CIUDAD DEL VATICANO, 12 abril 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II se adentró de lleno en las celebraciones de la pasión, muerte y resurrección de Cristo dirigiendo a los cristianos una apremiante invitación a contemplar con estupor el milagro más grande de todos los tiempos: la Eucaristía.
«La Eucaristía no es la simple memoria de un rito pasado –aclaró–, sino la viva representación del gesto supremo del Salvador. Esta experiencia tiene que llevar a la comunidad cristiana a convertirse en profecía del mundo nuevo, inaugurado por la Pascua» de Jesús.
El pontífice celebró la misa en la Cena del Señor de este Jueves Santo en su catedral, la Basílica de San Juan de Letrán, llena hasta los topes. El ambiente era solemne. La segunda lectura y el evangelio se cantaron en griego antiguo y después en latín, recuperando las palabras y el ambiente con el que escucharon las escrituras los primeros cristianos en esta misma metrópoli.
Los presentes revivieron así el «escándalo» de la Eucaristía: el pan y el vino se convierten «verdadera, real y substancialmente» en el cuerpo y la sangre de Cristo. «La mente se siente perdida ante un misterio tan sublime», constató el Papa.
Ahora bien, la Eucaristía no se puede entender sin aquel gesto impensable en tiempos de Jesús con el que lavó los pies a sus discípulos. El Papa con sencillez volvió a repetirlo, lavando los pies a doce sacerdotes.
«Con este gesto –explicó el pontífice–, Jesús recuerda a sus discípulos de todos los tiempos que la Eucaristía exige que sea testimoniada en el servicio de amor a los hermanos».
«El lavatorio de los pies se presenta como un acto paradigmático –insistió–, que tiene su clave de lectura y su explicación plena en la muerte en cruz y en la resurrección de Cristo. En este acto de servicio humilde, la fe de la Iglesia ve el fin natural de toda celebración eucarística. La auténtica participación en la Misa no puede dejar de generar amor fraterno, ya sea en cada creyente, ya sea en toda la comunidad eclesial».
Para subrayar esta dimensión, mientras el pontífice lavaba los pies de los sacerdotes, se pidió a todos los presentes un acto de generosidad traducido en un donativo a favor de los damnificados por los terremotos que flagelaron El Salvador en enero y febrero pasados, causando más de 1.200 muertos.
El dinero recogido fue entregado después al Santo Padre en el momento de la presentación de los dones, en el ofertorio. Lo enviará para apoyar las obras de caridad que realiza la Iglesia en el país centroamericano, donde se ha convertido en protagonista de la reconstruccion.