Hermano Roger de Taizé: «Dios sólo puede amar»

Invita a los jóvenes a sembrar paz comenzando por la reconciliación interior

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PARÍS, 20 diciembre 2002 (ZENIT.org).- «Cuando los jóvenes toman en sus propias vidas una resolución por la paz, llevan una luminosa esperanza que irradia más y más lejos», afirma el hermano Roger, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé, en su «Carta 2003».

El mensaje se difundió el lunes, con ocasión del XXV encuentro europeo que reunirá en París –del 28 de diciembre al 1 de enero— a cerca de 80.000 jóvenes de los cinco continentes.

La carta –traducida a 58 lenguas (incluidas 23 asiáticas)— servirá de base en la próxima cita y será meditada durante el 2003 en los encuentros que tendrán lugar en Taizé, semana tras semana, así como en otros lugares del mundo.

«Dios sólo puede amar»; el título de la carta concentra un aspecto que hoy más que nunca hay que recordar ante todo género de inquietudes, según el hermano Roger: «el sufrimiento nunca viene de Dios».

«Dios no es el autor del mal, Dios no quiere ni la angustia humana ni los desórdenes de la naturaleza, ni la violencia de los accidentes, ni las guerras. Comparte el dolor de quien atraviesa la prueba y nos concede consolar a quien conoce el sufrimiento», subraya.

Por ello, la esperanza sale renovada cuando se confía en Dios: «Existe una fuerza interior que nos habita y está ahí para todos –explica el hermano Roger–. Esta fuerza se llama Espíritu Santo. Susurra en nuestros corazones: “Abandónate a Dios con total sencillez, tu poca fe ya es suficiente”».

«Uno de los rostros más claros del amor de Dios es el perdón –continúa la carta–. Cuando también nosotros nos perdonamos, nuestra vida cambia poco a poco (…), vemos disiparse las severidades hacia los demás, y es esencial que éstas dejen lugar a una infinita bondad».

Para que la confianza se alce en la tierra, lo importante es que cada uno tenga reconciliación en su propio corazón. «Una paz sobre la tierra –subraya el hermano Roger– se prepara en la medida en que cada uno de nosotros se atreve a preguntarse: ¿estoy dispuesto a buscar una paz interior, para avanzar desinteresadamente?».

Cuando los jóvenes optan por la paz, «llevan una luminosa esperanza que irradia más y más lejos», y ello hay que testimoniarlo con la propia vida, puesto que «es nuestra vida la que hace creíble la fe a nuestro alrededor», constata.

Presentamos a continuación el texto íntegro de la carta del hermano Roger.

* * *

Dios sólo puede amar

Carta 2003

Entre las jóvenes generaciones a través del mundo, son muchos los que se interrogan y cuestionan: ¿existe una esperanza para nuestro futuro? ¿Cómo pasar de las inquietudes a la confianza?

Nuestras sociedades son a veces tan sacudidas desde sus cimientos. Hay un porvenir incierto para la humanidad, con la pobreza en continuo crecimiento.

Ahí está el sufrimiento de muchos niños, y tantas rupturas que hieren los corazones.

A pesar de eso, ¿no vemos surgir, incluso en las situaciones más problemáticas del mundo, algunos signos de una innegable esperanza?

Para avanzar, es bueno saberlo: el Evangelio lleva en sí mismo una esperanza tan bella que podemos encontrar ahí una alegría del alma.

Esta esperanza es como una brecha de luz que se abre en nuestras profundidades. Sin ella, el gusto por vivir podría apagarse.

¿Dónde está la fuente de esta esperanza? Está en Dios, que sólo puede amar (1) y nos busca incansablemente.

La esperanza se renueva cuando con toda humildad nos confiamos a Dios. (2)

Existe una fuerza interior que nos habita y está ahí para todos. Esta fuerza se llama Espíritu Santo. Susurra en nuestros corazones: «Abandónate a Dios con total sencillez, tu poca fe ya es suficiente». (3)

¿Y quién es este Espíritu Santo? Es aquel que prometió Jesús el Cristo en el Evangelio: «No os dejaré nunca solos, por el Espíritu Santo estaré siempre con vosotros, Él os sostendrá y consolará siempre». (4)

Incluso cuando pensamos estar solos, el Espíritu Santo está ahí. Su presencia es invisible, sin embargo, no nos deja jamás. (5)

Y poco a poco comprendemos que, en una vida humana, lo más esencial es amar en la confianza.

