Comienza el proceso de beatificación de Gioacchino da Fiore

Una de las figuras más apasionantes y controvertidas de la Iglesia

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COSENZA, 28 junio 2001 (ZENIT.org).- Gioacchino da Fiore, uno de los personajes más apasionantes y controvertidos de la historia de la Iglesia, podría ser proclamado santo.

En vísperas del octavo centenario de su muerte (el 30 de marzo de 2002), el arzobispo de ciudad italiana de Cosenza, monseñor Giuseppe Agostino, ha introducido su causa de beatificación y nombrado postulador al franciscano Paolo Lombardo.

Al introducir la causa canónica, el prelado ha escrito: «En la Iglesia nadie pasa en vano». La grandeza de Da Fiore, añade, «no se puede reducir a la de un excelso estudioso e investigador, sino a un arraigo de la fe, entendida y expresada ascéticamente».

El proceso de canonización del monje fue congelado por culpa de las doctrinas sospechosas de una parte de sus seguidores, los joaquinitas o pseudojoaquinitas, quienes vivieron en un siglo plagado de herejías.

La fama de santidad «se ha conservado en el tiempo, tanto que el pueblo de Dios lo ha llamado siempre el «beato Gioachino»», aclara el padre Agostino. Ya en 1346 se quería poner en marcha el proceso canónico, pero la intención «no se sabe por qué quedó parada».

Gioachino da Fiore nació en Colico, cerca de Cosenza, en torno al 1130. Tras peregrinar en su a Jerusalén, entró a la Orden cisterciense en torno al 1152-1153. Lo que de verdad le interesaba, además de la vida monástica, era la exégesis de la Escritura. Por ello se retiró en un lugar solitario, en San Giovanni in Fiore, y más tarde fundó la Abadía del lugar que daría nombre a su Orden. No se sabe mucho de esta orden, pues la regla, aprobada por Celestino III, en 1190, no ha llegado a nuestros días.

Da Fiore tenía una visión escatológica, según la cual, la historia se divide en tres fases: la edad del Padre (la del Antiguo Testamento), la edad del Hijo (vivida por la Iglesia tras la resurrección de Cristo), y la edad del Espíritu, que ya ha comenzado, y que debería culminar con la afirmación de la espiritualidad del monaquismo sobre las estructuras eclesiásticas tradicionales.

Esta visión tuvo un influjo decisivo en los movimientos ascéticos de finales de la Edad Media, en las corrientes espirituales y apocalípticas, e incluso entre algunos franciscanos.

Influyó también en el abad Pedro de Morrone, quien fue elegido Papa en 1294, con el nombre de Celestino V. Después de cinco meses de pontificado, presentó las dimisiones pues esta visión escatológica le llevó a temer su propia corrupción si permanecía en el gobierno de la Iglesia.

Las doctrinas que promovían los seguidores de Gioachino da Fiore fueron condenadas por el Concilio Lateranense IV (1215) y por el concilio de Arles (1260).

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ZENIT Staff

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