CIUDAD DEL VATICANO, 18 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ofreció este jueves pistas para que la Iglesia supere la crisis de la vida consagrada, patente desde mediados de los años sesenta, y registrada por las estadísticas que maneja la Santa Sede.
El pontífice pidió todo esfuerzo posible para apoyar este «don de Dios para la Iglesia» al encontrarse con un grupo de obispos franceses de la provincia eclesiástica de Marsella y con el arzobispo de Mónaco.
El «Anuario Estadístico de la Iglesia» revela que en 1985 en la Iglesia católica había 917.432 religiosas (de votos temporales y perpetuos); en 2001 eran 792.317. En Europa, se pasó en esos 16 años de 493.045 a 357.840. El número de religiosas disminuye constantemente en América Latina, América del Norte y Oceanía; mientras que aumenta en África, Asia.
Según esta misma fuente, en 1985 había en el mundo 150.161 sacerdotes religiosos (no diocesanos); en 2001 eran 138.619. En Europa, en esos 16 años se pasó de 71.642 a 62.546. Su número disminuye también en todos los continentes con la excepción de África, donde han comenzado a aumentar ligeramente a partir del año 2000.
El número de religiosos laicos (con votos perpetuos y temporales) pasó de 65.208 en 1985 a 54.970 en 2001. Aumentan en África y Asia, mientras que disminuyen en el resto de los continentes.
Esta crisis de la vida consagrada, según constató el Papa con los obispos franceses, provoca el envejecimiento de comunidades religiosas, «con consecuencias inevitables para la vida de los institutos, para su testimonio, para su gobierno e incluso para sus opciones ligadas a su misión».
El Papa dedicó su intervención a ofrecer pistas para que la Iglesia pueda superar esta crisis.
En primer lugar insistió en la «formación permanente» de los religiosos; «en particular a nivel teológico y espiritual».
Insistió, después, en la necesidad de que los religiosos profundicen en su «carisma» para «renovar sus obras, prestando particular atención a escuchar con gran disponibilidad las nuevas llamadas del Espíritu» y respondiendo «a las urgencias espirituales y misioneras del momento».
Pidió, también a los obispos y a todos los católicos «promover la vocación y la misión de la vida consagrada».
El obispo de Roma abogó después por «diálogo institucional» entre congregaciones religiosas, conferencias episcopales y las conferencias de superiores mayores para lograr una «auténtica concertación e intercambios fructuosos». El objetivo es que cada instituto de vida consagrada pueda integrarse mejor en la vida de la Iglesia diocesana, señaló en este sentido.
Recordando que los religiosos son hoy protagonistas de la «imaginación de la caridad», especialmente junto a las personas «heridas por la vida», reconoció que su testimonio sigue interpelando a los jóvenes.
Pidió, por este motivo, a obispos y religiosos prestar una «atención renovada a los jóvenes que desean comprometerse en la vida religiosa», asegurando que reciban una sólida formación «humana, intelectual, moral, espiritual, comunitaria y pastoral».
En medio de esta crisis de vocaciones consagradas, constató por último el Papa, se da un nacimiento de nuevas comunidades de vida consagrada, que están dando «un nuevo empuje».
«Las comunidades religiosas nuevas son una oportunidad para la Iglesia --reconoció--. Ayudadas por los obispos, a quienes les corresponde ser vigilantes, tienen todavía necesidad de madurar, de arraigarse y en ocasiones de organizarse según las reglas canónicas en vigor, con prudencia».
«¡Que todos se recuerden que el espíritu de diálogo, de colaboración fraterna al servicio de Cristo y de la misión debe prevalecer sin cesar!», recomendó, exigiendo que se evite toda «competición y antagonismo».
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Dec 18, 2003 00:00