La confianza es una de las realidades más humildes y más simples que existen, y al mismo tiempo, una de las más fundamentales.

Amando en la confianza, podemos llegar a hacer felices a los que nos rodean, y permaneceremos en comunión con aquellos que nos han precedido y nos esperan en la eternidad de Dios.

Cuando sobrevienen períodos de duda, recordemos que las dudas y la confianza, como sombras y luz, pueden coexistir en nuestras vidas. (6)

Ante todo, quisiéramos retener las pacificadoras palabras de Cristo: «No tengáis miedo, que vuestro corazón no se inquiete». (7)

Entonces, aparece que la fe no es el resultado de un esfuerzo, sino un don de Dios: es Dios quien día tras día, nos concede avanzar desde nuestras dudas hacia la confianza en Él.

Dios solo puede amar y su compasión es una fuente. Viene el día en que podremos decir: «Dios de misericordia, incluso si tuviéramos fe como para transportar montañas, sin tu amor, ¿qué seríamos?» (8). Sí, tu amor por cada uno de nosotros permanece para siempre».

Uno de los rostros más claros del amor de Dios es el perdón.

Cuando también nosotros nos perdonamos, nuestra vida cambia poco a poco.
Al encontrar en el perdón una alegría que no pesa, vemos disiparse las severidades hacia los demás, y es esencial que éstas dejen lugar a una infinita bondad.

Ya antes de Cristo, un creyente expresaba esta llamada: «Deja tu tristeza, deja que Dios te conduzca hacia una alegría». (9)

Esta alegría cura la herida secreta del alma. Se encuentra en la transparencia de un amor apacible. Necesita todo nuestro ser para abrirse. (10)

Son muchos hoy los que aspiran a vivir un tiempo de confianza y esperanza. (11)

Puede haber en el ser humano pulsiones de violencia. Mas para que se alce una confianza sobre la tierra, lo que importa es comenzar en uno mismo: caminar con un corazón reconciliado, vivir en paz con los que nos rodean.

Una paz sobre la tierra se prepara en la medida en que cada uno de nosotros se atreve a preguntarse: ¿estoy dispuesto a buscar una paz interior, para avanzar desinteresadamente? Incluso desprovisto, ¿puedo ser fermento de confianza allí donde vivo, con una comprensión hacia los otros que se ampliará siempre más?

Manteniéndonos en la presencia de Dios en una espera serena, ¿abriremos sendas de pacificación allí donde surgen las oposiciones? (12)

Cuando los jóvenes toman en sus propias vidas una resolución por la paz, llevan una luminosa esperanza que irradia más y más lejos.

En este periodo de la historia, el Evangelio nos invita a amar y a decirlo con nuestra existencia. Ante todo, es nuestra vida la que hace creíble la fe a nuestro alrededor.

Esto es verdad también en el misterio de comunión que es el Cuerpo de Cristo, su Iglesia. Una credibilidad a menudo perdida puede renacer, cuando la Iglesia vive la confianza, el perdón, la compasión, y acoge desde la alegría y la sencillez. Entonces llega a transmitir una esperanza viva. (13)

Cuando nuestra oración personal parece pobre y nuestras palabras torpes, no nos detendremos en el camino. (14)

¿No es uno de los deseos más profundos de nuestra alma realizar una comunión con Dios?

Tres siglos después de Cristo, un creyente africano de nombre Agustín escribía: «Un deseo que llama a Dios es ya una oración. Si quieres orar sin cesar, no ceses nunca de desear…». (15)

Una gran sencillez de corazón sostiene una oración contemplativa. La sencillez es fuente de una alegría. (16) Permite abandonars
e en Dios, dejarse llevar hacia Él.

