CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 4 abril 2005 (ZENIT.org).- Cuando en la tarde de este lunes fueron traslados los restos mortales de Juan Pablo II a la Basílica de San Pedro del Vaticano, unas cien mil personas ya hacían fila para poderle ofrecer su último saludo.

Algunas personas habían venido al Vaticano ya desde la mañana para tratar de asegurarse un puesto. La fila se extendía por toda la Vía de la Conciliación y estaba prevista que durara hasta las dos de la mañana, cuando el templo más grande del catolicismo se cerrará para realizar obras de manutención y limpieza.

El cuerpo sin vida del Santo Padre fue trasladado con una solemne procesión desde el Palacio Apostólico Vaticano y pasando por la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde fue acogido por un aplauso por los miles de fieles que se encontraban dentro y fuera del recinto.

Fue llevada a hombros de doce silleros pontificios, tendido en unas andas cubiertas de terciopelo rojo hasta el altar de la Confesión de la Basílica Vaticana, donde permanecerá hasta el viernes. Acompañó el cuerpo del Papa una larga procesión de que tardó casi 20 minutos en entrar a la basílica, compuesta por más de dos mil sacerdotes, centenares de obispos y unos setenta cardenales que ya han llegado a la Ciudad Eterna.

Antes de entrar en el templo, la procesión se detuvo para mostrar los restos mortales a los presentes entre aplausos y lágrimas de los peregrinos.

Seguían los restos mortales del Papa algunas de las personas que más cerca han estado de su vida, el arzobispo Sanislaw Dziwisz, su secretario; el maestro de las celebraciones pontificias, el arzobispo Piero Marini, el prefecto de la Casa Pontificia, el arzobispo estadounidense James Harvey, y el sustituto de la Secretaría de Estado, el arzobispo argentino Leonardo Sandri.

También le seguían las tres religiosas polacas que durante estos años le han atendido, al igual que su medio personal, el doctor Renato Buzzonetti, así como el portavoz, Joaquín Navarro-Valls.

Durante la procesión, se entonaron las letanías de todos los santos con la melodía del canto gregoriano, mientras las campanas tocaban a duelo.