ROSANO, martes, 26 de abril 2005 (ZENIT.org).- Uno de los refugios espirituales del cardenal Joseph Ratzinger, ahora Papa con el nombre de Benedicto XVI, era un monasterio de clausura de religiosas benedictinas en Toscana, en la localidad de Rosano.
El cardenal Ratzinger «ha venido con frecuencia a nuestra abadía», cuentan las Benedictinas de Santa María de Rosano. «La primera vez fue en 1985, con motivo de la profesión de una novicia. Antes de irse, al despedirse de la mamá de la nueva profesa, la invitó a estar contenta, pues su hija estaba en un lugar seguro, en el que se vivía con una serenidad única, con coherencia y alegría la Regla de San Benito».
La Santa Sede, a petición de Juan Pablo II, había pedido a la comunidad de Rosano que tuviera un papel de guía en la conformación de la comunidad de benedictinas, compuesta por religiosas de varios países del mundo, que desde el mes de octubre pasado se ha instalado en el convento «Mater Ecclesiae» del Vaticano durante cinco años.
«Desde entonces, Su Eminencia regresó en varias ocasiones, sobre todo con motivo de la solemnidad del Corpus Christi –siguen diciendo las benedictinas–. En ese día, nuestra iglesia se llena y él conquistaba a todos con sus profundísimas homilías y con la cordial sencillez con la que se entretenía con cada uno en el atrio al final de la misa. Le gustaba mucho llevar el santísimo Sacramento durante la procesión, que atravesaba los claustros y el jardín».
«En junio de 2001, vino a Rosano, con el hermano sacerdote [Georg] para recordar el quincuagésimo aniversario de ordenación sacerdotal», añaden las religiosas en un comunicado conjunto.
«Normalmente venía acompañado por su secretario, ahora obispo y secretario del Consejo Pontificio para los Laicos, monseñor Josef Clemens y por Alfredo, su chófer de confianza. Llegaba en la tarde del sábado y regresaba el domingo por la tarde. En la tarde, le gustaba realizar un largo paseo en la colina o por los campos».
«Durante sus visitas, casi siempre se encontraba con toda la comunidad: con él, uno siempre se sentía inmediatamente a su gusto, pues es una persona muy sencilla, cordial, serena, humilde, capaz de una fina ironía y un sincero humorismo», explican.
«Cuando le pedíamos que nos hablara de los problemas que en ese momento ocupaban y preocupaban de manera particular a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Santo Padre y la Iglesia, siempre demostró una profunda claridad y sobre todo una capacidad única para comprender el núcleo de cada cuestión y presentarlo con palabras sencillas, concisas y al mismo tiempo exhaustivas, con una explicación ágil y fluida».
«Pero sobre todo, nunca dramatizaba, sino que sabía afrontar toda dificultad con la fuerza, la coherencia, la confianza y la esperanza que proceden de la fe y de la oración», recuerdan las religiosas.
«Por este motivo –concluyen–, damos gracias a Dios por el don de este nuevo Papa, Benedicto [quiere decir «bendito» ndr.] de nombre y de hecho», concluyen.
En la misa de toma de inicio solemne de pontificado, Benedicto XVI llevó una casulla realizada para Juan Pablo II por las religiosas benedictinas de Rosano.