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1. Con mucho gusto os recibo en el Vaticano con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Sierra Leona, Jamaica, la India, Ghana, Noruega, Ruanda, y Madagascar. Al daros las gracias por haber sido portavoces de mensajes corteses de vuestros jefes de Estado, os agradecería el que expreséis a cambio mi deferente saludo y mis fervientes auspicios para sus personas y para su elevada misión al servicio del conjunto de sus compatriotas. Por vuestra mediación, saludo cordialmente también a las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a vuestros compatriotas, asegurándoles mi estima y simpatía.

La paz es uno de los bienes más preciosos para las personas, para los pueblos y para los Estados. Como sabéis, vosotros que seguís atentamente la vida internacional, todos los hombres la desean ardientemente. Sin la paz no puede haber auténtico desarrollo de los individuos, de las familias, de la sociedad y de la misma economía. Se realiza respetando el orden internacional y el derecho internacional, que deben ser las prioridades de todos aquellos que tienen a su cargo el destino de las Naciones. Al mismo tiempo, es necesario considerar el valor primordial de acciones comunes y multilaterales para una resolución de los conflictos en los diferentes continentes.

3. Las miserias y las injusticias son fuente de violencia y contribuyen al mantenimiento y al desarrollo de conflictos locales o regionales. Pienso en particular en países en los que el hambre se desarrolla de manera endémica. La comunidad internacional está llamada a hacer todo lo posible para que estos flagelos puedan ser poco a poco suprimidos, en particular a través de medios materiales y humanos que ayudarán a los pueblos más necesitados. Un apoyo más importante a la organización de las economías locales permitiría sin duda a las poblaciones autóctonas poder asumir mejor su porvenir.

La pobreza pesa hoy día de manera alarmante en el mundo, poniendo en peligro los equilibrios políticos, económicos y sociales. En el espíritu de la Conferencia internacional de Viena de 1993 sobre los derechos humanos, constituye una atentado a la dignidad de las personas y de los pueblos. Hay que reconocer el derecho de cada uno a tener lo necesario, a poder beneficiarse de una parte de la riqueza nacional. Por vuestra mediación, señores embajadores, deseo una vez más lanzar un apremiante llamamiento a la comunidad internacional para que cuanto antes se replantee la doble cuestión de la repartición de las riquezas del planeta y la de una asistencia técnica y científica equitativa para los países pobres, algo que constituye un deber para los países ricos. El apoyo al desarrollo pasa, de hecho, por la formación en todos los dominios, responsables locales asumirán mañana el destino de sus pueblos, para que estos últimos puedan beneficiarse más directamente de las materias primas y de las riquezas extraídas del subsuelo y de la tierra.

Desde esta perspectiva, la Iglesia católica desea continuar su acción, tanto en el campo diplomático como con su presencia de proximidad en los diferentes países del mundo, comprometiéndose a favor del respeto de las personas y de los pueblos, y a favor de la promoción de todos, en particular por la educación integral y por las obras de socialización.

4. En el momento en que comienza vuestra misión ante la Santa Sede, os manifiesto mis más cordiales auspicios. Invocando sobre vosotros la abundancia de Bendiciones divina, al igual que sobre vuestras familias, vuestros colaboradores, y sobre las naciones que representáis, pido al Altísimo que os llene de dones.

[Traducción del original francés realizada por Zenit]