MOSCÚ, viernes, 15 abril 2005 (ZENIT.org).- Devolviendo al mundo «la esperanza perdida», Juan Pablo II fue «la conciencia de nuestra época», afirma el arzobispo católico de la Madre de Dios en Moscú, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, en una exhortación a los fieles con ocasión del cónclave, cuyo inicio será el próximo lunes.
Juan Pablo II reconoce en un llamamiento fechado el pasado 12 de abril que «como Papa eslavo», amó Rusia «de forma particular». «¡Cuántos gestos de buena voluntad, signos de respeto a nuestra patria, a la Iglesia ortodoxa rusa y a la gran cultura rusa mostró durante su pontificado!», recalca.
«Y nosotros, ¿lo hemos notado? ¿Hemos sabido apreciar su alcance y su valor? ¿Hemos sostenido la tensión del pontificado a que Europa respirase con los dos pulmones, el de Oriente y el de Occidente? ¿Hemos utilizado todas las ocasiones que el Papa nos ofreció incansablemente en estos más de veintiséis años?», pregunta el arzobispo Kondrusiewicz a sus fieles.
El metropolita, a quien Juan Pablo II consagró obispo hace más de 15 años, se encontró por última vez con el Santo Padre el pasado 8 de marzo, una ocasión en la que éste le preguntó: «¿Cómo va Moscú?».
«Fue la última pregunta del fallecido, cabeza de la Iglesia universal, que nos ha dejado como testamento…», explica monseñor Kondrusiewicz.
«¡Que sea la pregunta crucial de nuestro examen de conciencia! –exhorta–. Preguntémonos continuamente: ¿Cómo va Moscú? ¿Cómo vive la archidiócesis? ¿Qué podemos hacer nosotros, todos juntos y cada uno por su parte, para mejorar las cosas? ¿Vivimos de acuerdo con los principios morales del Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia?».
«El Gólgota de los últimos meses de vida de Juan Pablo II ha sido un ejemplo preclaro de cumplimiento de la voluntad de Dios –reconoce el prelado a sus fieles–, un modelo de cómo en la debilidad se manifiesta una fuerza titánica del espíritu, capaz de cambiar el mundo. Su silencioso apagamiento en la alegría y en la confianza en María ha sido una predicación incomparable ante el mundo entero».
«Su enfermedad y su muerte unieron al mundo en la oración y en la solidaridad. La muerte del Papa se convirtió en un tipo de ejercicios espirituales de calibre y alcance sin precedentes», prosigue. «La gente ha llorado y aplaudido. Las lágrimas de una pérdida inconsolable se han colmado de signos de gratitud».
«La devoción por Juan Pablo II, surgida inmediatamente tras su muerte e impetuosamente difundida en todo el mundo en estos días, subraya las verdaderas dimensiones de la personalidad del difunto y permite esperar en un rápido inicio del proceso que lleve al reconocimiento de su valía», señala.
«Siendo grave la pérdida, nosotros la contemplamos a través del prisma de la Resurrección –invita–, deseando al desaparecido pontífice que sea grande en el Reino de los Cielos y se convierta en nuestro intercesor».
Pero la Iglesia, como «organismo vivo, no puede permanecer sin una cabeza». «¡Qué responsabilidad y qué cruz!», reconoce el arzobispo Kondrusiewicz aludiendo a la misión del Sumo Pontífice.
De ahí que «nuestro santo deber es el de orar a Dios, para que a través de la elección del Colegio de los Cardenales, el Espíritu Santo muestre a quien estará al timón de la barca de Pedro y conducirá la nave de la Iglesia en el futuro sobre las aguas tormentosas del inicio del siglo XXI», advierte.