CIUDAD DEL VATICANO, 17 diciembre 2002 (ZENIT.org).- La paz exige cuatro condiciones esenciales, asegura Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2003) publicado este martes por la Sala de Prensa del Vaticano: Verdad, justicia, amor y libertad.
El pontífice propone estos «pilares» de la paz al mundo globalizado de inicios de milenio inspirándose en la encíclica más conocida del Papa Juan XXIII, la «Pacem in terris», que publicó hace cuarenta años (el 11 de Abril de 1963), cuando el mundo de la guerra fría se encontraba al borde de la guerra nuclear a causa de la crisis de los misiles en Cuba.
De hecho, el lema que el Papa ha escogido para la próxima Jornada Mundial de la Paz es «»Pacem in Terris», una tarea permanente», y pide a las comunidades eclesiales que celebren este aniversario durante el año 2003, con iniciativas que de carácter ecuménico e interreligioso, abriéndose a todos los que sienten un profundo anhelo de paz.
La verdad, explica el Papa en el mensaje evocando el pensamiento del «Papa Bueno», «será fundamento de la paz cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros».
La justicia, añadió, «edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás».
El amor «será fermento de paz –asegura el mensaje pontificio–, cuando la gente sienta las necesidades de los demás como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu».
Finalmente, la libertad «alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones», asegura Juan Pablo II recogiendo el pensamiento de la primera encíclica dirigida por un Papa a todos los hombres de «buena voluntad».
En definitiva, asegura el Papa Karol Wojtyla citando a su predecesor, la paz debe pasar «por la defensa y promoción de los derechos humanos fundamentales».
«Cada persona humana goza de ellos, no como de un beneficio concedido por una cierta clase social o por el Estado, sino como de una prerrogativa propia por ser persona», aclara el Mensaje.
No se trata «simplemente de ideas abstractas», sigue explicando el pontífice. Tras la «Pacem in terris», constata el Santo Padre, «surgieron muy pronto los movimientos por los derechos humanos, que dieron expresión política concreta a una de las grandes dinámicas de la historia contemporánea».
«La promoción de la libertad fue reconocida como un elemento indispensable del empeño por la paz –recuerda–. Surgiendo prácticamente en todas las partes del mundo, estos movimientos contribuyeron al derrocamiento de formas de gobierno dictatoriales y ayudaron a cambiarlas con otras formas más democráticas y participativas. En la práctica, demostraron que la paz y el progreso pueden alcanzarse sólo a través del respeto de la ley moral universal, inscrita en el corazón del hombre».
Al inicio del año 2003, Juan Pablo II concluye su mensaje confesando «el augurio que surge espontáneo de lo más profundo de mi corazón: que en el ánimo de todos brote un impulso de renovada adhesión a la noble misión que la Encíclica «Pacem in terris» propuso hace cuarenta años a todos los hombres y mujeres de buena voluntad».
Se trata de la tarea «inmensa» recogida en el desafío de «establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo la enseñanza y el apoyo de la verdad, la justicia, el amor y la libertad».
Ahora bien, precisa, no es sólo una cuestión de jefes de Estado, se refiere a las «relaciones de convivencia en la sociedad humana…, primero, entre los individuos; en segundo lugar, entre los ciudadanos y sus respectivos Estados; tercero, entre los Estados entre sí, y, finalmente, entre los individuos, familias, entidades intermedias y Estados particulares, de un lado, y, de otro, la comunidad mundial».