En una vida de comunión así, Dios, que permanece invisible, no se comunica con nosotros por fuerza con palabras humanas. Nos habla especialmente a través de silenciosas intuiciones. (17)

El silencio, en la oración, parece nada. No obstante, en este silencio, el Espíritu Santo puede concedernos acoger la alegría de Dios, hasta tocar el fondo del alma.

A través de una sencilla oración, muchos comprenden un día que Dios les dirige una llamada. ¿Qué llamada?

Dios espera que nos preparemos para llegar a ser portadores de alegría y paz. (18)

Le escucharemos cuando resuenen en nosotros sus palabras: «No te detengas, sigue avanzando, ¡que tu alma viva!»

Entonces llegamos a darnos cuenta que hemos sido creados para avanzar hacia un infinito, un absoluto. Y puede acontecer este descubrimiento: a menudo es en las situaciones exigentes donde el ser humano llega a ser plenamente él mismo.

Apoyándonos los unos en los otros, (19) no dejándonos detener por los obstáculos, y sabiendo encontrar el coraje para seguir adelante, nos damos cuenta de que hay una alegría del corazón, e incluso una felicidad, para quien responde a la llamada de Dios. Sí, Dios nos quiere felices. (20)

Y surge lo inesperado. Las largas noches apenas iluminadas son franqueadas. Incluso el continuar a veces por caminos de oscuridad, lejos de debilitarnos, nos puede construir interiormente.

Lo que más nos dice, es ir de descubrimiento en descubrimiento. Acoger el día que llega como un hoy de Dios. Buscar en todo la paz del corazón. Y la vida llega a ser bella… Sí, la vida será hermosa.

—————————–
1. «Dios sólo puede amar» : esta certeza ha sido expresada por un pensador cristiano del siglo VII, San Isaac de Nínive. Llegó a esta conclusión después de haber estudiado largamente el Evangelio según San Juan y meditado las palabras «Dios es amor» (1Jn 4,8). Más que nunca, hoy importa recordar: el sufrimiento no viene nunca de Dios. Dios no es el autor del mal, Dios no quiere ni la angustia humana ni los desórdenes de la naturaleza, ni la violencia de los accidentes, ni las guerras. Comparte el dolor de quien atraviesa la prueba y nos concede consolar a quien conoce el sufrimiento.

2. En todo momento cada uno puede hacer suya esta sencilla oración, decirla y volverla a repetir en su corazón: «Mi alma reposa en paz sólo en Dios» (Salmo 62,2).

3. Un siglo después de Cristo, un creyente de nombre Ireneo, de Lyon, tiene la clara certeza de una comunión en Dios. Nos dejó estas líneas: «El esplendor de Dios es el hombre vivo. La vida del hombre es la contemplación de Dios.»

4. Ver Juan 14,16-20.

5. Incluso si hay momentos en los que la presencia del Espíritu Santo se hace menos sensible, siempre encontramos en Él el apoyo y el consuelo con los que Dios viene a inundar nuestras vidas. ¿Nos olvidaremos de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas? Al descansar en Él, le encontramos allá donde estemos, en nuestra casa, en el trabajo, en una vida llena de actividades…

6. Encontramos esto en el Evangelio. Un hombre dice a Cristo: «Creo», pero añade a continuación: «ven en ayuda de mi incredulidad» (Marcos 9,24).

7. Juan 14,1.

8. Ver 1 Corintios 13,2.

9. Ver Baruc 5,1-9.

10. La alegría, que puede mantenerse liviana, es uno de los frutos del Espíritu Santo en nosotros (ver Gálatas 5,22). La alegría nos maravilla. Ella nos hace descubrir despertares poéticos en cada estación, tanto en los días de plena luz como en las noches heladas del invierno.

11. En la Biblia, la esperanza no es una creación de la imaginación, está enraizada en la presencia de Dios que nunca está ausente: «Tengo para vosotros, dice el Señor, planes de paz y no de desgracia, para daros un futuro y una esperanza » (Jeremías 29,11). Esta esperanza es una certeza: «Hay futuro, y tu esperanza no será cercenada» (Proverbios 23,18). El Nuevo Testamento va más lejos, al comprender la esperanza como una realidad ya en marcha : «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5,5).

