NUEVA YORK, 7 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Cada vez más parejas están dejando de lado el matrimonio para optar más bien por la cohabitación.

En 1960, por ejemplo, la oficina del censo de Estados Unidos contaba menos de 500.000 parejas no casadas viviendo juntas. En el año 2000, la agencia constataba 4,7 millones de hogares en cohabitación, observaba el Washington Times el 15 de noviembre.

El artículo del Times comentaba un estudio, publicado en la entrega de noviembre de Journal of Family Issues, en el que se mostraba que un cuarto de las mujeres que viven con sus novios afirman que no esperan casarse con ellos. Pamela Smock y Wendy Manning, autoras del artículo «First Comes Cohabitation and Then Comes Marriage?», sostienen que, en el pasado, había más presión para que las parejas que cohabitaban se casasen. En los años setenta cerca del 60% se casaban en tres años. En los últimos años sólo un tercio de las parejas que cohabitan se casan en tres años.

Otros datos publicados en el estudio han revelado que hoy más de la mitad de las parejas que se casan han vivido juntas antes, y cerca de la mitad de las mujeres jóvenes, entre 25 y 39 años, han vivido con un hombre que no era su marido.

En una entrevista de Reuters publicada el 21 de noviembre, Manning explicaba que la cohabitación no se presenta como un reemplazo del matrimonio, porque ahora se casan tantos estadounidenses como antes. Pero, observaba, la edad en que la gente se casa está subiendo de manera constante. Durante este tiempo extra antes del matrimonio, las personas están viviendo con otras personas que no serán sus maridos o esposas, apuntaba.

El mismo fenómeno se verifica en Canadá. Los datos del censo de 2001 han mostrado que las parejas casadas sumaban el 70% de todas las familias, por debajo del 83% de 1981, informaba el periódico Globe and Mail el 22 de octubre. En el mismo periodo de 20 años, la proporción de parejas no casadas que están viviendo juntas a aumentando en más que el doble, del 6% hasta el 13,8%.

La tendencia más fuerte hacia la cohabitación se dio en Quebec. Allí, 508.500 familias de derecho común suman el 30% de todas las familias empadronadas. En Quebec, casi el 29% de los niños viven con padres no casados, más del doble de la media nacional.

El número de las parejas de derecho común en Canadá con hijos de menos de 25 años también está aumentando. En el 2001 sumaban el 7% de todas las parejas, en comparación con el 2% de dos décadas antes.

En Italia, las parejas que cohabitan han pasado de 184.000 en 1996 a 344.000 a día de hoy, según un reportaje del periódico de Milán Corriere della Sera del 26 de noviembre. A pesar de que el fenómeno va en aumento, sólo suma cerca del 2% de todas las parejas, observaba Anna Laura Zanatta, una demógrafa de la Universidad de Roma. Sin embargo, cerca de 3 millones de italianos han convivido con alguien al menos una vez, en el periodo 1985-1999. Y el 14% de las parejas casadas admiten haber probado con la cohabitación antes de casarse.

Receta para la inestabilidad
En Inglaterra, la proporción de mujeres solteras con relación de cohabitación subió del 13% en 1986 al 25% en 1999, según los datos citados por Rebecca O’Neill en «Experiments in Living: The Fatherless Family». El estudio, publicado el pasado septiembre por Civitas, también observaba que las cohabitaciones tienden a ser frágiles, con uniones que duran un promedio de dos años antes de romperse, o convertirse en matrimonio. De las parejas que cohabitan y no se casan, sólo el 18% duran al menos diez años, comparado con el 75% de las parejas casadas.

O’Neill también observaba que la cohabitación es una de las principales vías a la paternidad en soltería. Entre el 15% y el 25% de todas las familias de un único progenitor se han creado a través de la ruptura de una cohabitación.

Un artículo del 18 de noviembre en el London Telegraph ponía hincapié en este punto que tiene que ver con la inestabilidad de la cohabitación. Informaba de un estudio del Instituto de Investigación Social, basado en 10.000 mujeres, con edades entre 16 y 44 años. Las estadísticas demuestran que una tercera parte de las uniones de cohabitación duran menos de un año, y sólo una de cada 10 dura más de cinco años. El informe también precisaba algunas de las desventajas de la cohabitación, diciendo que las mujeres se ven «atrapadas en un limbo» y «no avanzan hacia delante» cuando están cohabitando.

Luego está el efecto de la cohabitación en los hijos. Éste fue el tema de un reportaje de la entrega de octubre de la revista norteamericana Population Today. El porcentaje de hijos nacidos de padres que cohabitan pasó del 6% al 11% en el periodo 1984-1994. El artículo informaba sobre los resultados publicados por los investigadores de la Universidad de Wisconsin, que comparaban datos que iban desde 1980-84 a 1990-94.

El artículo hacía notar que, debido a la creciente inestabilidad de los hogares con hijos, cerca del 40% de los hijos en Estados Unidos vivirán con su madre no casada y su novio en algún momento antes de su decimosexto cumpleaños.

La cantidad de tiempo que los hijos pasarán con sus padres en situación de cohabitación puede variar bastante. Según los datos de 1990-1994, es probable que los hijos nacidos de padres que cohabitan pasen el 26% de su niñez con un solo padre, el 28% con padres que cohabitan, y el 46% con padres casados. Por contraste, los hijos nacidos de parejas casadas es probable que pasen el 84% de su infancia en familias con los dos padres, incluso a pesar de que uno de cada tres sufrirá un divorcio.

Las mujeres se llevan la parte más dura
William J. Bennett, en su libro de 2001 «The Broken Hearth: Reversing the Moral Collapse of the American Family», presenta juntos varios datos que demuestran las desventajas de la cohabitación.

Algunas personas, observaba Bennett, justifican el vivir en común antes del matrimonio diciendo que es una buena oportunidad para probar la compatibilidad. Pero los hechos dicen otra cosa: la probabilidad de un divorcio subsiguiente casi se dobla entre las parejas que cohabitaron antes de casarse.

Y mientras algunos denuncian que el matrimonio es una institución que lleva a la violencia contra las mujeres y los hijos, Bennett observa que vivir en cohabitación fuera del matrimonio actualmente aumenta las posibilidades de violencia doméstica. La cohabitación también aumenta la disposición a padecer depresiones y a la infelicidad sexual.

Bennett afirmaba también que entre las parejas que cohabitan, las mujeres sufren desproporcionadamente más. Es menos probable que las parejas casadas unan sus ingresos, y puesto que los hombres ganan con frecuencia más que sus parejas, esto daña a las mujeres. Además, las relaciones de cohabitación son propensas a la infidelidad; los hombres y las mujeres que cohabitan son el doble de infieles. Y cuando la cohabitación se rompe, las mujeres normalmente terminan cuidando de los hijos –pero sin la protección legal que aporta el matrimonio.

Juan Pablo II advirtió de los peligros de la cohabitación en su exhortación apostólica de 1981 «Familiaris Consortio» sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno. El Papa observaba que muchas personas intentan justificar lo que denominan «matrimonios de prueba». Apuntaba que no es aceptable llevar a cabo experimentos con seres humanos, «cuya dignidad exige que sean siempre y únicamente objeto de un amor de donación, sin límite alguno ni de tiempo ni de otras circunstancias».