CIUDAD DEL VATICANO, 9 mar 2001 (ZENIT.org).- Pobreza y poder son los dos elementos aparentemente contradictorios que caracterizan la misión del cristiano. Así lo constató esta mañana el cardenal Francis Eugene George, al dirigir sus meditaciones al Papa y a la Curia Romana.
El arzobispo de Chicago dedicó el penúltimo día de estos Ejercicios Espirituales a la última consigna que dejó Cristo a sus discípulos: la misión. Una misión que no se puede entender sin estos dos elementos, pobreza y poder, y que no tienen nada que ver con la visión del mundo.
Para Jesús el auténtico poder es el poder de perdonar, aclaró George, «el poder de romper los lazos que tienen al hombre esclavo del pecado y de la muerte».
La otra cara de la misión es la pobreza. Una fuerza que se comprende mejor al contemplar la vida de Charles de Foucauld, Doroty Day, la Madre Teresa de Calcuta... apóstoles del siglo que acaba de terminar que anunciaron el Evangelio como pobres.
La pobreza también es diferente desde el punto de vista de Jesús, añadió el predicador del Papa. Debe estar al servicio de la misión y no constituirse en un fin en sí misma.
En este sentido, recordó que hay varios tipos de pobreza, como la de quien, por ejemplo, tiene que sacrificarse en vez de dedicarse a las necesidades pastorales directas de la gente. Es el caso precisamente de muchos de los colaboradores del Papa que trabajan en la Curia romana, quienes en ocasiones tienen que afrontar duros trabajos de oficina, menos gratificadores quizá que las satisfacciones humanas que puede alcanzar un misionero.
Ahora bien, para entender el sentido cristiano de la misión, añadió, es necesario comprender el misterio por el que Cristo se hizo hombre.
«La paradoja de la Encarnación y la paradoja de nuestra misión están intrínsecamente ligados --aclaró--. Así como Jesús vino a nosotros, así también nosotros lo llevamos al mundo. Así como viene a nosotros en la pobreza, y con poder, así también nosotros lo llevamos al mundo con nuestra pobreza y con su poder».
En la segunda meditación de esta mañana, el cardenal George insistió en la necesidad de salir al encuentro de los últimos, los desesperados, los que se sienten lejos de Dios, y que en ocasiones son hostiles ante la misma Iglesia.
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Mar 08, 2001 00:00