CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha alertado ante la tentación, que también pueden experimentar los jueces eclesiásticos, de considerar por presiones externas que matrimonios fracasados son automáticamente matrimonios nulos.
El pontífice expuso con sinceridad esta advertencia el sábado al recibir en audiencia a los jueces y abogados del Tribunal de la Rota Romana que en general juzga en segunda instancia las causas ya sentenciadas por tribunales eclesiásticos ordinarios de primera instancia y remitidas a la Santa Sede por legitima apelación.
El mayor número de estas causas son peticiones de declaración de nulidad de matrimonios. La Iglesia católica, que considera que el matrimonio es indisoluble (razón por la que no acepta el divorcio), reconoce –en situaciones muy concretas recogidas por el Código de Derecho Canónico– que la celebración de un matrimonio ha sido nula, por ejemplo, cuando ha tenido lugar bajo amenazas.
En su discurso, el Papa afrontó la «dimensión moral» de todos los implicados en estos procesos jurídicos eclesiásticos, que al igual que en los civiles, podrían estar influenciados por «intereses individuales y colectivos», induciendo «a las partes a recurrir a formas de falsedad o incluso a la corrupción».
Estas presiones podrían tener como objetivo, reconoció con claridad el obispo de Roma, «alcanzar una sentencia favorable», es decir, que los tribunales eclesiásticos declaren la nulidad de un matrimonio, por ejemplo.
«De este riesgo no quedan exentos ni siquiera los procesos canónicos, en los que se trata de conocer la verdad sobre la existencia o no existencia de un matrimonio», advirtió.
«En nombre de pretendidas exigencias pastorales, alguna voz se ha alzado para proponer que se declaren nulas uniones totalmente fracasadas. Para obtener este resultado se sugiere recurrir al expediente de mantener las apariencias procesales».
Estas propuestas o presiones, aseguró el Papa, están en contra de «los más elementales principios de la normativa y del magisterio de la Iglesia».
El Papa se dirigió en particular a los obispos –que nombran a los jueces eclesiásticos– y a los mismos jueces para recordar que «la deontología del juez tiene su criterio inspirador en el amor por la verdad».
«Por tanto –añadió–, debe estar convencido ante todo de que la verdad existe».
«Hay que resistir al miedo de la verdad, que a veces puede nacer del temor de herir a las personas. La verdad, que es el mismo Cristo, nos libera de toda forma de compromiso con las mentiras interesadas».