GINEBRA, martes, 20 abril 2004 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha denunciado que el tráfico de seres humanos constituye la peor violación de los derechos de los emigrantes y ha exigido a la comunidad internacional combatir sus causas.
Así lo expuso el pasado 8 de abril el arzobispo Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas e Instituciones Especializadas, en Ginebra, en la sesión de la Comisión sobre Derechos Humanos. La reunión comenzó el 15 de marzo y se clausurará el 23 de abril.
«Entre las violaciones de los derechos de los emigrantes, el tráfico de seres humanos es la peor. Afecta a un millón de personas transportadas anualmente a través de las fronteras nacionales», constató en su intervención pronunciada en inglés.
«Implica diversos tipos de explotación de niños, mujeres y hombres –recordó– y les somete a condiciones de esclavitud en el trabajo, a los abusos sexuales y a la mendicidad, arrebata a las personas la dignidad que Dios les ha dado y alimenta la corrupción y el crimen organizado».
«El tráfico de seres humanos ha pasado a ser una industria de miles de millones de dólares», denunció.
«En el esfuerzo por desmantelar las redes criminales, la información que pueden ofrecer las víctimas del tráfico es incalculable. Pero hay que asegurarles una protección legal clara », advirtió, sugiriendo «permisos de residencia temporáneos para animarlos a cooperar con el sistema judicial, y como una posible apertura a la integración social en la sociedad que los acoge».
«Esto constituye una necesidad moral si el regreso a casa expusiera a la víctima a la venganza», aseguró.
«Políticas de inmigración, que reflejen realistamente las necesidades laborales y demográficas de las sociedades de acogida podrían favorecer su propio interés y el de los inmigrantes, abriendo canales regulares de inmigración suficientemente amplios como para prevenir las terribles tragedias de pérdidas de jóvenes vidas de inmigrantes que cruzan desiertos o mares buscando una vida decente», aseguró
Ahora bien, el representante papal consideró que la lucha contra el tráfico de seres humanos necesita afrontar sus causas.
«En la raíz de la inmigración –explicó–, nos encontramos con frecuencia con la pobreza extrema y con el atractivo de posibles puestos de trabajos más libres y humanos en los países de destino, como reflejan poderosamente los medios de comunicación globales».
Como síntesis, el arzobispo propuso políticas de lucha contra el tráfico de emigrantes que tengan en cuenta los siguientes elementos:
–«cooperación internacional en la prevención y en la persecución de los traficantes, así como en la rehabilitación de las víctimas»;
–«políticas de inmigración menos restrictivas y más realistas»;
–«la promoción concertada y sostenible del desarrollo económico y social en los países pobres»;
–«una formación continua en una cultura de los derechos humanos y del respeto de la dignidad de cada persona».