ROMA, 16 diciembre 2002 (ZENIT.org).- La vida cotidiana de los católicos en China ha quedado recogida en imágenes en el libro fotográfico que acaba de publicarse en Italia con el título «El tesoro que florece – Historias de cristianos en China».
El volumen ha surgido de un viaje desde Pekín hasta las provincias chinas del sudeste de Fujian y de Guangdong entre julio y agosto de 2001 realizado por Gianni Valente, periodista del mensual católico «30 Días» y por el fotógrafo Massimo Quattrucci.
Narra los encuentros con algunas comunidades católicas cuya vida cristiana ha vuelto a florecer después de los años difíciles de la Revolución Cultural. Recoge historias como la de un misionero italiano, monseñor Lorenzo Bianchi (1899-1983) del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME).
Para explicar la compleja historia de los católicos chinos, Valente narra las vicisitudes de Niupidi, lugar conocido hoy como «la aldea de San José». La historia comenzó a finales del siglo XIX, cuando los misioneros compraron por 200 dólares unos campos, una colina y unas cabañas situadas en la zona en la que surge la aldea.
En 1923 llegó desde Italia Lorenzo Bianchi, joven misionero, quien puso allí su sede de referencia en medio de sus viajes por los pueblos y campos. Pocos años después, la aldea se convirtió en una pequeña ciudad cristiana. Hoy se conserva todavía el lago artificial que Bianchi había realizado para regar los campos.
Niupidi ha sobrevivido a las represalias del ejército nacionalista, a la guerra con los japoneses, a la guerra civil, a la liberación de Mao Tse-tung, y a la revolución cultural de finales de los años sesenta. Los guardias rojos arrasaron la Iglesia de Niupidi, dejando en pie sólo por miedo a los espíritus el cementerio de la colina en el que estaban sepultados los antiguos misioneros.
«Y, sin embargo –escribe Valente en el libro–, pasada la tempestad, despejado el muro que subía de los escombros, los cristianos estaban todavía allí. Dispersos en escondites, confusos, con achaques y atemorizados. Con muchos mártires que llorar».
Cuando a inicios de los años ochenta Deng Xiaoping acabó con los «años difíciles», la historia de la pequeña ciudad cristiana de San José volvió a comenzar. Ahora, hay 1.500 habitantes, casi todos cristianos, con centenares de niños.
Una ciudad con misa y catequesis, bautismos, matrimonios, funerales, una calle y una escuela dedicadas a San José. Las autoridades locales no querían, pero el pueblo insistió. Reconstruyeron la iglesia en el centro del pueblo en 1992, con la fachada dirigida a la colina, en la que descansan los restos de los antiguos misioneros.
El día de la inauguración, pusieron sobre el altar el ataúd del padre Bianchi, a quien los ancianos describen como «más grande que el monte Tai». Después, dirigiéndose a una estatua de una Virgen negra, con los ojos almendrados, recitaron juntos una oración: «Toda alegría viene de María», escrita ahora en el altar.
Según la experiencia del viaje de Valente, recogida en el libro, la diferencia de vida entre los católicos de la Asociación patriótica católica, controlada por el régimen comunista, y la de los católicos clandestinos fieles a Roma no es tan evidente como podría parecer desde el extranjero.
A pocos kilómetros de Niupidi está Shanwei, con una pequeña iglesia dedicada a San Pedro. Se trata de una parroquia controlada por el gobierno. Y sin embargo, detrás del altar, esos católicos han colocado un cuadro en el que Jesús entrega las llaves de la Iglesia al pescador de Galilea. En el fondo se puede ver la inconfundible cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano, donde vive el Papa, colocada sobre una roca firme e inexpugnable.
Por los testimonios de católicos clandestinos que recoge Valente se puede comprobar cómo muchos de los católicos patrióticos son «sinceros», y de hecho en muchísimos casos recuerdan en la misa al Papa Juan Pablo II.
En definitiva, concluye Valente, «El sentido de la fe («sensus fidei») de la pequeña grey china ha custodiado la fe en comunión con el obispo de Roma. Las dificultades de estas décadas sólo han hecho más fuerte y sufrido el amor al Papa».