México – Estados Unidos: la dignidad humana no entiende de «fronteras»

El episcopado mexicano analiza el fenómeno migratorio

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LAGO DE GUADALUPE (MÉXICO), 5 diciembre 2002 (ZENIT.org).- El flujo migratorio en la frontera entre México y Estados Unidos preocupa al episcopado mexicano, que ha recordado el derecho inalienable de la persona a una vida digna y a emigrar si en su país no se dan las condiciones adecuadas de subsistencia.

Por ello, los trabajos de la LXXIV Asamblea Plenaria del Episcopado mexicano se han dedicado al tema de las migraciones, reflexión en la que participó un obispo de la Conferencia Episcopal guatemalteca y otro de la de Estados Unidos.

En su «Mensaje al pueblo de México y a los hermanos migrantes y residentes en el extranjero», el episcopado recuerda que «las migraciones son connaturales al ser humano».

Publicado el 15 de noviembre pasado, el documento lleva las firmas de Luis Morales Reyes, arzobispo de San Luis Potosí, y de Abelardo Alvarado Alcántara, obispo auxiliar de México –respectivamente presidente y secretario general de la Conferencia del Episcopado mexicano–.

El mensaje precede el documento conjunto sobre la cuestión que debería publicar el episcopado mexicano y el estadounidense próximamente.

Una de las causas más importantes de la migración en México lo constituyen las condiciones socioeconómicas del país; éstas, lejos de favorecer el arraigo a la propia tierra, «alimentan en muchos mexicanos el espejismo del sueño americano», explican los prelados.

Como la migración agudiza la desintegración familiar, dado que la familia del migrante resulta afectada por las largas ausencias del padre, de la madre o de los familiares, «consideramos urgente que se facilite el tránsito legal de los jornaleros temporales», piden los obispos.

Las migraciones, envueltas en abusos
Conscientes del derecho que tienen los Estados a proteger sus fronteras y del esfuerzo de las autoridades de Estados Unidos al acoger a cientos de miles de mexicanos cada año, el episcopado señala que «cuando las leyes y políticas migratorias se vuelven rígidas e inflexibles, imposibilitan la migración legal y provocan la no legal, dando lugar a mafias sin escrúpulos».

Según el documento, se ignora la dignidad y los derechos fundamentales de los migrantes indocumentados cuando la entrada ilícita a un territorio se tipifica como delito. «Éstos, posiblemente infringen una norma, pero no son delincuentes y no es lícito tratarlos como tales», recalcan los obispos.

«Después de los sucesos dolorosos del 11 de septiembre de 2001, es comprensible que las autoridades y el pueblo de los Estados Unidos de América experimenten una gran preocupación por la seguridad nacional», reconoce el documento.

Sin embargo, ello no es razón «para etiquetar a todo migrante como presunto terrorista y mucho menos para que algunos ciudadanos por propia iniciativa se dediquen, bajo este pretexto, a la persecución y cacería de los mismos, como si se tratara de simples animales», denuncian.

Los mexicanos que trabajan en Estados Unidos envían a México entre 8 y 10 mil millones de dólares anuales. «Constituyen así, para la nación, la tercera fuente de ingresos en divisas extranjeras», explican los obispos.

A pesar de ello, «las autoridades –advierten– no han instrumentado hasta la fecha mecanismos idóneos y justos para que llegue este dinero a sus destinatarios sin mengua alguna».

No sólo los mexicanos padecen injusticias en Estados Unidos: «No podemos menos que avergonzarnos –reconoce el episcopado– del trato inhumano dado muchas veces en México a los migrantes de Centro y Sudamérica, e incluso a nuestros paisanos que emigran a otras entidades del país».

Fundamento del derecho a emigrar
La doctrina social de la Iglesia, acogiendo la ley evangélica que manda auxiliar al necesitado y acoger al peregrino (Cf. Mt. 25, 38 y ss.), expresa el derecho inalienable que tiene toda persona a una vida digna, y por lo tanto, a encontrar en su patria las oportunidades suficientes para lograr con su trabajo –el trabajo honesto reclama un salario justo— el sustento propio y de su familia.

«Cuando estas condiciones no se dan en el propio país –recoge el documento–, le asiste al ser humano igual derecho a migrar, derecho que debe ser respetado tanto por el país de origen como por el de destino».

En este contexto, «los Estados y sus leyes legítimas de protección de fronteras, serán siempre un derecho posterior y secundario respecto al derecho de las personas y de las familias a la subsistencia».

«La entrega de la tierra al hombre –continúa–, el destino universal de los bienes por disposición del Creador y la solidaridad humana, son anteriores a los derechos de los Estados».

«Por lo tanto, “la condición de irregularidad legal no permite menoscabar la dignidad del emigrante, el cual tiene derechos inalienables que no pueden violarse ni desconocerse” (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada del Migrante, 1995)».

Estos derechos, de valor universal, «a la luz de la fe, son parte del Evangelio y se elevan a la condición de preceptos obligatorios para todos los creyentes en Cristo», subrayan los prelados mexicanos.

Para mejorar la situación
En el contexto de los esfuerzos de las autoridades mexicanas para lograr acuerdos beneficiosos para ambos países con las autoridades de los Estados Unidos, los obispos de México anuncian en su documento que han formalizado, a nivel de Conferencias Episcopales, el diálogo que se tiene desde hace tiempo con los obispos de la frontera norte.

Ello permitirá «colaborar de manera más estrecha en la toma de conciencia de ambos países» y prever acciones conjuntas «que vayan abriendo caminos a una mayor comprensión del problema y a su mejor solución», puesto que «en la Iglesia nadie es extranjero, y la Iglesia no es extranjera para ningún hombre y en ningún lugar (Juan Pablo II, o.c.)».

En su mensaje, los prelados mexicanos hacen un llamamiento a los párrocos y a todos los fieles para que abran sus espacios y sus corazones a los migrantes sin distinción: «cada migrante deberá sentir en las parroquias que encuentra a su paso, un poco del calor del hogar que por necesidad tuvo que abandonar».

Además exhortan a los migrantes mexicanos a acatar las leyes civiles y a trabajar por el bienestar del país que les acoge, a mantenerse firmes en su fe y dar testimonio de ella y a ser fieles a su familia, solidarios con sus semejantes y cuidadosos en la administración de los bienes que con tanto esfuerzo consiguen.

«La santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José, perseguidos y migrantes en busca de cobijo y pan, sabrán cuidar a quienes se hallan en situaciones semejantes para que vuelvan con salud y bienestar a su hogar», concluyen.

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ZENIT Staff

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