Acostumbrarse, el peligro más grave que corre la Eucaristía, según el predicador del Papa

En su segunda predicación de Adviento ante Juan Pablo II y la Curia

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 10 diciembre 2004 (ZENIT.org).- El acostumbramiento es el peligro más grave «que corre la Eucaristía», donde el «verdadero cuerpo y sangre de Cristo está presente», y lo que más entristece a Jesús, la «frialdad» de los suyos, alertó en la mañana de este viernes el padre Raniero Cantalamessa OFMCap ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia.

En el contexto del Año de la Eucaristía convocado por el Papa, el predicador de la Casa Pontifica prosiguió –en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico– sus meditaciones (Cf. Zenit, 3 de diciembre de 2004) en preparación de la Navidad llamando la atención sobre la presencia real del Hijo de Dios en el sacramento del altar.

Propuso una reflexión sobre la segunda estrofa del himno eucarístico «Adoro te devote», que dice: «La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti, pero basta con el oído para creer con firmeza. Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más cierto que esta palabra de Verdad».

Aquí se trata –apuntó– de «la escucha de una palabra precisa pronunciada por aquél [Jesús] que es la verdad misma»: «de la palabra de la institución que el sacerdote repite en la Misa: “Esto es mi cuerpo”, «Éste es el cáliz de mi sangre”».

«Sobre esta palabra de Cristo se ha basado la Iglesia al explicar la Eucaristía; ella es la roca de nuestra fe en la presencia real», recordó el predicador del Papa.

Citó a Santo Tomás de Aquino, quien explicaba: «Que el verdadero cuerpo y sangre de Cristo está presente en este sacramento, es algo que no se puede percibir ni con los sentidos ni con el intelecto, sino con la sola fe, la cual se apoya en autoridad de Dios. Por esto, comentando el pasaje de San Lucas 22,19: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros, Cirilo dice: No pongas en duda si esto es verdad, sino más bien acepta con fe las palabras del Salvador: porque siendo él la verdad no miente».

La «fuerza operativa» «ejercitada por la palabra de Cristo es debida al Espíritu Santo», aclaró el padre Cantalamessa.

Pues «era el Espíritu Santo el que daba fuerza a las palabras pronunciadas en vida por Cristo, como declara en un caso él mismo a sus enemigos» –recalcó–; «fue en el Espíritu Santo» «que Jesús se ofreció a sí mismo a Dios en su pasión» «y es en el mismo Espíritu Santo por lo mismo que él renueva sacramentalmente este ofrecimiento en la Misa».

«Sin usar el término», en la estrofa comentada del «Adoto te devote» está contenida la doctrina de la transustanciación: la «admirable y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre de nuestro Señor Jesucristo», siguiendo el concilio de Trento.

¿Qué respuesta invita a dar el himno a la verdad que enuncia?: «¡Creo!», exhortó el padre Cantalamessa.

Y es que «la fe es necesaria para que la presencia de Jesús en la Eucaristía sea no sólo “real”, sino también “personal”, esto es, de persona a persona», porque «una cosa es “estar ahí” y otra “estar presente”», precisó.

«Sin la fe Cristo está en la Eucaristía, pero no está para mí. La presencia supone uno que está presente y uno para quien está presente; supone comunicación recíproca, el intercambio entre dos sujetos libres, que se percatan el uno del otro –reconoció el padre Cantalamessa–. Es mucho más, por lo tanto, que el simple estar en un determinado lugar».

De ahí, lo que decía San Agustín –citó–: «No abráis de par en par la boca, sino el corazón. No nos alimenta lo que vemos, sino lo que creemos».

Y a pesar de todo lo anterior, «el peligro más grave que corre la Eucaristía es el acostumbramiento, darla por descontado y por lo tanto banalizarla», alertó el predicador del Papa.

«Nos horrorizamos justamente de las noticias de tabernáculos violados, copones robados para fines execrables». A quienes comenten estos actos, «tal vez Jesús repite lo que dijo de los que le crucificaban: “No saben lo que hacen”, pero lo que más le entristece es quizá la frialdad de los suyos», advirtió finalmente.

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ZENIT Staff

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