OPORTO, 9 mar 2001 (ZENIT.org).- El cardenal Joseph Ratzinger ha criticado el hecho de que la Carta Europea de Derechos Fundamentales no reconoce explícitamente la dimensión religiosa de la persona humana y los derechos que se derivan de la misma.
Al intervenir en las Jornadas de Teología de la Universidad Católica de Oporto, celebradas del 5 al 7 de febrero, el cardenal alemán afirmó: «El respeto hacia lo que para otro es sagrado y la reverencia ante lo Sagrado en general, ante Dios, es algo completamente razonable, también para aquellos que personalmente no creen en Dios».
La Carta Europea de Derechos Fundamentales, cuya redacción fue concluida en octubre, ha sido aprobada por los Gobiernos de la Unión Europea en la cumbre de Niza celebrada el pasado mes de diciembre. No tiene, sin embargo, carácter de vinculación. Su aplicación queda por tanto a la merced de los sistemas jurídicos de los diferentes países.
El segundo párrafo de la introducción dice: «Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión se basa en los valores indivisibles y universales de dignidad humana, de libertad, de igualdad, y solidaridad».
Destacados políticos, como el ex presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors (socialista francés), o su actual sucesor en el cargo, Romano Prodi (demócrata-cristiano italiano), han criticado el texto por no hacer ninguna referencia a las raíces cristianas del viejo continente, que no sólo conformaron su unidad, sino que fueron la base sobre la que se cementó la formulación de los mismos derechos humanos (emanados ya en el Evangelio).
En este sentido, y al contemplar la histórica tradición cultural y religiosa de Europa, el prefecto de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe consideró que «Occidente se está autolesionando y esto sólo se puede calificar de «patológico»».
«En efecto –aclaró–, se esfuerza loablemente por abrirse a valores ajenos a él, pero no se presta atención a sí mismo; sólo ve en su propia historia los aspectos más atroces y destructivos y no es capaz de acoger lo que tiene de grandeza y de pureza».
Gracias a Dios, siguió explicando Ratzinger, en nuestra sociedad se castiga a cualquiera que se mofe de la fe de Israel y también a quien desacredita el Corán o el Islam, «pero cuando se trata, en cambio de Cristo y de los valores sagrados para los cristianos, la libertad de opinión parece ser el valor supremo». Y, aclaró, la libertad de opinión está limitada por la ofensa y la violencia.
Por este motivo, el cardenal lamenta el que se haya removido (no lo dijo, pero fue una exigencia del gobierno francés) toda mención a Dios, pues es importante, recalcar «la necesidad de salvaguardar la dignidad humana y los derechos humanos como valores que están por encima de todo ordenamiento jurídico».
Este valor de la dignidad humana, que precede a cualquier acción política, remite en última instancia al Creador: «Sólo Él puede establecer leyes basadas en la esencia misma del hombre y no pueden ser instrumentalizadas por nadie».
De hecho, según Ratzinger, la Carta mantiene (quizá sin querer) un rasgo característico de la identidad cristiana: «Existen valores que no pueden ser manipulados por nadie; éste es el verdadero secreto del Creador y del hombre hecho a su imagen y semejanza. Esta frase de la Carta de los derechos fundamentales protege un elemento esencial de la identidad cristiana europea en una formulación comprensible también para los no-creyentes».
Por último, el cardenal considera que la Carta en ocasiones es demasiado vaga: falta un claro reconocimiento de los valores cristianos concretos en Europa. Ratzinger cita dos ejemplos.
En primer lugar, la ausencia de referencia al «matrimonio monógamo como modelo fundamental de ordenación de la relación entre el hombre y la mujer y, al mismo tiempo, como célula del tejido social del Estado».
El segundo ejemplo se refiere precisamente a la libertad religiosa. Los Estados de la Unión Europea se declaran neutrales respecto a las religiones, sin considerar que existen «rasgos característicos de la identidad de nuestra cultura» que necesitan una salvaguarda especial, por ejemplo, las grandes festividades como la Navidad, la Pascua, Pentecostés o el domingo».
Según el cardenal, la tolerancia tiene un límite: ¿qué será de las comunidades religiosas que han hecho caso omiso de los valores garantizados por la Carta de los Derechos Fundamentales, como la libertad religiosa misma, o la renuncia clara al uso de la violencia?