CIUDAD DEL VATICANO, 3 diciembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido descubrir los valores típicos de las poblaciones nómadas, en particular de los gitanos, en abierto contraste con muchos de los lastres de la sociedad de consumo.
«Los nómadas son pobres en seguridades humanas, están obligados todos los días a vérselas con la precariedad y la incertidumbre del futuro –añadió–. Precisamente por eso, profundizan el sentido de la hospitalidad y de la solidaridad, y al mismo tiempo se refuerza en al fe y en la esperanza en la ayuda de Dios».
El pontífice pronunció estas palabras el sábado pasado al encontrarse con los participantes en el Encuentro Internacional de Estudio de los Directores Nacionales y Expertos de la Pastoral de los Nómadas de la Iglesia católica en todo el mundo, organizado por el Consejo Pontificio de la Pastoral de los Emigrantes, presidido por el arzobispo japonés Stephen Fumio Hamao.
Entre los presentes no sólo había delegados de Europa oriental y occidental, donde más común es la presencia de los gitanos, sino también de Estados Unidos, México e India…
Si bien las particulares condiciones de vida de estas personas hicieron que en el pasado la Iglesia se despreocupara en cierto sentido de atenderles, el pontífice recordó que desde tiempos de Pablo VI «han encontrado un lugar en el corazón de la Iglesia».
Hasta los años setenta, los gitanos en Europa, al no estar en contacto con parroquias, se sintieron aislados y muchos de ellos pasaron a formar parte de Iglesias surgidas de la Reforma protestante.
Desde hace décadas, sin embargo, la Iglesia católica ha puesto al servicio de estas poblaciones iniciativas de ayuda espiritual y material, entre las que destacan las concurridas peregrinaciones a los santuarios marianos más importantes de Europa. Encuentros que, como demuestra Lourdes todos los años, constituyen todo un espectáculo de fe y hermandad.
El pontífice pidió a los participantes en el Encuentro que elaboren «principios y orientaciones de la pastoral para los nómadas», teniendo en cuenta sus «valores espirituales y culturales» y «ofreciéndoles un apoyo concreto para afrontar los complejos problemas que acompañan su camino en las diferentes partes del mundo».
Entre estos problemas, mencionó en concreto «la dificultad para establecer una recíproca comprensión con el ambiente que les rodea, la carencia de estructuras de acogida adecuadas, la educación, la integración en el territorio».
Como modelo para los nómadas del mundo y para quienes caminan con ellos, Juan Pablo II ofreció, por último, el ejemplo del primer beato gitano de la historia, el español Ceferino Giménez Malla, conocido más bien como «El Pelé», elevado a la gloria de los altares en 1997.
«Él nos recuerda que tenemos que trabajar siempre a favor de la convivencia pacífica entre pueblos diferentes por origen étnico y cultura», concluyó.