CASTEL GANDOLFO, 18 agosto 2003 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación las palabras que dirigió Juan Pablo II este domingo, 17 de agosto, al rezar la oración mariana del «Angelus» junto a unos dos mil peregrinos congregados en el patrio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
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1. Antes de ayer, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, la liturgia nos exhortó a elevar la mirada al cielo para contemplar a María en la nueva Jerusalén, la ciudad santa que desciende de Dios (Cf. Apocalipsis 21, 2).
«Mira que hago un mundo nuevo», dice el Señor (ibídem, 21,5). En el Apocalipsis resuena con vigor el evangelio de la esperanza, que lleva a acoger la «novedad de Dios», don escatológico que va más allá de toda posibilidad humana, y que sólo Dios puede obrar. Esta «novedad» tendrá su realización plena al final de los tiempos, pero ya está presente en la historia. Desde ahora, de hecho, a través de la Iglesia, Dios está renovando y transformando al mundo, y los reflejos de su acción son perceptibles también «en cada forma de convivencia humana animada por el Evangelio» (Exhortación apostólica «Ecclesia in Europa», 107).
2. El continente europeo, que desde hace dos milenios «escucha el Evangelio del Reino inaugurado por Jesús» (ibídem, 107), no puede dejar de sentirse interpelado por esta «novedad». La fe cristiana le ha dado forma y algunos de sus valores fundamentales han inspirado después «el ideal democrático y los derechos humanos» de la modernidad europea. Además de ser «un lugar geográfico», Europa es «un concepto predominantemente cultural e histórico» que se caracteriza como continente, además, gracias a la fuerza unificadora del cristianismo, que ha sabido integrar entre sí diferentes pueblos y culturas (Cf. ibídem, 108).
No se puede negar que, en nuestros tiempos, Europa atraviesa una crisis de valores, y es importante que recupere su verdadera identidad. El proceso de ampliación de la Unión Europea a otros países no puede afectar sólo a los aspectos geográficos y económicos, sino que tiene que traducirse en una renovada concordia de valores que deben expresarse en el derecho y en la vida (Cf. ibídem n. 110).
3. Pidamos a la Virgen Santa, venerada en tantos santuarios europeos, que ayude al continente a ser cada vez más consciente de su propia vocación espiritual y contribuya a construir la solidaridad y la paz «dentro de sus fronteras y en el mundo entero» (n. 112).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Después del «Angelus» el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En castellano pronunció estas palabras:]
Me es grato saludar a los peregrinos de lengua española. San Pablo nos invita a dejarnos llenar del Espíritu Santo para cumplir la divina voluntad cada día de nuestra vida.