TORONTO, 21 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Justo cuando la preocupación por comprar y preparar los regalos amenaza de nuevo con eclipsar el verdadero significado de la Navidad, aparece un nuevo desafío. Este año, la temporada navideña será «inclusiva».

Los empleados de los grandes almacenes Gap de Canadá, por ejemplo, desean a sus clientes «felices vacaciones» en lugar de «feliz Navidad», informaba el National Post el 11 de diciembre. Las últimas noticias que proceden de ese país muestran cierto número de ataques recientes contra la Navidad.

El ayuntamiento de Toronto decidió cambiar el nombre al árbol de navidad de la ciudad, poniéndole «árbol de vacaciones» (aunque después lo cambiaron). La Casa de Moneda canadiense, como campaña de publicidad, destrozó la conocida canción de navidad leyendo «Los doce días del dar».

Quizás las noticias más escandalosas vinieron del Museo Real de Ontario, que decidió usar los términos de Era Común y Antes de la Era Común, en lugar de Antes de Cristo o Después de Cristo, en el osario de Jacobo, que algunos sostienen que contiene los huesos del «hermano» de Jesús.

En Inglaterra, mientras tanto, hay temores sobre la excesiva comercialización. El comprador medio se plantea gastar este año unas 370 libras (583 dólares) en regalos, informaba el Guardian el 6 de diciembre. Sólo una tercera parte de los compradores habrá ahorrado lo suficiente para afrontar este gasto, el resto cargará los regalos a sus ya estiradas tarjetas de crédito.

El Alemania, Eckhard Bieger, un sacerdote de Frankfurt, organizó una protesta contra la comercialización de la Navidad proclamando una «zona libre de Santa Claus», informaba Reuters el 5 de diciembre. El padre Bieger distribuyó 5.000 pegatinas anti-santa Claus, con la imagen de santa Claus en un círculo con una barra cruzándola.

El sacerdote dijo que no tenía nada contra los regalos y las celebraciones familiares, pero defendía: «Santa Claus es una creación de la industria de la publicidad», diseñada para promover los intereses comerciales. Prefiere promover la figura de San Nicolás, más que la «cáscara vacía» de Santa Claus. Y quiere reavivar la tradición alemana de San Nicolás, yendo de casa en casa la noche del 6 de diciembre, poniendo caramelos en los zapatos de los niños buenos.

Tampoco los austriacos están muy contentos con Santa Claus. Lo ven como una amenaza a su «Christkind» (Cristo-niño) tradicional, informaba el 12 de diciembre el New York Times. La preocupación por la invasión de Santa Claus llevó a la formación de un grupo denominado Asociación Pro-Christkind. El grupo, con sede en Innsbruck, está pidiendo a las tiendas que cambien sus escaparates de Santa Claus y su reno por imágenes de Cristo niño y los ángeles.

Incluso aunque los orígenes de Santa Claus se puedan remontar a San Nicolás, tanto alemanes como austriacos se quejan de que una campaña de anuncios de Coca Cola de los años 30 haya popularizado un Santa Claus secular (es decir, arreligioso), vestido de rojo.

En Estados Unidos, Dell deChant, profesor de estudios religiosos en la Universidad del Sur de Florida, publicó recientemente un libro defendiendo que la parte secular de la Navidad se ha vuelto una especie de religión en sí misma. El libro, «The Sacred Santa: Religious Dimensions of Consumer Culture», explica cómo Santa Claus, y no Jesús, es el salvador, al menos para los comerciantes, informaba el 27 de noviembre Associated Press.

Esta «cultura religiosa disfrazada», dice la teoría de deChant, tiene muchas de las características de una religión tradicional. Aún así, la National Retail Federation espera un aumento del 4% en las ventas vacacionales de este año, uno 209.000 millones de dólares – cerca de 740 dólares por cada hombre, mujer y niño del país.

Y, por supuesto, no ha faltado este año la acostumbrada batalla sobre exhibiciones públicas de escenas de Navidad. En uno de los casos que más ha atraído a la opinión pública, el Thomas More Law Center ha puesto un pleito por derechos civiles federales contra la ciudad de Nueva York y sus autoridades. Una nota de prensa del Centro del 10 de diciembre explicaba que se opone a la política de prohibir las escenas de Navidad en las escuelas de Nueva York. La política, sin embargo, no sólo permite sino que anima otras escenas estacionales, como el menorah judío y la estrella naciente islámica.

La propuesta del Papa
Quienes buscan un sentido más espiritual a la Navidad pueden encontrar inspiración en lo que Juan Pablo II ha dicho en los últimos años en sus homilías en las Misas del Gallo. El año pasado habló de la Navidad como de un «evento de luz» que «disipa las nubes del pecado».

Para los oprimidos y los que sufren, y para aquellos que caminan en la oscuridad, brilla «una gran luz». Ésta es la luz, «que irradia desde la humildad del pesebre», y «es la luz de la nueva creación». El Papa explicaba: «Si la primera creación comenzó con la luz, cuanto más espléndida y ‘grande’ es la luz que inaugura la nueva creación: ¡Es Dios mismo hecho hombre!».

Haciendo frente a «los implacables titulares de las noticias», observaba Juan Pablo II, «estas palabras de luz y esperanza pueden parecer palabras de un sueño. Pero éste es precisamente el desafío de la fe, que hace de esta proclamación algo que conforta y exige. Nos hace sentirnos envueltos en la ternura del amor de Dios, mientras que, al mismo tiempo, nos demanda un amor práctico a Dios y a nuestro semejante».

En el año 2000, el Papa habló de la Navidad como «el festival de la vida. Del seno de la Virgen ha nacido un Niño, un pesebre se ha convertido en la cuna de la Vida inmortal». Jesús nació, como nosotros, y al hacerlo ha «bendecido el momento del nacimiento», afirmaba Juan Pablo II.

En 1999, cuando comenzó el año jubilar, el Papa hacía hincapié en el nacimiento de Jesús hace dos milenios como un acontecimiento único. «Tu nacimiento ha cambiado el curso de los acontecimientos humanos», afirmaba.

La Iglesia espera que pase al tercer milenio la verdad de este acontecimiento transcendental, decía el Papa. «Y todos vosotros que vendréis después de nosotros podréis aceptar esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad sabe que Dios se ha hecho hombre: se ha hecho hombre para dar al hombre parte en su naturaleza divina».

En 1998, el Papa se centró en cómo, con el nacimiento de Jesús, el mundo y todo ser humano puede renovarse profundamente. «Por su nacimiento nos ha introducido a todos en la esfera divina, concediendo a quienes por la fe se abren a sí mismos para recibir su don la posibilidad de participar en su propia vida divina».

Juan Pablo rechazaba la idea de la Navidad como un acontecimiento lejano: «La venida de Cristo entre nosotros es el centro de la historia, que a partir de entonces adquiere una nueva dimensión. Es Dios mismo el que escribe la historia para entrar en ella. De esta manera, el acontecimiento de la Encarnación se amplía para abrazar a toda la historia humana, desde la creación hasta la segunda venida».

Y este nacimiento terrenal de Jesús «atestigua de una vez por todas que en él todo hombre se ve inmerso en el misterio del amor de Dios, que es la fuente de la paz definitiva», observaba el Papa en su homilía de 1997. Por lo tanto, «toda la creación está invitada a cantar al Señor un cántico nuevo, a alegrarse y exultar juntos con todas las naciones de la tierra».