Médico del Papa: lo que verdaderamente le sostenía, «la fuerza del Espíritu»

El doctor Proietti atendió a Juan Pablo II en sus últimas semanas

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ROMA, domingo, 16 abril 2005 (ZENIT.org).- «¿Quién da al Santo Padre la fuerza de combatir tantas pequeñas y grandes batallas contra la enfermedad?»: «la fuerza del Espíritu», se responde el doctor Rodolfo Proietti, quien atendió a Juan Pablo II en sus dos últimos ingresos en el Políclínico Gemelli y estuvo a su lado horas antes de que muriera el 2 de abril.

Responsable del Departamento de Urgencias y Admisión del Gemelli de Roma, el doctor Proietti encabezó el equipo médico que atendió al Papa estas dos últimas ocasiones en el Centro sanitario, del 1 al 10 de febrero –cuando fue hospitalizado por gripe– y del 24 de febrero al 13 de marzo. Profesor de Anestesiología, también se encargó de la anestesia general del Santo Padre cuando fue traqueotomizado el 24 de febrero.

«He vivido una experiencia extraordinaria e inmerecida», reconoce el especialista desgranando para la revista «Presenza» –de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Roma– «los recuerdos de los dos meses que más han marcado mi vida».

«Martes 1 de febrero, el momento de la emergencia. Primer ingreso en el Policlínico “A. Gemelli”: laringoespasmo, obstrucción de las vías respiratorias altas, condición de extrema urgencia. Pocos minutos para decidir la terapia apropiada (…). Debemos vencer cualquier emoción; no es el Papa, es una persona enferma a la que debemos ayudar (…). Se elige el método del trabajo en equipo, como siempre hemos hecho (…). Tras 36 horas el problema agudo está resuelto. Ese día me di cuenta de que tenía colaboradores excepcionales y el apoyo discreto, pero fuerte y afectuoso, de todo el Policlínico y de la Universidad Católica. El jueves 10 de febrero hacia las 19.30 el Papa (…) vuelve al Vaticano».

En una entrevista concedida a «Avvenire» tras esa hospitalización, el doctor Proietti confesaba su «inmensa emoción», y «el honor de atender al Santo Padre y, al hacerlo, comprender lo que debe representar cada paciente para el médico y la manera en que el médico debería vivir su misión». «He salido con la conciencia de haber recibido mucho más de lo que he dado», añadía.

«Jueves 24 de febrero, segundo ingreso en el Gemelli –prosigue relatando a “Presenza”–. Es el momento de las decisiones difíciles. La traqueotomía se hace indispensable (…). La elección es compartida por todos los médicos del equipo». Y así se lo comunicó el doctor Proietti al Papa, pidiéndole el consentimiento informado.

«En aquel momento me doy cuenta más que nunca de que el paciente es un enfermo del todo especial; y advierto sobre mí una enorme responsabilidad. El Santo Padre es informado en los mínimos detalles. Da su consentimiento (“Me confío a la Providencia y a su competencia”) y nos pregunta: “¿Podré volver a hablar?”. Respondo que haremos todo lo posible. Experimenté por muchos días el peso de aquella promesa», confiesa el médico.

El viernes 11 de marzo llegaron «momentos de gloria» cuando vieron al Papa «comer –con gusto–» dulces sicilianos. «Y el estupor se hace incredulidad cuando Juan Pablo II exclama, con una gran sonrisa: “Buenos, muy buenos. Gracias, gracias.” En ese momento mi equipo y yo tuvimos la certeza de haber lo grado todos los objetivos terapéuticos inmediatos: el Santo Padre deglute normalmente y es capaz de hablar. Si bien pocas palabras: claras, comprensibles y con buen tono de voz», recuerda el doctor Proietti.

Y «de ello tuvimos la confirmación» –apunta– el 13 de marzo, en el Ángelus, cuando desde la ventana del décimo piso del Gemelli Juan Pablo II se dirigió la mundo entero con su bendición y el saludo: «Queridos hermanos y hermanas, gracias por vuestra visita. Witam Wadowice! (en polaco: “¡Saludo a Wadowice!”). Saludo a los Legionarios de Cristo. A todos feliz domingo y buena semana».

Por la tarde volvió al Vaticano, no sin antes dar las gracias a responsables, médicos, religiosas y personal sanitario. También se encontró con un niño ingresado en Oncología pediátrica, bendiciéndole a él y a sus padres. «Cuando llega mi turno me da las gracias tres veces: “Gracias, gracias, gracias”. La fuerza del Espíritu», afirma el doctor Proietti.

Y prosigue: «Me pregunto: ¿quién da al Santo Padre la fuerza de reaccionar, de combatir tantas pequeñas y grandes batallas contra la enfermedad, de superar cada crisis? ¿Su fuerte fibra física? ¿La de un cuerpo de 84 años minado por las enfermedades? ¿U otra cosa? En un momento de preocupación, durante los días de ingreso en el Policlínico Gemelli, sor Tobiana [una de las religiosas polacas que atendían al Santo Padre –licenciada en medicina–, ayudando también en el hospital] se acercó diciéndome: “Profesor, el sufrimiento del Santo Padre a veces es de tipo físico, otras veces es de tipo espiritual”».

«Pocas palabras, una brecha profunda en la vida del hombre más importante del mundo, y a la vez un mensaje: la fuerza del Espíritu. He aquí lo que verdaderamente sostenía al Santo Padre –afirma el especialista–. Aprendimos a tener en cuenta esa fuerza. Cuántas veces habíamos oído decir: “Tratad a la persona, no la enfermedad sola: tratad a la persona en su totalidad física, psíquica, espiritual”. Juan Pablo II nos mostraba que no es sólo una manera de hablar. Nos indicaba también el camino a seguir: esto es, acordaos de la sacralidad de la vida humana».

El viernes 1 de abril el doctor Proietti lo recuerda como «el momento del dolor»: «hace algunas horas había comenzado la última crisis». Informado por el médico personal del Papa –el doctor Renato Buzzonetti– de las graves condiciones del Santo Padre, el doctor Proietti es invitado a acudir al Vaticano. «Obviamente me precipito», recuerda. En el apartamento papal hay otros médicos.

«Entro en la habitación. El Santo Padre reposa; no oso despertarle. Me arrodillo y permanezco en silencio unos minutos. Cuando me levanto, sor Tobiana está a mi lado. Nos estrechamos las manos y apoya su cabeza en mi hombro (…). El dolor es inmenso, no logramos contener el llanto (…). Dirijo una última mirada al Santo Padre. Su rostro está sereno, a pesar de que el cuerpo muestra los signos del martirio provocado por la enfermedad. Vuelvo a pensar que debe ser la fuerza del Espíritu».

Un fuerte abrazo de parte del secretario del Papa, monseñor Stanislaw Dziwisz, y sus palabras de «amabilísima amistad» recibió el médico al salir de la habitación. «Pasaron apenas algunas horas cuando (a las 21.37 del 2 de abril) ocurrió lo que ninguno en el mundo jamás habría querido», apunta el doctor Proietti.

El lunes 4 de abril rindió su último homenaje a Juan Pablo II en la sala Clementina. Sor Tobiana le saluda. «El Santo Padre –lo sabemos– está vivo y nosotros nos arrodillamos a rezarle. Pido su ayuda para que me indique el camino. Esta vez soy yo quien dice: “Gracias, Santidad. Gracias, gracias, gracias”», concluye el doctor Proietti.

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ZENIT Staff

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