Hoy sábado, 17 de mayo, tiene lugar en París, en presencia del duque d’Anjou, una solemne procesión organizada por la Asociación “Oriflamme” que partirá de la Iglesia de San Eugenio en dirección a la catedral de Notre-Dame. Con esta iniciativa se quiere honrar a este gran rey que nació el 25 de abril de 1214 y fue coronado el 29 de noviembre de 1226, sabiendo dejar en sus súbditos el poso de la fe que latía en sus entrañas bajo el carisma franciscano, a cuya orden seglar se abrazó. Por algo dijo Voltaire aludiendo a su persona: No es posible que ningún hombre haya llevado más lejos la virtud. Y es que este santo monarca, el último que abanderó las cruzadas en Tierra Santa, fue aclamado y reconocido por sus súbditos que vieron en él a un fiel esposo y un padre ejemplar, bondadoso con todos, desprendido con los que nada tenían, una persona dadora de paz que supo dispensar la justicia. Hoy día continúa siendo una figura señera en la historia de Francia que no ha sido superada por sus sucesores.
 
Pero, sobre todo, y esto es lo que han querido subrayar los organizadores de esta procesión, este es un momento propicio para volver a recordar la grandeza espiritual de un rey que perdió la vida en Túnez en 1270, en el transcurso de la octava cruzada, y que legó a su hijo un testamento sublime. En él le recordó que el primer mandamiento de la ley de Dios debía ser el signo que marcase su vida, le alentó contra el pecado, disponiéndole al sacrificio, llevándole a amar a todos, especialmente a los desheredados de bienes y afecto. Le dispuso a vivir la justicia, la obediencia, la piedad…; quiso que no se olvidara de ser obediente a la Iglesia y al papa, rogándole que luchara contra la blasfemia y la herejía, entre otras voluntades todas de cariz espiritual que también consignó. Cuando se lee este excepcional testamento en su totalidad se comprende que la Asociación “Oriflamme”, que tiene entre sus fines fomentar la cultura y las raíces cristianas de Francia, haya tenido en cuenta que un hombre de esta talla no puede caer en el olvido. Y que la sociedad actual precisa de testigos de la fe, modelos de santidad, hombres de honor, como el que este monarca encarna.

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