CASTEL GANDOLFO, 31 agosto 2001 (ZENIT.org).- «El académico no es un creador de la verdad, sino su explorador». Este fue el mensaje que dejó este jueves Juan Pablo II al encontrarse con un grupo de rectores y catedráticos de varias universidades de Polonia.
Según el Papa, el papel de la ciencia es de servicio de la humanidad, dimensión de la que «nacen obligaciones no sólo referentes al hombre y la sociedad, sino también, o quizás sobre todo, referentes a la verdad misma».
A continuación, el Santo Padre explicó que «la universidad y todo centro científico, junto con la transmisión de conocimientos, debe enseñar a reconocer la honestidad de los métodos y debe tener el coraje de renunciar a aquello que es metodológicamente posible, pero éticamente reprensible».
Los científicos, subrayó el Santo Padre, deben tener «amplitud de miras», es decir, «la capacidad de prever los efectos de los actos humanos y tener responsabilidad por las situaciones del hombre no sólo aquí, en este momento, sino en el más lejano rincón del mundo y en el indefinido futuro».
Si la ciencia no es ejercida con el sentido de servir al hombre, advirtió, corre el riesgo de convertirse «fácilmente» en un elemento de explotación económica, con el consecuente impacto para el bien común.
«Peor aún –continuó el Papa–, la ciencia puede ser utilizada para dominar a los otros y ser puesta entre las aspiraciones totalitarias de individuos y grupos sociales».
Durante la audiencia con los rectores y docentes polacos en la residencia pontificia de Castel Gandolfo, Juan Pablo II también se refirió a los peligros de la globalización.
«A los investigadores y científicos puede parecer que, de frente a la competencia en el mercado global, la reflexión, las investigaciones y las experimentaciones no pueden ser conducidas sólo con métodos justos», aclaró.
Los científicos, continuó el Papa, corren el riesgo de que sus experimentos o investigaciones deban ser adecuadas a determinados objetivos «incluso si ello requiere una transgresión a los inalienables derechos del hombre».
Aunque pueda ser «justa y deseable» la rivalidad de los centros científicos, no puede desarrollarse a costa de la verdad, el bien o de valores como la vida humana o los recursos naturales», concluyó el obispo de Roma.