Tras un aborto, el 65% de las mujeres tiene pensamientos suicidas

Iglesia en España denuncia el silencio ante el «síndrome post-aborto»

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MADRID, 1 agosto 2001 (ZENIT.org).- La Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal ha denunciado en una nota «el gran silencio» de la sociedad española y de las instituciones oficiales sobre el llamado «síndrome post-aborto», que afecta a las mujeres que han abortado.

Este tema fue abordado por la doctora Gómez Lavín, de Pamplona, durante un curso sobre «Bioética: el reconocimiento de la persona», organizado por la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida, que preside el obispo de Segorbe-Castellón, monseñor Juan Antonio Reig.

La doctora Gómez Lavín aportó datos según los cuales el «síndrome post-aborto» crea en la mujer un conflicto entre su papel de madre y el que desempeña en la destrucción de la vida de su niño no nacido. También consiste el síndrome en una negación de la pena y el luto que una mujer tiene que reconocer y expresar por su hijo abortado.

Citando un estudio de la doctora Anne Speckhard, Gómez Lavín señaló que algunos problemas de comportamiento más comunes después del aborto son los siguientes: el 61 por ciento incrementó el uso del alcohol; el 65 por ciento tuvo pensamientos suicidas; el 69 por ciento tuvo problemas sexuales; el 77 por ciento experimentó incapacidad para comunicarse; y el 81 por ciento lloró con frecuencia.

Por otra parte, la nota de la subcomisión destaca la necesidad de una defensa positiva y valiente de «toda vida y la vida de todos», concienciando a nuestra sociedad para que llegue a un reconocimiento efectivo y legal del derecho a la vida de todo ser humano. La fecundación es el momento de aparición de un cuerpo humano distinto de los progenitores.

Para esta subcomisión, el rápido crecimiento de la investigación científica en el campo de la bioética y la divulgación de la misma en la prensa diaria, necesita de una reflexión ética, «sabiendo que no todo lo que se puede hacer y experimentar en el laboratorio o en la persona enferma, se debe hacer. Tanto la investigación como las leyes están obligadas a reconocer a la persona y su dignidad y a respetar y proteger la vida de todos».

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ZENIT Staff

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