jóvenes radicalizados prendieron fuego deliberadamente al árbol erigido frente a la parroquia del Santísimo Redentor en esta ciudad de Cisjordania Foto: Vatican News

Musulmanes incendian árbol de Navidad católico en Cisjordania

El mensaje de la comunidad cristiana fue inequívoco. Aunque el árbol se quemara cien veces, dijeron, se reconstruiría mil veces más

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(ZENIT Noticias / Cisjordania, 24.12.2025).- Las llamas que consumieron un árbol de Navidad en Yenín pretendían ser un acto de intimidación. Sin embargo, se convirtieron en un testimonio involuntario de resistencia. En la madrugada del 22 de diciembre, jóvenes radicalizados prendieron fuego deliberadamente al árbol erigido frente a la parroquia del Santísimo Redentor en esta ciudad de Cisjordania. Al anochecer del día siguiente, un nuevo árbol ya estaba en pie, iluminado y bendecido, rodeado de una comunidad decidida a no refugiarse en el silencio.

Para el arzobispo Adolfo Tito Yllana, representante de la Santa Sede en Israel y delegado apostólico para Jerusalén y Palestina, el ataque cruzó una línea clara. Lo describió como un acto reprensible que socava la convivencia y ataca un signo visible de la presencia cristiana. Un árbol de Navidad, enfatizó, no es una provocación, sino una declaración: una afirmación pública de que los cristianos existen aquí y de que celebran su fe abiertamente.

Sin embargo, la respuesta más contundente no provino de un lenguaje diplomático, sino de los propios fieles locales. “No quemen el alma”, repitieron al reunirse para inaugurar el árbol de reemplazo el 23 de diciembre. La frase reflejaba una convicción colectiva: los símbolos se pueden destruir, pero la identidad no. El obispo William Shomali, vicario general del Patriarcado Latino de Jerusalén, viajó a Yenín para bendecir el nuevo árbol, calificándolo de signo de nueva vida y luz capaz de iluminar los corazones heridos. Las autoridades locales estuvieron presentes, subrayando que el incidente no representaba las relaciones comunitarias más amplias.

El mensaje de la comunidad cristiana fue inequívoco. Aunque el árbol se quemara cien veces, dijeron, se reconstruiría mil veces más. Esto no es bravuconería, sino supervivencia marcada por décadas de marginación, restricciones e incertidumbre. Como observó el arzobispo Yllana, los perpetradores deben ser considerados como individuos, no como portavoces de comunidades enteras. Actos como estos, insistió, no contribuyen en nada a fomentar la coexistencia pacífica en una tierra ya agobiada por el miedo y la sospecha.

En la cercana Ramallah, las celebraciones navideñas ofrecieron una imagen contrastante. Católicos, cristianos ortodoxos, miembros de otras tradiciones cristianas y musulmanes se reunieron en una expresión compartida de alegría. Tras dos años marcados por la guerra y la creciente tensión, las celebraciones transmitieron una sensación de alivio mezclada con agotamiento. La alegría era real, pero difícil de conseguir. Las restricciones de movimiento, las dificultades económicas y la persistente inseguridad siguen siendo realidades cotidianas para los cristianos de toda la región.

La situación es aún más grave en Gaza, donde la magnitud de la destrucción es inimaginable. Según el obispo Shomali, aproximadamente el 80 % de los edificios han resultado dañados o destruidos. El hambre, el desempleo y el miedo condicionan la vida cotidiana. Sin embargo, la Iglesia no se ha retirado. El clero y las estructuras eclesiásticas siguen proporcionando asistencia básica y atención pastoral, incluso ante la escasez de recursos. Muchos residentes, en lugar de abandonar sus tierras, han optado por permanecer junto a las ruinas de sus hogares, viviendo en tiendas de campaña improvisadas como un acto de apego y desafío.

Esta firmeza, sugirió Shomali, se sustenta en una esperanza que va más allá del optimismo. Tiene sus raíces en la fe en un Salvador que entra en la historia no a través del poder, sino de la vulnerabilidad. El arzobispo Yllana se hizo eco de esta perspectiva al recordar el llamado del Papa León XIV a una paz que desarme los corazones antes de desarmar las armas. La reconciliación, ha insistido el Papa, debe incluir incluso a quienes actúan injustamente, porque ellos también son hijos del mismo Padre.

En ese contexto, el árbol reconstruido en Yenín adquiere un significado más profundo. No es una mera decoración estacional, sino una proclamación silenciosa de que la vida cristiana en Tierra Santa no es accidental ni temporal. Tras dos años de guerra en Gaza y reiteradas tensiones en Cisjordania, el arzobispo Yllana resumió la paradoja con una sencillez cautivadora: la esperanza aquí no es un eslogan. Se vive día a día, entre ruinas y renovación.

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Redacción Zenit

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