El predicador papal invita a vivir la Confesión de manera renovada

En la meditación dirigida este viernes al Papa y a la Curia Romana

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 2 abril 2004 (ZENIT.org).- Para que el sacramento de la Confesión sea verdaderamente eficaz, «hay que renovar en el Espíritu su modo de administrarlo y recibirlo», constató este viernes el padre Raniero Cantalamessa ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia Romana.

Reflexiones sobre este sacramento ocuparon la tercera y última predicación de Cuaresma en la capilla «Redemptoris Mater» del Vaticano, durante la cual el predicador del Papa afrontó el tercer nivel de lectura de la Escritura: el moral, «que trata de sacar de la Pascua enseñanzas prácticas para la vida y las costumbres».

El padre Cantalamessa citó a San Pablo: «Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad» (1 Corintios 5, 7-8)

Esta cita no sólo «es el más antiguo testimonio de la existencia de una Pascua cristiana», sino que es «la primera predicación “cuaresmal” del cristianismo», reconoció el fraile capuchino.

«El apóstol se basa en la costumbre judía de revisar la casa la víspera de Pascua y eliminar todo rastro de pan fermentado para ilustrar las implicaciones morales de la Pascua cristiana –explicó–. El creyente también debe explorar la casa interior de su corazón para destruir todo lo que pertenece al viejo régimen del pecado y de la corrupción».

La doctrina y práctica de la Iglesia «ha precisado dónde y cómo esta purificación pascual debe hallar su actuación concreta, cómo se elimina “la levadura vieja”: en el sacramento de la reconciliación», «el medio ordinario y necesario para obtener el perdón de los pecados graves cometidos después del bautismo», subrayó.

«La confesión es el momento en que la dignidad del creyente se afirma más claramente» –advirtió el predicador de la Casa Pontificia–, pues así como en otros momentos de la vida de la Iglesia el creyente es uno más entre muchos –al escuchar la Palabra, al recibir la Eucaristía–, en la confesión «es único»: «la Iglesia existe en ese momento sólo para él o para ella».

«Este modo de librarse del pecado confesándolo a Dios a través de su ministro se corresponde con la necesidad natural de la psiquis humana de librarse de lo que oprime la conciencia manifestándolo, sacándolo a la luz y expresándolo verbalmente», constató.

Pero «si queremos que este sacramento sea verdaderamente eficaz en la lucha contra el pecado –advirtió–, su modo de administrarlo y recibirlo debe ser renovado en el Espíritu».

«Renovar el sacramento en el Espíritu –explicó– quiere decir no vivir la confesión como un rito, un hábito o una obligación canónica, sino como un encuentro personal con el Resucitado que nos permite, como a Tomás, tocar sus llagas, sentir en nosotros la fuerza sanadora de su sangre y gustar “el gozo de estar salvados”».

En este sentido –prosiguió–, la confesión permite «experimentar en nosotros lo que la Iglesia canta la noche de Pascua en el “Exultet”: “¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor!”», porque «Jesús sabe hacer de todas las culpas humanas, una vez reconocidas, “felices culpas”, culpas que no se recuerdan más salvo por la experiencia de misericordia y de ternura divina de la que han sido ocasión».

Además, en cada absolución sucede «un milagro mayor que decir a un paralítico: “Levántate y anda” (Cf. Mc 2, 9)», pues «sólo la omnipotencia divina puede crear de la nada lo que no es, y reducir a la nada lo que es, y esto es lo que ocurre en la remisión de los pecados», reconoció el padre Cantalamessa.

Más todavía: la Confesión «nos pone a disposición un medio excelente e insuperable para pasar siempre de nuevo por la experiencia de la justificación gratuita por medio de la fe –continuó–. Nos da la posibilidad de realizar cada vez el “maravilloso intercambio” por el que nosotros damos a Cristo nuestros pecados y Él nos da a nosotros su justicia».

«Renovar el sacramento en el Espíritu –puntualizó el predicador del Papa– significa además revisar cada cierto tiempo también el objeto de nuestras confesiones» ya que «existe el peligro de ceñirse a esquemas de examen de conciencia aprendidos de jóvenes y seguir con ellos toda la vida, mientras que las situaciones han cambiado y nuestros verdaderos pecados ya no son los mismos de entonces».

Pero la renovación del sacramento no se refiere sólo al modo de recibirlo, sino también al modo de administrarlo, de forma que se pueda reconocer en el confesor a Jesús. En este contexto, el Evangelio «es el verdadero “manual para confesores”; el Derecho Canónico está para servirlo, no para sustituirlo», alertó el sacerdote capuchino.

Jesús «se preocupa ante todo de que la persona experimente la misericordia, la ternura y hasta el gozo de Dios al acoger al pecador –precisó–. Sabe que tras esta experiencia será el propio pecador quien sienta necesidad de una confesión cada vez más completa de las culpas (…). Lo esencial es que exista un inicio de verdadero arrepentimiento y la voluntad de cambiar y reparar el mal cometido».

Asimismo «la administración de la penitencia puede convertirse para un confesor en una ocasión de conversión y de gracia», de forma que en los pecados del penitente «reconoce los propios pecados» y «mientras escucha una confesión no puede menos que decir para sí: “Señor, también yo, también yo he hecho lo mismo, ten piedad también de mí”», concluyó el padre Cantalamessa.

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ZENIT Staff

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