CIUDAD DEL VATICANO, 22 marzo 2002 (ZENIT.org).- La Iglesia tiene el desafío de evangelizar el placer y la alegría, que para muchos contemporáneos parecen enemigos de Dios, afirmó el predicador del Papa en su última meditación de preparación a la Semana Santa.

Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia Romana, al igual que hicieron en otros viernes de esta Cuaresma, dejaron a un lado al inicio de esta mañana sus ocupaciones para escuchar la reflexión del padre Raniero Cantalamessa, sobre el «rostro del Resucitado».

Un rostro, comenzó constatando el predicador de la Casa Pontificia, que en ocasiones no se contempla suficientemente, a causa de una cierta tradición que concentra en la Cuaresma el «período intenso» de las iniciativas pastorales y de la celebración de los ritos.

Una riqueza, siguió explicando el fraile capuchino, que no hay que perder, pero que tiene un inconveniente: de este modo «se tiene la oportunidad de evangelizar y santificar el sufrimiento», pero no se evangeliza suficientemente «la alegría».

El riesgo es que el escenario de los temas de la Pasión prevalezca sobre el de la Pascua, «exultación y fiesta», que en los primeros siglos del cristianismo, antes de la institución de la Cuaresma, representaba el período privilegiado de los sacramentos, la catequesis y la liturgia.

«En el mundo de hoy nos damos cuenta cada vez mejor --constató-- que evangelizar el placer y la alegría no es menos importante que evangelizar el dolor. Una de las causas que llevan a los jóvenes --y no sólo a ellos-- a pensar que Dios es enemigo de la alegría, que con Dios todo placer, toda fiesta, toda explosión de alegría es pecado».

Nada más equivocado, insistió el predicador pontificio, pues el sepulcro vacío es la imagen misma de esa irrefrenable aspiración humana al placer, tal y como lo entiende Dios.

«La resurrección de Cristo es la máxima afirmación de que el fin de la vida no es el sufrimiento y la renuncia, sino la alegría y el gozo. Jesús ha roto la cadena del placer que genera sufrimiento y la ha sustituido con el sufrimiento que general placer», explicó.

«De este modo, la alegría tiene la última palabra, y no el sufrimiento. ¡Tenemos una necesidad enorme de hacer resplandecer ante los ojos de nuestros contemporáneos el rostro del Resucitado!», concluyó el padre Cantalamessa.