12. Durante siglos, los cristianos han conocido numerosas separaciones. ¿Nos comprometeremos hoy, sin tardanza, a hacer todo lo posible para vivir en comunión unos con otros? La llamada a la reconciliación entre los cristianos separados ha suscitado durante años diálogos y conversaciones positivas. Pero no podemos posponer la reconciliación hasta el fin de los tiempos. Más que nunca, existe la urgencia de entrar en el camino abierto por Cristo en el Evangelio: «Ve antes a reconciliarte» (Mateo 5,24) «¡Ve antes !», dice, y no : «¡Déjalo para más tarde!»

Existen hoy hombres, mujeres, jóvenes, profundamente conscientes de la urgencia de una reconciliación vivida sin retraso. En marzo del 2002, el Papa Juan Pablo II llamaba a «el ecumenismo de la santidad que nos conducirá al fin hacia la plena comunión». Después, en octubre del 2002, el Papa y el patriarca ortodoxo Theoctisto, de Rumanía, escribían una declaración común que subrayaba «nuestro compromiso a orar y trabajar para alcanzar la plena unidad visible de todos los discípulos de Cristo. Nuestra meta y nuestro ardiente deseo es la plena comunión que no es absorción, sino comunión en la verdad y el amor.»

13. Hace cuarenta años, el hombre que quizás más profundamente ha marcado nuestra comunidad de Taizé, el Papa Juan XXIII, supo encontrar expresiones que nos estimulan a no detenernos, sino a avanzar; entre otras, estas palabras: «La Iglesia prefiere recurrir al remedio de la misericordia que blandir las armas de la severidad.»

14. Si para algunos la oración en soledad es ardua, la belleza de una oración cantada, incluso entre dos o tres, sostiene incomparablemente la vida interior. A través de palabras sencillas, cantos largamente repetidos, puede irradiar un gozo. En Taizé y en los encuentros en los diversos continentes, descubrimos que una oración común, cantada juntos, permite que ascienda el deseo de Dios y entrar en una oración contemplativa.

15. De San Agustín son también estas palabras: «Si deseas conocer a Dios, ya tienes fe.»

16. Con mis hermanos, buscar la simplicidad, la del corazón y la de la vida, está más que nunca en el centro de nuestra vocación, y esto, lo vivimos en Taizé o en pequeñas fraternidades de algunos hermanos entre los más pobres en los otros continentes. Cuanto más avanzamos, más nos acordamos de que somos unos pobres del Evangelio. Entonces nos decimos: «¡Seamos hombres de escucha, no maestros espirituales!»

17. A propósito de la oración, San Agustín escribe: «Orar mucho, no es, como algunos piensan, rezar con muchas palabras… Evitemos en la oración las muchas palabras, y oremos mucho en el silencio del corazón. »

18. «Somos llamados a ir más allá de los límites de nuestras comunidades cerradas, a trascender los prejuicios, las dudas, y testimoniar a Cristo resucitado, en la medida de nuestras posibilidades, para salir al encuentro del hombre contemporáneo y los problemas acuciantes que se le plantean. No se trata de confundirse con el mundo, sino de ayudarlo a orientarse (…), para que cada ser humano pueda alcanzar la libertad y la dignidad.» (Monseñor Anastasios, de Tirana, primado de la Iglesia ortodoxa de Albania.)

19. El aislamiento lleva a perder los ánimos y no permite el desarrollo de los dones de cada uno. Para que se apoyen los unos a los otros, desde hace años proponemos a los jóvenes participar en una « peregrinación de confianza a través de la tierra». Esto les permite descubrirse unidos a tantos jóvenes por una misma búsqueda de Dios, por una misma esperanza, y por compromisos complementarios. Y esto, sin crear un movimiento organizado entorno a nuestra comunidad de Taizé.
20. En las pruebas de nuestra vida, nos damos cuenta poco a poco de que la fuente de una alegría no está ni en los dones prestigiosos, ni en las grandes facilidades, sino en el humilde don de sí mismo, para comprender a los demás con la bondad del corazón. Una alegría nos está esperando siempre que en nuestras vidas la sencillez se une a la bondad del corazón.

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ZENIT Staff

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