CIUDAD DEL VATICANO, 29 abril 2001 (ZENIT.org).- España cuenta desde este domingo con un beato más. Se trata de Manuel González García (1877-1940), conocido en el mundo entero como «el obispo del Sagrario abandonado».
El beato Manuel González nació en Sevilla el 25 de febrero de 1887 y en 1905, recién ordenado sacerdote, fue destinado a Huelva, donde tuvo que afrontar una complicada situación de indiferencia religiosa. En 1920 fue nombrado obispo de Málaga y en 1931, proclamada la I República, tuvo que huir a Gibraltar, amenazado por las persecuciones contra el clero.
«Sería triste que (la Eucaristía), esa presencia amorosa del Salvador –explicó el Papa en la ceremonia de beatificación–, después de tanto tiempo, fuera aún desconocida por la humanidad». La vida de este prelado estuvo consagrada precisamente a testimoniar la grandeza de ese sacramento, el milagro más grande de la historia para los creyentes cristianos.
«Esa fue la gran pasión del nuevo beato Manuel González García», añadió Juan Pablo II. La experiencia vivida «ante un sagrario abandonado le marcó para toda su vida, dedicándose desde entonces a propagar la devoción a la Eucaristía, y proclamando la frase que después quiso que fuera su epitafio: «¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!»».
En 1935 fue nombrado obispo de Palencia, ciudad en la vivió durante los últimos años de su vida. Aunque falleció en Madrid, en 1940, sus restos reposan en la catedral de su última diócesis. El milagro atribuido a su intercesión que ha permitido concluir su causa de beatificación fue experimentado por una mujer palentina, enferma de peritonitis tuberculosa.
La ceremonia de beatificación del obispo español ha llevado a Roma a una delegación, encabezada por el ministro de la Presidencia, Juan José Lucas.
«Fundador de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret –dijo el Papa al concluir su intervención en español sobre el prelado–, el beato Manuel González es un modelo de fe eucarística, cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy».