, Louis Prevost.
Louis, de 73 años, el mayor de los tres hermanos Prevost, es un locuaz veterano retirado de la Marina. Pero hay otra característica que interesa a Trump (y a los refinados estrategas de su séquito): la marcada simpatía de Louis Prevost por el MAGA, el movimiento «Make America Great Again» que une (¿unía?) a Trump, Musk y otras personalidades más que emblemáticas del «sueño americano» de nuestro tiempo.
Las opiniones políticas de Louis Prevost llamaron la atención desde las primeras horas tras la elección del nuevo pontífice, sobre todo en los círculos conservadores del otro lado del Atlántico. Sin demasiado esfuerzo, bastó con un rápido repaso de los contenidos publicados por el hermano de León XIV en las redes sociales a lo largo de los años para hacerse una idea de su posicionamiento electoral, entre el respaldo a las posiciones de «America First», algunos comentarios fuera de lugar sobre Gaza e insultos a la ex presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, la católica (poco ortodoxa) Nancy Pelosi.
Así, no tardó mucho en que un Donald Trump en crisis de resultados intentara incluir a Louis Prevost (e, indirectamente, al Papa) en su círculo mágico, cada vez más deteriorado. Antes de los elogios fuera de contexto de los últimos días, se remontan a mayo, dos semanas después de la elección de León XIV y pocas horas después de la enésima llamada telefónica fallida con Putin, las fotos del encuentro en el Despacho Oval de la Casa Blanca entre el presidente estadounidense, su vicepresidente J. D. Vance, Louis Prevost y su esposa Deborah. No parece haber comentarios sobre la finca californiana de la pareja, tras la ironía mordaz sobre la elegancia de Zelensky. Una imagen difundida en X por una asesora del presidente describe, en cambio, el momento como un «gran encuentro». Ya antes de verse en persona, Trump había expresado su deseo de «dar la mano» y «abrazar» a Louis Prevost.

Hubo un tiempo en que las tramas políticas se centraban en los nietos (y a veces en los hijos) de los pontífices. Hoy en día, la desconcertante banalidad del recurso de Donald Trump a la instrumentalización del mayor de los Prevost demuestra lo profundo que es el obstáculo que supone un papa estadounidense como León XIV para la realización de la agenda MAGA. La verdad es que, para Donald Trump, el primer pontífice estadounidense es un obstáculo nada desdeñable. Y el estilo personal, comunicativo y pastoral del papa Prevost, diferente al de su predecesor Francisco, no hace sino hacerlo aún más insidioso para Trump.
Los llamamientos a favor de una paz auténtica en los distintos escenarios de conflicto, del respeto a la dignidad de todas las personas, incluidos los migrantes, y de la superación de toda grave desigualdad existencial, lejos de un supuesto «socialismo», demuestran que otros Estados Unidos son posibles. Es más, que toda otra América es posible.
Una América que no contrapone, por interés, a Estados Unidos, Panamá, México, Brasil, Canadá y Groenlandia, sino que se basa en la certeza de que «ningún grito de las víctimas inocentes de la violencia, ningún lamento de las madres que lloran a sus hijos quedará sin respuesta». Consciente, como lo era en ese sueño americano que nunca fue solo estadounidense, de que «cada uno de nosotros, a lo largo de la vida, puede encontrarse sano o enfermo, ocupado o desempleado, en su patria o en tierra extranjera: sin embargo, su dignidad sigue siendo la misma, la de una criatura querida y amada por Dios». Una América que sepa asumir sus responsabilidades en «la coyuntura histórica que estamos viviendo, en la que convergen guerras, cambios climáticos, crecientes desigualdades, migraciones forzadas y conflictivas, pobreza estigmatizada, innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad laboral y de derechos». Por no hablar del peso creciente de «las palabras gritadas, a menudo las noticias falsas y las tesis irracionales de unos pocos prepotentes».
En definitiva, pretender ocultar el polvo de la propia incapacidad política bajo una bandera de estrellas y rayas, añadiéndole además la blanca y amarilla del Vaticano, es más que inverosímil. Un intento anterior de Trump de instrumentalizar al Papa —en aquel momento se trataba de Francisco, a través del secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo— había concluido con un decidido enfriamiento de las relaciones diplomáticas, por otra parte ya tibias.
Con el debido respeto a la ambición de seducir al influyente electorado católico estadounidense, al que, sin embargo, se llegó por otras vías. Simplemente, las posiciones MAGA de Trump & Co. nunca podrán ser asumidas por la Iglesia porque son anticristianas, tanto como lo eran las llamadas «progresistas» defendidas por Joe Biden. Por el amor de Dios. O mejor dicho, por el amor al prójimo.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
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