Un misionero y la globalización: ¿ideología o realidad?

Habla el padre Piero Gheddo, director de revistas de misión

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ROMA, 31 enero 2002 (ZENIT.org).- La globalización no es una ideología, es dato de hecho, explica a Zenit uno de los misioneros más conocidos del mundo, el padre Piero Gheddo, del Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras.

El sacerdote italiano, que ha conocido los campos de cultivo de arroz de Vietnam, las barracas de las capitales africanas, y la jungla del Amazonas, fue uno de los colaboradores de Juan Pablo II en la redacción de su encíclica misionera, la «Redemptoris missio» (1990). Es además director de varias revistas misioneras, como «Italia Missionaria».

En su último libro «David y Goliat – Los católicos y el desafío de la globalización» («Davide e Golia – i cattolici e la sfida della globalizzazione», Edizioni San Paolo 2001), Gheddo responde a algunas de las cuestiones candentes que afronta el movimiento antiglobalización, que comenzó este jueves su reunión en Porto Alegre (Brasil) en contraposición a la cumbre de Davos en Nueva York.

–Zenit: ¿Qué piensa de la globalización?

–Padre Gheddo: Hay cosas negativas y cosas positivas, pero demonizar la globalización no es realista: es cerrar los ojos ante la realidad, induce al pesimismo ante el futuro, pues el mundo –lo queramos o no– va hacia la unidad.

El problema está en hacer que avance respetando los derechos del hombre, y no en demonizar un fenómeno imparable. Una investigación de la Universidad de Harvard ha demostrado que en entre 1970 y 1990 la economía de los países pobres abiertos al exterior creció en un 4,5% al año; mientras que la de las naciones autárquicas se estancó en un 0,7%.

El verdadero problema está, por tanto, en dar un alma a la economía y a la globalización económica de la humanidad, y no en rechazarla frontalmente.

–Zenit: Corrientes influyentes del movimiento antiglobalización afirman que el Sur del planeta es pobre porque el Norte es rico…

–Padre Gheddo: No estoy de acuerdo. Cuando se dice que el 20% de la población mundial posee el 80% de la riqueza y el 80% de la población posee sólo el 20% de los bienes se está jugando con palabras. Habría que decir más bien: el 20% produce el 80% de la riqueza y el 80% de las personas produce sólo el 20%. Esta es la realidad y no podemos ignorarla. El problema está en producir riqueza: si no se produce riqueza, se empobrece. La riqueza no es un pastel que hay que distribuir entre todos los pueblos a partes iguales, sino que es más bien un pastel que tenemos que cocinar.

No nos damos cuenta de que una buena parte de los pueblos pobres no sabe producir, no están educados en la producción. En Italia se producen entre 7.000 y 8.000 kilos por hectárea de arroz; mientras que en la agricultura africana se producen entre 400 y 500 kilos. ¿Por qué?

Porque no tienen simiente seleccionada, no tienen regadío artificial, no tienen instrumentos para nivelar el terreno, no utilizan fertilizantes… El abismo entre los 8.000 y los 500 kilos es el abismo entre los ricos y los pobres. Tiene su origen en la capacidad y en la educación para producir.

–Zenit: Corrientes del movimiento antiglobalización afirman que la tierra no puede soportar en términos ambientales el nivel actual de producción de bienes y de consumo.

–Padre Gheddo: No comparto para nada estas previsiones catastrofistas que, desde tiempos de Malthus han sido continuamente desmentidas por la historia. La tierra tiene enormes posibilidades de espacio, de producción de alimentos, de paraísos ambientales para todos los hombres. No conocemos los límites de nuestro universo ni del mismo hombre: cuanto más se va adelante más se descubre que Dios ha hecho bien las cosas, es decir, descubrimos recursos que nadie imaginaba. Está claro que hay que defender el ambiente, el aire, el agua, los mares, etc.

–Zenit: ¿Cuál es el origen ideológico del movimiento antiglobalización?

–Padre Gheddo: Hay muchas corrientes. Ahora bien, me parece que se da una ideología «tercermundista» que domina todavía la cultura occidental y que surgió en el pasado a raíz de una lectura de la realidad con influencias marxistas.

El pilar del «tercermundismo» es la teoría de la dependencia: una teoría que está en claro ocaso entre los expertos, pues ha sido refutada por los hechos, pero que permanece viva en algunas publicaciones y sectores de la opinión pública.

La teoría de la dependencia afirma que los males de los pobres tienen siempre raíces externas, creando entre ellos una profunda convicción de frustración. De este modo, se desalienta a las personas y se les quita responsabilidad.

Los obispos africanos han escrito: «Sería insostenible afirmar que la colonización por sí sola ha acabado con la capacidad de África para tomar las riendas de su propio destino» (Mensaje «Iglesia y dignidad humana en el África de hoy» del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar Lomé, Togo, 5 de mayo de 1985)».

El «tercermundismo» se ha convertido en una excusa para los tiranos y sigue creando ilusiones entre los pueblos africanos.

En Ecuador, el obispo de Esmeraldas, el comboniano monseñor Enrico Bartolucci, me decía ya en 1989: «Desde que ha salido el tema de la «deuda externa» no se logra hablar un problema del país sin que se atribuya la culpa a la deuda externa».

Me llevó a visitar el hospital de su ciudad, construido por la Comunidad Europea, que él mismo bendijo en 1982, cuando era flamante.

En 1989, los ascensores ya no funcionaban; los colchones y las sábanas habían sido robados; las puertas no cerraban; la sala operatoria ya no tenía aire acondicionado; y había suciedad por todas partes.

«Si les dices que hay que limpiar y mantener las instalaciones –decía Bartolucci– lo primero que te dicen los responsables es que el país es pobre a causa de la «deuda externa»».

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ZENIT Staff

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