MOSCU, 21 julio (ZENIT.org).- Monseñor Clemens Pickel, obispo de Saratow y administrador apostólico de la Rusia meridional, ha publicado en el semanario «Alfa y Omega» una carta en la que repasa las actividades de un día en su vida. Constituye un significativo testimonio para comprender la situación que atraviesa en estos momentos esta región rusa y la labor que hace la Iglesia católica en el país.
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Queridos amigos: Este año habrá una cosecha mucho mejor que la de años pasados, puesto que todos los días tenemos algo de lluvia. Sin embargo, para el trabajo infantil y juvenil esto no es del todo tan bonito. Por otras razones distintas, hemos pospuesto nuestra Semana Infantil en la ciudad de Marx, prevista para esta semana, a la última del mes de julio. Apesar de ello, hoy hemos traído a 15 niños, de un pueblo, a la catequesis de por la tarde, a aquellos que más dificultades tienen y no tienen nada para comer. Aunque todos sabían que la Semana Infantil había sido aplazada, algunos ya tenían preparada en su casa la bolsa con las cosas más necesarias, porque esperaron que, a pesar de todo, les recogiéramos.
Les recogimos con tres coches en la ciudad, en medio de un aguacero muy fuerte y a través de carreteras fangosas. En los coches –en el mío en cualquier caso–, había el estado de ánimo (o ambiente, o humor) más jovial que se puede desear. Ahora los niños, de 7 a 14 años, están distribuidos en las habitaciones. Por las mañanas, pueden dormir a su gusto, y después empieza la jornada: dos seminaristas de San Petersburgo hacen actualmente sus labores pastorales en Marx. Se ocupan de la catequesis, los juegos, las excursiones, etc. Y una mujer, que –sin exagerar– estaba muriendo de hambre con su hijo, cocinará aquí conmigo, para los niños y para ella misma.
Ayer compramos todo lo necesario. Anteayer todavía enviaba aquella mujer a su hijo pequeño por la tarde a las Hermanas con una nota en la mano, en la que estaba escrito: «Hermanas misericordiosas, dadnos por favor un trocito de pan». Entre los niños del pueblo, no son pocos los que, debido a esfuerzos excesivos nerviosos, en los últimos meses, sufren incontinencias nocturnas de orina. Una niña mayor ha trabajado durante un mes, sin librar ningún día, desde las seis y media de la mañana hasta las seis de la tarde para una empresa en pleno campo, con el fin de ganarse el dinero para comprarse un par de zapatos muy sencillos, sin los cuales no hubiese podido llegar a la ciudad. Se sentó alegre y tranquila en el coche. Una pequeña, por el contrario, vino descalza, y no precisamente porque estuviera lloviendo… A dos de estos niños los deberemos observar un poco. Su madre les despierta cada noche y los envía a robar al pueblo. Cuando no quieren ir por cansancio o por miedo a los muchos y enormes perros que andan sueltos,la madre les pega hasta que ellos consienten en ir…
Estamos teniendo una Semana Infantil adicional, que no estaba planeada, pero que, como parece, estará llena de alegría. Puesto que pudimos comprar alimentos para esta semana, damos las gracias, en este caso concreto, a aquellos que les han dicho a mis padres últimamente: «Él mismo sabe para qué lo necesita en este momento con más urgencia». A la pequeña decalza le compraremos también un par de sandalias. Y ya se verá lo que todavía está por venir.
Por lo demás: lo habitual. Ayer un buen sacerdote ha rehusado otra vez venir a Rusia (a Marx). Esta vez era un lituano, que conozco de mis tiempos en Tadschikistan. Uno de mis párrocos tuvo un accidente de tráfico: un coche pequeño embistió a un camión pesado, que se desvió directamente encima del coche del sacerdote. Entre las circunstancias agravantes figuran que todo ocurrió en nuestra zona de crisis política y, lo que es peor: dentro del coche pequeño culpable se sentaba al volante el hijo de 15 años del jefe de policía.
En Kamyshin consagré anteayer una iglesia a Santa Teresa del Niño Jesús. Hoy llevó el retiro (o examen de conciencia) mensual para las Hermanas, en Marx. Para escribir un carta pastoral, debería sentarme probablemente durante el día –pero ¡¿cuándo?!–. Es parecido al día en el que el Nuncio me dijo que debería ser obispo: me opuse (o le contradije) con palabras del Derecho Canónico, por las cuales un obispo debe tener un doctorado o al menos una licenciatura. El Nuncio respondió tranquilo: «Eso lo puede recuperar». Le pregunte: «¿Cuándo?».
¡Buenas noches!… es lo que el reloj insinúa ahora.
Cordialmente,
+ Clemens Pickel