ROMA, domingo, 17 abril 2005 (ZENIT.org).- Tres signos propios del cónclave permiten comprender su sentido y la voluntad de Dios sobre el nombre del próximo Papa, explicó el cardenal Jean-Marie Lustiger, en la misa de este domingo celebrada en Roma.
El arzobispo de París explicó que estos signos están recogidos en la constitución apostólica –«Universi Dominici Gregis»– que Juan Pablo II escribió para la elección del nuevo pontífice: la mayoría de «dos tercios»; el lugar de la elección –la Capilla Sixtina–; y el hábito de los cardenales durante el cónclave.
Al concluir, se dirigió a los fieles reunidos la iglesia de San Luis de los Franceses, de la que es titular, con estas palabras: «¡No nos abandonen!». El cónclave es «toda la Iglesia que intercede ante Dios».
Tras confesar que en los últimos días no ha escuchado la radio, visto la televisión o leído los periódicos de manera voluntaria, el cardenal consideró que su obligación consiste en vivir este momento con el espíritu que establecía la constitución del Papa.
En este contexto, recordó que el documento establece que el nuevo pontífice salga elegido con dos tercios de los votos (durante los 32 primeros escrutinios).
Se trata de un «proceso de la Iglesia que no busca un consenso fundado en el compromiso», sino en «encontrar lo que Dios espera de nosotros en la designación de alguien», indicó.
Con espíritu de «comunión», subrayó, los que participan en el cónclave deben «reconocer que aquél por quien votamos es aquel a quien consideramos el más apto para servir a Dios en el servicio de velar por el rebaño de Cristo».
Por este motivo, indicó, la constitución apostólica ofrece todo «un lujo de precisiones para preservar a los cardenales de todas las presiones exteriores», como por ejemplo, el hecho de que la tarjeta de voto sea anónima –«con caligrafía lo más irreconocible posible» n. 65–, y que a continuación sea quemada.
Al realizar este acto, el cardenal debe pronunciar este juramento: «Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido».
El segundo elemento que mencionó el cardenal como característico del espíritu del cónclave es el lugar, la Capilla Sixtina, que pone en presencia del fresco del Juicio Final de Miguel Ángel, «recordándonos a cada uno lo que estamos haciendo».
El tercer elemento, añadió, es el «hábito coral» de los cardenales (n. 50), es decir, el que se utiliza para una «celebración litúrgica», reconoció.
«La vida enclaustrada que vamos a llevar es una vida de oración y de silencio. Nuestros intercambios deben tener lugar en este espíritu», indicó el purpurado galo de origen judío.
El cardenal preguntó, por último, por qué motivo hay que rezar para llegar a encontrar acuerdo en el nombre de una persona.
«Porque no depende sólo de nosotros», respondió. Ahora bien, «no esperamos una iluminación o una visión, si bien el Señor puede hacer lo que quiera».
«Nosotros le pedimos que purifique nuestra inteligencia de todo interés que pueda oscurecer nuestro espíritu para que podamos ver a aquel que Dios quiera designar: somos nosotros quienes votamos, en conciencia ante Dios –explicó–. Es necesario que el ruido, los rumores, los comentarios, sean purificados por la voluntad de estar disponibles a la verdad de Dios».
Y esto, concluyó, «depende de la oración de toda la Iglesia, nosotros no somos más que delegados para hacer esto. Pero es toda la Iglesia quien intercede ante Dios».