PAMPLONA, martes, 14 diciembre 2004 (ZENIT.org–Veritas).- El arzobispo de Pamplona, monseñor Fernando Sebastián, se pregunta en su última carta pastoral si es posible una «Navidad laica», despojada de toda referencia religiosa y señala las «grietas» por las que «se nos mete el laicismo de Navidad».
El prelado tiene en cuenta no sólo «la presión de quienes quieren eliminar las referencias religiosas de la vida pública y construir una sociedad estrictamente laica, sin tiempos ni lugares para Dios» sino también «la fiebre del consumismo y la debilidad religiosa de muchos cristianos».
En este sentido, el prelado pide «a las familias católicas», que se planteen «cómo quieren celebrar la Navidad», si «como cristianos de verdad» o arrastrados por «el modelo laicista y consumista que lo está devorando todo».
Respecto al propósito de los que quieren «una sociedad en la que todos hablemos, actuemos, vivamos y muramos como si Dios no existiera» niega que esto sea moderno y menos «la condición indispensable para que podamos vivir en paz en una sociedad pluralista».
«¿Qué pluralismo es éste que nos impide vivir a cada uno según nuestras propias creencias?» pregunta monseñor Sebastián; para él se trata del «pluralismo del rodillo, de la uniformidad, y del silencio preventivo».
El arzobispo se refiere en este contexto a «los pequeños caciquismos de quienes quieren aplicar estas ideas para ser más progresistas que nadie» por ejemplo en la escuela: «no se cantan villancicos porque hay veinte niños que no son cristianos».
«Invocar la no confesionalidad del Estado es del todo impertinente», pues «la aconfesionalidad del Estado significa que el Estado no tiene religión propia, precisamente para poder proteger y fomentar la religión o las religiones que libremente quieran profesar y vivir los ciudadanos».
«Es obligación del Estado aconfesional respetar y apoyar las manifestaciones religiosas que los ciudadanos quieran tener, sin agravio de nadie, en ejercicio del derecho sagrado de su libertad religiosa», afirma.
En este sentido, sugiere que «los niños cristianos hagan su fiesta cristiana en la escuela, dejando a los no cristianos que vengan si quieren o que se queden en casa» y dejando «que los niños musulmanes celebren su fiesta otro día, ilustrando y entreteniendo a sus compañeros cristianos».
Por otra parte, monseñor Sebastián, dice que «el laicismo de la Navidad» se mete en los propios cristianos cuando prevalece «la fiebre del consumismo y la debilidad de la fe religiosa».
«Las fiestas de Navidad se van en regalos, cenas, viajes y comilonas. Se juntan las familias, cosa que está muy bien, se juntan los amigos, santo y bueno también, se lo pasan muy bien, pero no van a Misa, ni rezan, ni dan gracias a Dios, ni hay un gesto o una sola palabra que invite a vivir religiosamente la Navidad».
El contexto de libertad religiosa que favorece la sociedad democrática, debe servir –según el prelado– para «vivir la Navidad correctamente», dedicando «un tiempo para dar gracias a Dios por habernos enviado a su Hijo Jesucristo, nacido de María Virgen, como Salvador nuestro y Salvador de todos los hombres».
La celebración religiosa de la Navidad implica la preparación durante «los cuatro domingos de Adviento, con sus lecturas, sus cantos, sus símbolos propios, que van poniendo poco a poco nuestro espíritu en sintonía con la Navidad».
«El día de la fiesta hay que ir a Misa, y si se puede ir a la Misa del Gallo, mejor. Conviene montar en casa un Belén, pequeño o grande. Mucho mejor que la figura de «Papá Noël» o el árbol de Navidad. Una cosa no quita la otra, pero en una casa cristiana no debería faltar el Nacimiento, grande o pequeño».
Las familias católicas deberían en la «cena de Nochebuena o en la comida de Navidad, rezar un poco, dando gracias a Dios por el misterio de la Encarnación de su Hijo que viene a salvarnos, hay que tener un recuerdo para María y José, cantando villancicos y repartiendo los regalos que queramos».
El arzobispo dice que la «Navidad es una fiesta digna de ser bien celebrada», y afirma que «no es hora de diluir nuestro cristianismo, sino de afirmarlo y vivirlo con tranquilidad y alegría, dando gracias a Dios por lo mucho que nos ha dado y ofreciéndoselo a los demás por si quieren asomarse a conocer la fuente de nuestra alegría».
«Esto es lo moderno, conservar nuestra fe, conocerla y vivirla mejor, y ser capaces de dar testimonio de ella con tranquilidad y espontaneidad, sin molestar a nadie, ni tener miedo de nada ni de nadie», concluye.