La Comisión está compuesta por el patriarcado de Kiev, desgajado de Moscú tras la elección de Alejo II, y por la Iglesia autocéfala ucraniana, que acusa al patriarcado de haber colaborado en tiempos del comunismo con el régimen soviético.
En Moscú, el portavoz del Patriarcado, Nikolai Balashov, advirtió de que si Constantinopla reconoce a los cismáticos ucranianos «se creará una profunda crisis en la Ortodoxia, no sólo en Ucrania, sino en todo el mundo».
Hace unos años, la Iglesia ortodoxa de Estonia sometida al Patriarcado de Moscú ya sufrió un cisma y una de las ramas fue reconocida por el Patriarcado de Constantinopla. Una herida particularmente sangrante, si se tiene en cuenta que Alejo II es de Estonia. El miedo a un «escenario estoniano» en Ucrania está muy vivo en la Iglesia rusa.