7 abr 2001 (ZENIT.org).- ¿Deberían las Iglesias implicarse más en la vida pública y social en Gran Bretaña? Según el primer ministro, Tony Blair, la respuesta es sí. El pasado 29 de marzo, Blair habló ante el Movimiento Cristiano Socialista e hizo un llamamiento a las organizaciones humanitarias confesionales a que colaboren con el Gobierno en la promoción de la salud y el bienestar, según informó «The Guardian» el 30 de marzo.

Los asistentes procedían de diversas organizaciones cristianas y no cristianas. El líder británico dijo a los representantes de estos grupos: «Vuestro papel, en el sector del voluntariado, trabajando en colaboración con el Gobierno central y local, es legítimo e importante, y donde tengáis el deseo y la capacidad de desempeñar un gran papel, con el apoyo de vuestras comunidades, deseamos veros hacerlo... deseamos que seáis nuestros colaboradores, no sustitutos. Deseamos emprender esta colaboración dondequiera que podamos».

La idea de una colaboración entre el Gobierno y las Iglesias para ayudar a resolver los problemas sociales fue propuesta recientemente en Estados Unidos por la nueva administración del presidente George Bush. En Gran Bretaña, tanto Blair como el líder del Partido Conservador de la oposición, William Hague, se han esforzado en conseguir el apoyo de los grupos religiosos para sus plataformas.

En su discurso, Blair admitió que el Partido Laborista ha sido a menudo muy receloso a la hora de incluir en sus listas a tales grupos, y mantuvo que había un «conjunto de valores equivocado y anticuado» que exigía una elección entre el estado y la ayuda voluntaria. También anunció que se está poniendo en marcha un grupo interconfesional, el Grupo de Lambeth, con el objetivo de ver cómo el Gobierno y los grupos religiosos establecen una gama de lo que describió como intereses compartidos.

Blair es uno de los líderes políticos religiosos más abiertos que Gran Bretaña ha tenido en los últimos años. Su mujer, Cherie Booth, es católica, y sus hijos acuden a colegios católicos. Antes, Tony Blair solía acompañar a la familia a la misa dominical.

Reacciones a la propuesta de Blair

Como sucedió en Estados Unidos, la propuesta de incrementar el papel de la religión en la vida pública ha provocado polémicas. Incluso antes del discurso, algunos miembros del Partido Laborista expresaron su oposición, tal como informaba la BBC el 25 de marzo, El ex líder parlamentario laborista Lord Hattersley dijo que «evangelizar» era peligroso y podía marginar a segmentos de la sociedad.

El «Daily Telegraph», en un artículo de opinión escrito por Daniel Johnson el 30 de marzo, fue más bien escéptico sobre el renovado entusiasmo de Blair por los valores religiosos. Según consideraba Johnson, las declaraciones de Blair tenían que ver más con la próximas elecciones que con cualquier tipo de fervor cristiano del líder laborista.

Además, Johnson afirmaba que «Tony Blair no es tanto un cristiano socialista cuanto un cristiano relativista», subrayando que el teólogo favorito recibido en Downing Street no es otro que el profesor Hans Küng.

También indicaba que, poco después de llegar al poder, el Gobierno laborista recortó los privilegios fiscales de las organizaciones humanitarias reduciendo sus ingresos anuales en un 10%. Además, el Gobierno ha promovido con entusiasmo iniciativas tales como eliminar la sección 28, que prohibe que se haga publicidad de la homosexualidad en las escuelas, y ha aprobado recientemente la clonación de fetos humanos.

Si el conservador «Telegraph» se mostró hostil a la propuesta de Blair, también lo fue «The Guardian» de centro-izquierda. En su comentario sobre el discurso, este diario, en su edición del 30 de marzo, expresaba su temor a que la agenda religiosa pudiera limitarse a cuestiones pro-vida, bioéticas y familiares, en las que la posición de las Iglesias cristianas es, en muchos casos, «profundamente conservadora». Además, «The Guardian» opinó que la privatización de los servicios de bienestar social no funcionaría, sin ofrecer sin embargo ninguna evidencia que apoyara tal la afirmación.

Para el «Sunday Times», 1 de abril, el interés de los líderes políticos en la religión «surge de la profunda preocupación por los valores que guían a nuestra sociedad de consumo elevadamente individualista. Existe una creciente sospecha de que el secularismo, o vivir en un mundo sin sentido, puede ser un importante factor de nuestras elevadas tasas de delincuencia, familias rotas, depresión y suicidio».

Sin embargo el «Sunday Times» teme que las iglesias no sean capaces de ayudar a resolver esta situación en Gran Bretaña porque en comparación con Estados Unidos, el fervor religioso es mucho más débil y la Iglesia Anglicana -aún la religión «establecida»-, «es demasiado débil y apologética como para proporcionar un fuerte liderazgo moral; de hecho ella misma se ha secularizado ampliamente», afirmaba el periódico.

El «Sunday Times» también teme que las Iglesias, al cooperar con el Gobierno, se secularicen incluso más. Esta colaboración propuesta por Blair podría de hecho significar un control sobre las Iglesias por parte del Estado, y los «proyectos religiosos serían nacionalizados, perdiendo su independencia y libertad».

El «Sunday Times» también coincidía con el «Telegraph» en cuanto al relativismo religioso de Blair. En las respuestas a las cuestiones planteadas tras su intervención del otro día, el periódico indicaba que Blair dejaba claro que todas las religiones serían tratadas por igual. «Él parece creer en un nuevo tipo de ser humano, una amalgama global sin raíces, que encarna fraternalmente el amor y niega las diferencias fundamentales que nos dividen», observaba el periódico. Tal actitud «devaluará la ética judeocristiana en la que se basan los valores del país», sentenciaba el «Sunday Times».

El documento de los obispos católicos

La semana previa al discurso de Blair, la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales publicó una declaración subrayando algunos puntos que los fieles deben tomar en cuenta antes de votar en las próximas elecciones.

El documento, titulado «Votar por el bien común», está precedido de una declaración del cardenal Cormac Murphy-O´Connor, en la que indica que el compromiso de seguir a Cristo «nunca puede ser algo completamente privado, porque los mandamientos de amar a Dios y a nuestro prójimo van de la mano».

La intención de la declaración de los obispos, añade el cardenal, es ilustrar sobre el modo en que los miembros de la Iglesia ven a la sociedad y evaluar la actuación política. «No es un programa político y los católicos comprometidos se pueden encontrar con razón en todos los principales partidos políticos», declara la introducción.

Sigue una breve exposición de doctrina relativa a puntos clave: solidaridad, bien común, derechos humanos, familia, etc. Sobre temas bioéticos, la declaración es muy clara, observando que «un asunto de suprema importancia es el de la vida humana misma. El primero y más básico deber del estado democrático es proteger las vidas de todos los ciudadanos sin discriminación». Y aunque los obispos admiten que este tema no es el único a tomar en cuenta, juzgan que «una postura determinada sobre ciertos valores clave puede ser muy reveladora del conjunto de valores y prioridades de un candidato».

Entre las reacciones a la declaración, «The Times» (23 de marzo) comentaba que los obispos habían recibido críticas por tomar partido político, dado que es mucho más probable que los candidatos conservadores tengan una postura pro-vida que sus oponentes. Mientras que «The Guardian» (23 de marzo) se muestra bastante más hostil, indicando que «los grupos de defensa de la salud sexual de las mujeres reaccionaron airadamente» a la propuesta de que los católicos deberían votar contra los candidatos pro-aborto.

Las relaciones Iglesia-Estado siguen siendo un asunto difícil. Aunque muchos han sido críticos con el discurso de Blair, sería difícil negar la necesidad de una renovación de los valores morales en la sociedad británica, una de las más secularizadas de los países occidentales. Al mismo tiempo, la recepción hostil de las orientaciones de los obispos para el voto muestra la imposibilidad de dar gusto a todos cuando se trata de reconciliar religión y política. En conjunto, sin embargo, Gran Bretaña tiene mucho que ganar con una recristianización de la sociedad.