ROMA, lunes, 6 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Ciento cincuenta años después de la proclamación en la Iglesia del dogma de la Inmaculada, una meta que también ayudaron a alcanzar miembros de la Orden de los Franciscanos Menores Conventuales, sigue en pie la tarea de «sembrar esta verdad en los corazones de los hombres».
Es el camino que traza el ministro general de la Orden, Fr. Joachim Giermek, en una carta a sus hermanos de comunidad fechada el próximo 8 de diciembre, aniversario de la culminación de un proceso de casi 550 años de reflexión teológica y contemplación en el que participaron Franciscanos Conventuales.
De ahí que la definición dogmática de la Inmaculada Concepción forme parte de la «historia, tradición e identidad» de la Orden (www.ofm-conv.org), reconoce la misiva recibida en Zenit.
En cualquier caso, la devoción y amor franciscano a la Inmaculada es «congénito»: ya San Francisco de Asís, al renunciar a sus vínculos de sangre, «en María descubre la maternidad para con todos los redimidos»; para él, «María es madre sobre todo porque ha hecho hermano nuestro al Señor de la majestad».
«Este amor filial del “Poverello” –añade Fr. Giermek– es el que sus hermanos de entonces y de siempre han procurado emular en su vida, como individuos y como Orden, y han tratado asimismo de difundirlo por doquier entre el pueblo y en la Iglesia, con el ejemplo, la predicación y su aportación teológica».
De ello son testimonio, entre otros, San Antonio de Padua, San Buenaventura, Alejandro de Hales o Guillermo de Ware, Pedro Auréolo y el beato Juan Duns Escoto, «el primero que elaboró definitivamente el concepto de la redención preventiva», apunta el ministro general de los Franciscanos Conventuales.
«En efecto –prosigue–, Escoto es el primero en subrayar que la Inmaculada Concepción no es una excepción a la redención universal de Cristo, sino un caso de eficaz y perfecta acción salvífica del único mediador». Las aportaciones de la Orden hasta la proclamación del dogma de la Inmaculada fueron constantes.
«La fiesta de la Inmaculada, celebrada en la Orden desde 1263, fue adoptada oficialmente por Roma, con misa y oficio litúrgico propios, por un Papa franciscano conventual, Sixto IV», quien también aprobó en 1477 «la doctrina inmaculista como acorde con la fe católica».
Se llegó «por fin al inolvidable 8 de diciembre de 1854, que supuso –tras una larga disputa de casi cinco siglos y medio– la aceptación definitiva de la tesis franciscana por parte del Magisterio, y que suscitó una gozosa acogida en el pueblo cristiano», recuerda Fr. Giermek.
La actualidad del camino emprendido por el padre Kolbe
Se abría entonces la «segunda página» de la historia de la Orden, según el propio San Maximiliano María Kolbe (1894-1941), para quien había que «sembrar esta verdad en los corazones de todos los hombres que viven y los que vivirán hasta el fin de los tiempos, y preocuparse por su crecimiento y los frutos de santificación. Introducir a la Inmaculada en los corazones de los hombres, para que Ella levante en ellos el trono de su Hijo…».
Esta intuición es la que llevó al religioso a fundar con sólo 23 años, junto a seis compañeros, la Milicia de la Inmaculada en Roma. Él reconocía «que toda reflexión teológica ha de tener su expresión pastoral, para merecer el título de «teológica», y viceversa: toda actividad pastoral debe basarse en una teología sólida», recuerda Fr. Giermek.
«La ocasión que determinó su fundación –cita la misiva del ministro general de los Franciscanos Conventuales–, escribirá más tarde el mismo padre Kolbe, fueron las iniciativas cada vez más provocadoras de la masonería y de los demás enemigos de la Iglesia de Cristo en el centro mismo del cristianismo; el fundamento fue la tradicional devoción que los Franciscanos Conventuales tienen a la Inmaculada Concepción».
Hablando del fin de la Milicia de la Inmaculada, el padre Kolbe precisa que no es otro sino «el fin de la Inmaculada misma. Ella, en efecto, como Corredentora, desea extender a la humanidad entera los frutos de la Redención llevada a cabo por su Hijo… El único deseo de la Inmaculada es elevar el nivel de nuestra vida espiritual hasta las cimas de la santidad».
«La Milicia de la Inmaculada –continuaba el padre Kolbe– es una visión global de la vida católica bajo forma nueva, consistente en el vínculo con la Inmaculada, nuestra Mediadora universal ante Jesús».
De origen polaco, el padre Kolbe dio su vida para salvar a un padre de familia en el campo de concentración de Auschwitz durante la segunda guerra mundial. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1982. La aportación del santo franciscano al dogma de la Inmaculada «no se limita sólo al campo pastoral», sino que impulsa una profundización en el conocimiento del dogma, constata Fr. Giermek.
Consciente de que «aquello que evocamos con amor cuando nos detenemos a conmemorar algo, puede determinar nuestra trayectoria futura», el ministro general invita a la Orden «a seguir las huellas luminosas trazadas en el pasado por nuestros ilustres hermanos» a 150 años de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen María brindando «nuestra aportación a la comprensión del dogma, a su promoción y desarrollo».
Para que «la verdad de la función de María Inmaculada en el plan salvador de Dios sea más conocida y difundida» y «que la Inmaculada sea el instrumento de Dios para resolver los conflictos entre los creyentes de las distintas religiones del mundo» Fr. Joachim Giermek propone en primer lugar el camino de la oración.
El estudio –señala– se perfila hoy como otro medio proseguir la aportación franciscana a la promoción del dogma, continuando «la reflexión teológica sobre María Inmaculada, que culminó en la declaración dogmática, pero que no se agotó ni se agota ahí».
De hecho «nuestra creciente mentalidad pastoral» «debería animarnos a todos a un mayor esfuerzo para consolidar las bases de toda actividad pastoral, que se apoya en la teología», dice.
En tercer lugar, invita a «desarrollar las intuiciones de San Maximiliano M. Kolbe, que le llevaron a fundar la Milicia de la Inmaculada como respuesta a la realidad teológica del dogma».
«La «segunda página» –o sea, la Milicia– no ha sido completada aún, y quedan además las páginas siguientes que esperan ser escritas, antes de poder ser leídas»; por eso Fr. Giermek exhorta a seguir «extrayendo tesoros del yacimiento de la Milicia, sobre todo buscando iniciativas pastorales acordes con los signos de los tiempos para el mundo de hoy».