CIUDAD DEL VATICANO, 5 mar 2001 (ZENIT.org).- Hasta ahora, no había más que rumores. Ayer llegó la primera confirmación oficiosa: por primera vez en la historia, un Papa atravesará el umbral de una mezquita.
Debería ser el 6 de mayo próximo, en la capital siria. Descalzándose, como todos los peregrinos que entran en el recinto sagrado del Islam, Juan Pablo II visitará la grandiosa mezquita de los Omeya, en cuyo interior se conserva una capilla dedicada a san Juan Bautista, donde habría estado un tiempo una reliquia atribuida al precursor de Cristo, considerado también un profeta por los musulmanes.
Se sabía que el pontífice entraría en el patio de la mezquita para encontrarse allí con el gran Mufti (algo parecido a lo que sucedió en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, que tuvo lugar el 26 de marzo de 2000). Ahora bien, nadie imaginaba que el obispo de Roma penetrara en el recinto dedicado a la oración musulmana.
Ayer, sin embargo, el arzobispo greco-melquita Isidore Battikha, que coordina en Damasco, por parte católica, los preparativos de la visita papal, hizo pública la histórica noticia.
La visita del Papa a una mezquita trae espontáneamente a la memoria otro de sus gestos históricos, cuando por primera vez, el 13 de abril de 1986, un obispo de Roma pisaba un recinto sagrado judío, la Sinagoga de Roma.
El acontecimiento de Damasco recuerda también el primer encuentro del pontífice con una multitud de jóvenes musulmanes que llenaron hasta los topes el estadio de Casablanca, el 19 de agosto de 1985. Por invitación del rey Hassan II, el Papa Wojtyla habló a los miles de jóvenes islámicos quienes le correspondieron con una acogida inesperada.
La visita a la mezquita de los Omeya será la ocasión para pedir un diálogo sincero con el Islam, en el recuerdo de los decenios que van del 636 al 705, en los que, en este lugar, la iglesia cristiana dedicada al Bautista fue compartida entre el culto cristiano y el culto musulmán, antes de que en su lugar surgiera la gran mezquita.
Ya sólo por este hecho el viaje de Juan Pablo II a Damasco hará historia. El pontífice llega a esa ciudad siguiendo su peregrinación tras las huellas de san Pablo anunciada en junio de 1999. El periplo también estará preñado de connotaciones ecuménicas, pues, además de la etapa en la capital siria, debería viajar a Malta y a la ortodoxa Atenas.
Esta semana, la comisión permanente de los doce miembros del Santo Sínodo de la Iglesia autocéfala de Grecia, bajo la guía del primado Christodoulos, dará a conocer su parecer sobre la posible visita del Santo Padre a la capital griega.
Si el Papa «quiere venir, nuestra puerta está abierta, faltaría más», afirmó el primado ortodoxo ayer en declaraciones públicas. Sus declaraciones no despejaron un interrogante: ¿Cómo acogerán los jerarcas ortodoxos a Juan Pablo II? ¿Se dignarán reconocerlo como obispo de Roma? Pronto aclararán la duda.